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Mi experimento con un medidor de contaminación del aire 'low cost'

Ilustración: María Ortiz/BB

Laura Rodríguez

Quedo en Madrid con Guillermo Amo de Paz, cofundador del proyecto MadAIRE, para que me preste un medidor de calidad del aire de bajo coste. Quiero utilizarlo para un pequeño experimento casero. Pretendo medir los valores de contaminación del aire de un recorrido que hago todos los días: el camino a la escuela de mis hijos. La herramienta, un aparato negro del tamaño de un libro pequeño, va a registrar la materia particulada con un diámetro inferior a 2,5 y 10 micras, es decir, las PM y las PM, actualizándose cada diez segundos, lo que me permitirá ver las variaciones en el trayecto.

Soy consciente de que la medición de partículas es complicada, y a veces resulta difícil hasta para medidores mucho más potentes, pero Guillermo ha elegido un modelo Dylos usado en otros proyectos similares y se ha orientado con expertos del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT). Además, según varios estudios, hoy en día algunos aparatos son bastantes precisos en sus datos para PM, las conocidas partículas finas. Las partículas en suspensión son las causantes directas de la gran parte de muertes prematuras relacionadas con la contaminación del aire en Europa. Según un estudio de la Agencia Europea del Medio Ambiente que registró las cifras de 40 países europeos en 2012, las PM produjeron 432.000 defunciones, mientras que el NO y el ozono, 75.000 y 17.000 respectivamente.

Gran parte de esas partículas las expulsan los vehículos diésel (o se forman con el NO que emiten estos coches), por lo que parece relevante para medir el aire donde vivo, cerca del centro de Madrid. Al salir de casa, mis hijos, de tres y seis años, no entienden mucho lo que estoy haciendo pero están encantados de que vayamos con un artefacto donde los números suben y bajan, y parecen interesados mientras les hablo de los problemas del aire en la ciudad. Como preveía, las cifras empiezan a aumentar al pasar junto a los coches mal aparcados, sin embargo, hay un descenso a medida que me acerco a la amplia avenida de Doctor Esquerdo. Me pregunto si, como he leído, podrá deberse a que en esta zona hay mejor ventilación gracias a la falta de edificios altos cercanos que generen el “efecto cañón” que ocurre en lugares más estrechos o si, por el contrario, mi herramienta está fallando. Para comprobarlo, me pongo detrás de unos obreros que están limpiando los escombros de una obra. Una de las dificultades de medir el material particulado es que proviene de muchas fuentes; algunas inocuas como las que encontramos en la brisa del mar y otras peligrosas, como las que producen la combustión de petróleo o diésel. En este caso me resulta útil para comprobar si mi aparato funciona bien y al situarme junto al polvo que flota mientras vacían los sacos, el contador se dispara.

Quiero ver si ocurre lo mismo cuando me acerco al tráfico de la carretera así que me sitúo detrás del tubo de escape de un coche parado con el motor encendido. Para mi sorpresa, los números apenas cambian. Solo al cabo de unos segundos, veo como empiezan a subir, pero menos de lo que uno esperaría estando tan cerca. Mi herramienta es incapaz de medir las partículas ultrafinas, es decir, por debajo de 300 micras, por lo que no puede registrar las partículas que emiten la mayoría de los nuevos diésel, que para cumplir las nuevas normativas europeas tienen instalados filtros que, si bien son efectivos para controlar las partículas más grandes, en ciertos casos generan un número mayor de partículas pequeñas. Son estas partículas las que penetran en nuestros pulmones y se acumulan en nuestro organismo causando obstrucciones vasculares, como demostró un estudio de referencia de la Universidad de Edimburgo donde varios voluntarios inhalaron nanopartículas de oro.

Pero mi asombro aún no ha terminado. Mientras paso una zona arbolada, los números en el medidor empiezan a aumentar. No hay nada que parezca producir el cambio –nadie a nuestro alrededor está fumando ni jugando en la arena– pero veo que los aspersores de riego están funcionando. He leído sobre los problemas de los medidores y sé que la humedad, junto con la temperatura, el viento o las interferencias que causa la presencia de otros elementos o gases, pueden alterar la fiabilidad de los datos. Empiezo a dudar de que mi experimento me esté ayudando a tener una visión más exacta de lo que respiramos cada día. Como señalan la mayoría de los estudios, las mediciones son complicadas y deben repetirse múltiples veces en las mismas condiciones atmosféricas para dar una imagen que sea más o menos real.

“No me extraña que te quedes con una sensación rara”, me dice Guillermo que para MadAIRE ha usado el mismo medidor, “es que una medida puntual así es muy complicada de interpretar”. Guillermo lleva mucho tiempo estudiando estos aparatos y, aunque ha comprobado su fiabilidad al contrastarlos en múltiples ocasiones con los sistemas de referencia –es decir, los medidores que utilizan los ayuntamientos en las estaciones oficiales–, conoce también sus limitaciones. No son capaces de dar valores absolutos, explica al hablar de su experiencia, pero sirven para establecer relaciones y saber si una calle u otra está más contaminada.

También para conocer qué horas suelen ser críticas. “Sobre las 11:30 se alcanza el pico de contaminación en Madrid”. En su proyecto han participado 28 familias de siete colegios diferentes, una asociación ciudadana y una escuela infantil. Pero los datos no se recolectaban individualmente sino que se registraban de forma simultánea en lugares distintos. En las rutas a pie a los colegios, por ejemplo, cuatro familias diferentes se comprometían a llevar un medidor en unos recorridos establecidos que hacían por la mañana y por la tarde, durante al menos cinco días.

MadAIRE surgió de la preocupación de varios ciudadanos del distrito de Arganzuela que querían hacer algo para combatir la contaminación del aire con un soporte científico. La financiación la consiguieron a través de un proyecto de crowfunding lanzado en una página de Internet, donde reunieron 4.000 euros, y el diseño del muestreo lo han desarrollado con científicos del departamento de Ecotoxicología de la Contaminación Atmosférica del CIEMAT y de Life Respira, una iniciativa para reducir la contaminación para los ciclistas, de la Universidad de Navarra.

Fernando Follos, un experto e investigador en medio ambiente preocupado por transmitir al público la importancia de la calidad del aire, me explica que en ciencia ciudadana hay que tener cuidado al leer los datos. “En mi opinión, los sensores de bajo coste son un arma de doble filo. Su uso es interesante si sirven para mostrar la evolución de la contaminación en ciertas situaciones, pero su menor coste suele afectar a la eficiencia de la medición. Si a ello unimos la tendencia que tenemos todos a tomar nuestro valor como si fuese real, corremos el riesgo de malinterpretarlo”.

Los fabricantes intentan compensar estos problemas mejorando su software para ajustar los datos en el laboratorio o creando plataformas donde muchos usuarios puedan subir sus mediciones para formar una media general. Pero, al no haber ningún criterio que asegure la calidad de los aparatos, es difícil saber en qué fijarse a la hora de comprar un instrumento de este tipo. “En este momento, cualquiera puede coger un sensor de los que se venden en el mercado, instalarlo en una plataforma electrónica, montarlo en una caja por fuera y venderlo en Internet.”, me explica desde Oslo la investigadora del Instituto Noruego de Investigación del Aire, Núria Castell. “No hay ningún estándar en la producción, por eso lo que nos encontramos es que la fiabilidad varía muchísimo según el sensor y resulta imposible hacer una conclusión general sobre si funcionan bien o mal”.

Pero la mayoría de los investigadores y organizaciones dedicados al estudio de la composición del aire, incluida la Organización Meteorológica Mundial, se muestran entusiastas por las posibilidades de estos medidores. Aunque ofrecen datos menos precisos, al ser pequeños y portátiles permiten llegar a lugares antes impensables, como el nivel al que las personas caminamos por las calles o las ciudades de países con pocos recursos. “Abren muchísimas oportunidades porque puedes hacer redes más densas, cubrir muchos más sitios y encima es más económico”, asegura Castell, que ha publicado varios estudios sobre sus posibles empleos. “Ahí está el futuro”.

Jonathan Carreon, un ingeniero de electrónica y computación que trabaja para la compañía de sensores Speck, cree que la tendencia es que se empiecen a integrar en otro tipo de dispositivos. “A medida que se imponga Internet de las Cosas, puede que surjan sistemas de aire acondicionado y filtración, notificaciones sensoriales en los picos de contaminación o aplicaciones para mejorar la calidad del aire”. En su opinión, su ventaja es que pueden formar parte del entorno personal, de modo que podrán identificar tendencias y problemas. Para los ciudadanos, los medidores de bajo coste pueden ser útiles para tomar conciencia de la situación. “Si la gente utiliza un sensor y puede ver que en una avenida con tráfico hay más contaminación que cuando se mueven simplemente a la calle de atrás con menos coches, eso crea un cierto conocimiento que al final puede afectar a las políticas”, me sigue diciendo Castell. “Por un lado, porque las personas pedirán que se tomen medidas y, por otro, porque los políticos se sentirán respaldados para hacerlo”.

Aunque los medidores de bajo coste no sirven para sustituir las estaciones de referencia, cada vez hay más proyectos ciudadanos que los utilizan para explorar con más detalle el aire que respiramos. Algunos de ellos, como los que se realizan en Europa o las grandes ciudades de Estados Unidos, tienen sobre todo la finalidad de medir barrios, o colegios o investigar algún foco concreto de contaminación. Pero otros, como los que se han desarrollado en África, cubren una necesidad mucho más urgente, ya que en estos lugares muchas veces la información no existe. En ciudades como Pekín o Nueva Delhi, donde los niveles de polución alcanzan registros extremos, compañías como Kaiterra han instalado cientos de medidores en sus calles y aseguran hacer un mejor seguimiento que los propios gobiernos de estos países. Cuando hay alguna alarma por superarse los índices saludables, los avisos no tienen ninguna validez legal pero los reciben miles de usuarios.

Los datos del proyecto de MadAIRE todavía no se han difundido. Pero Guillermo y Camila saben que gran parte de su trabajo está hecho. Las familias que participaron en las rutas a los colegios, pudieron ver cómo los marcadores disminuían cuando se acercaban a las zonas verdes de Madrid Río y aumentaban en las calles con más tráfico. Y lo que es más importante, muchas otras asociaciones y vecinos les han pedido ayuda para realizar estudios similares. Su siguiente proyecto será medir la eficacia de poner barreras vegetales en los patios de los colegios para proteger de la contaminación.

Esta es una versión de un reportaje publicado en el nº20 de la revista Ballena Blanca. en el nº20Puedes ver más sobre este proyecto periodístico aquí.aquí.

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