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Los 12 días en los que un científico temió extinguir una especie

Las tortugas cabezonas, por sus características territoriales, son las más agresivas de su especie.

Camilo Sánchez

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Todo el mundo en la aldea pensó que se trataba de un homicidio. Al olor nauseabundo de carne en estado de descomposición, se sumaba el hecho de que en aquella misteriosa casa las persianas permanecían abajo y las puertas, cerradas. Y Tachileik, localidad en el este de Myanmar, cerca de la frontera con Tailandia, había sido siempre un enclave humilde, pero de umbrales abiertos. Tras constatar que en el interior se desataban fuertes discusiones en una lengua incomprensible, los vecinos decidieron alertar a la Policía birmana. El misterio dio un giro inesperado. Los agentes no encontraron ningún cadáver en el armario.

Se toparon en realidad con un millar de tortugas cabezonas cautivas en pequeños cubos de colores repartidos por toda la casa; unas criaturas del tamaño de una tablet sobre las que se creía que quedaban algo menos de mil ejemplares vivos. Es decir, en aquella casa a oscuras estaba desperdigado el 100% de una especie. Resulta que las tortugas del sudeste asiático son los animales más amenazados del mundo, siete de cada diez especies están en peligro.

Peleas callejeras

En el caso de las cabezonas (Platysternon megacephalum), sus características territoriales las convierten en las más agresivas de su especie. Son carnadas perfectas para apostadores que las ubican en pequeñas riñas clandestinas o mercaderes interesados en su carne. Aquel caluroso noviembre de 2016, el herpetólogo madrileño Borja Reh trabajaba en el zoo de Singapur, donde apoyaba a una unidad de respuesta rápida para incautaciones de animales en situaciones de alto riesgo; el millar de tortugas requería de una intervención urgente para la cual el único veterinario de la aldea no estaba preparado.

Pero entrar en territorio birmano nunca ha sido tarea fácil. Se trata de un país tan sellado al exterior que durante al menos medio siglo de dictadura socialista se supo muy poco de su realidad. Tras resolver líos diplomáticos y burocráticos, Reh logró un permiso de trabajo sellado por algún ministerio y al día siguiente voló al país.

Nada más desembarcar, emprendió un intenso viaje de diez horas por caminos tortuosos antes de llegar al caserío: “La situación era desalentadora. La mayoría de los animales había muerto, y los que permanecían vivos estaban en unas condiciones lamentables”. Mientras tanto, el tiempo corría y los equipos que Borja y una veterinaria lograron ingresar, según las normas aduaneras, no eran los más completos.

Hay zonas de Myanmar donde las tortugas son vistas, dentro de las tradiciones budistas, como guardianas espirituales y protectoras de los pobladores locales. En otras, sobre todo del centro del país, donde el ganado es famélico y las vías polvorientas, la pobreza no da respiro y muchas familias apelan a la venta ilegal como último recurso.

Se trata de un delito que más de uno asume, a pesar de que se castiga con hasta siete años de cárcel. De hecho, no son incidentes aislados; y los traficantes chinos se encargan de estimularlos. Por fortuna, en los últimos años la Policía y las autoridades ambientales chinas y birmanas han logrado interceptar varios cargamentos más pequeños que el de la sospechosa casa de las luces apagadas.

“Las tortugas estaban muy enfermas”, recuerda el silvicultor Nay Win Kyaw, becario en aquel entonces, “estaban estresadas y extremadamente débiles”. Nay recuerda que una de las primeras propuestas del especialista madrileño fue trasladar en camión el millar de tortugas hacia el norte del país, en busca de un punto fresco: “El calor de aquel verano era infernal y las tortugas necesitaban frío”, completa Borja Reh. De las 32 especies de tortugas del país, 11 se encuentran en Myanmar. Las cabezonas también gustan por su singularidad morfológica.

Su cabeza triangular, visiblemente más grande que el resto del cuerpo, no encaja dentro del caparazón. Tienen un filudo pico como de loro y extremidades cubiertas por grandes escamas que las hacen excelentes escaladoras.

En el campamento improvisado ya solo quedaban 350 vivas. Las jornadas, que se prolongaban hasta 18 horas seguidas, eran apoyadas por un batallón de voluntarios universitarios locales. La única forma de comunicación se lograba a través de gestos y señas que muchas veces eran imposibles de discernir por unos y otros.

Todos eran conscientes de que en aquellas tortugas estaba uno de los linajes más amenazados del sudeste asiático. Y de que cada especie en peligro de desaparición, en uno de los pocos lugares del mundo donde el 46% de los bosques permanece virgen, es una fractura con consecuencias impredecibles. En las siguientes 48 horas falleció un centenar más y ya solo quedaban 250. Borja Reh recuerda que esa noche no durmió. Desde un principio sabía que la gran mayoría no lo lograría, pero en su cabeza resonaba como un tic-tac la posibilidad de convertirse en el responsable de una pequeña gran catástrofe.

UCI de tortugas

En aquella UCI improvisada bajo un almacén forrado con plástico, al norte del país, los últimos días fueron igual de extenuantes que los primeros. Lo natural para cualquier criatura tras un cautiverio de cuatro meses habría sido salir a alimentarse con un hambre voraz, pero en el caso de las tortugas cabezonas su primera preocupación no era la de sobrevivir, sino proteger su territorio. “Al estar juntas en una charca, no tenían territorios establecidos y se estaban volviendo locas”, recapitula Reh.

Así es que, en estrecha colaboración de nueve voluntarios universitarios empezaron a surgir soluciones. Primero crearon parcelas con nenúfares. Pero no fue suficiente. Más de una trepaba la valla para aniquilar a su propio vecino. Así es que a alguien se le ocurrió utilizar cestas grandes para la fruta y ponerlas boca abajo para aliviar su ansiedad.

Pero los animales estaban aún muy delgados y los antibióticos no estaban funcionando. El objetivo volvía a ser lograr suministrarles calor. Y en un ejercicio de prueba y error el equipo fue logrando estabilizarlas. Tras varias madrugadas con el corazón en un puño por la cantidad de tortugas que se quedaban a medio camino, algunas empezaron a dar signos de vida. Del millar de ejemplares, un centenar logró ser rescatado en algo más de 12 días y con el reloj de la vida marcando en contra.

A pesar de que las tortugas cabezonas continúan en la Lista Roja de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), hoy la Turtle Survival Alliance aloja 400 ejemplares en buenas condiciones y con un seguimiento al detalle para que no haya complicaciones.

El caso es que, en 2017, hubo otro decomiso de ejemplares. Esta vez el equipo de la Turtle Survival Alliance estaba mejor preparado y logró salvar a la gran mayoría de reptiles. Borja Reh, fundador de Allies for Wildlife, cuenta que hoy se están liberando bebés en las selvas de Myanmar. El epílogo de una historia que comenzó como el enigma de una novela de misterio y acabó en un ajustado relato de victoria para la conservación animal.

La idea original de esta historia forma parte del espectáculo de teatro y periodismo sobre medio ambiente organizado por el proyecto Diario Vivo y la revista Ballena Blanca. El show se celebró el 11 de mayo de 2021 en el teatro Alcázar de Madrid.

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