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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

'Blade Runner', una (re)lectura en clave antiespecista

Rutger Hauer en el papel del replicante Roy Batty en Blade Runner

Alessandro Zara Ferrante

Se ha estrenado Blade Runner 2049, la secuela esperada a lo largo de varias décadas de Blade Runner de Ridley Scott, película de culto para algunos, sobrevalorada para otros. La respuesta de público y crítica ha sido para Blade Runner 2049 tan heterogénea como lo fue para la primera, un fracaso de taquilla que llegó a ser esa película mítica distribuida principalmente por Betamax y VHS.

Aparte de la crítica especializada, varias voces se han alzado para denunciar sexismo, machismo, patriarcado y homofobia en esta nueva entrega. En esta línea se han expresado Alicia Puleo, María Castejón Leorza, Alan Neil y varias otras firmas dignas de ser tomadas en consideración. La película original también fue blanco de esta clase de comentarios: la escena de amor, o mejor dicho de sexo, entre Deckard y Rachael, un homenaje al cine noir de los cuarenta, ha sido definida comunmente como “la violación en el pasillo”.

Todas las críticas anteriores, totalmente válidas, sustentan sus razonamientos en que tanto Blade Runner como sus antecedentes y secuelas fueran utopías (sociedades ideales perfectas y justas), y no distopías (mundos imaginarios indeseables). Si en el futuro que nos presentan la humanidad ha fallado en la mayoría de los aspectos para construir una sociedad mejor, no sería coherente que se hubiera en cambio obtenido la igualdad entre los sexos o el respeto a todas las orientaciones sexuales.

Poca o ninguna atención se ha prestado en cambio a dos hechos muy presentes tanto en el libro de P. K. Dick como en las películas: la presencia de los animales y la discriminación por parte de los humanos hacia los replicantes, siendo esta última el hilo conductor de toda la trama.

El reconocimiento de esta discriminación hacia artefactos inteligentes, como ordenadores de alto nivel, robots antropomórficos o seres creados artificialmente, es un tema recurrente en la mitología, la fantasía y la ciencia ficción, desde la Pandora griega -pasando por el golem medieval judío, la criatura del Doctor Frankestein de Mary (Wollstonecraft) Shelley, los robots y el hombre bicentenario de Asimov- hasta los androides de Dick, los replicantes de Fancher e incontables ejemplos más.

Tanto la saga de Blade Runner como la afición a ella son atípicas. Las diferentes secuelas y precuelas son de autores y realizadores distintos y sin mayor relación entre sí, no hay una gran oferta de merchandising y cada fan tiende a creer que es el único en entender de verdad el mensaje y apreciar su estética.

El guión de Hampton Fancher, basado en el libro de Philip Dick Sueñan los androides con ovejas eléctricas, difiere mucho de la novela original. Ese periplo desde la novela hasta la película está exhaustivamente documentado en Future Noir de Paul M. Sammon. Las secuelas de K.W. Jeter, El límite de lo humano (1995), La noche de los replicantes (1996) y Ojo y garra (2000), son principalmente continuaciones de la película, aunque incluyen ciertos detalles del libro (Rachael/Sara nació a bordo del Salander, hija de un hermano de Tyrrel/Rosen, la emigración de la humanidad es principalmente a Marte, que es un lugar inhóspito “en donde nadie debería vivir”).

El mismo año del estreno de Blade Runner, Marvel publicó una versión en cómic, bastante fiel a la película, haciendo mas entendibles algunos puntos oscuros de aquella. La trama de la novela gráfica Sueñan los androides con ovejas eléctricas - Polvo a polvo, de Chris Robertson y Robert Adler, precuela “autorizada” (¿autorizada por quien?: cuando se publicó, Dick llevaba muerto muchos años) es fiel a la novela original, aunque utiliza una estética visual mas propia de la película, para la cual Ridley Scott se inspiró a su vez en Metal Urlant de Moebius. La novela gráfica de Tony Parker es una versión lo mas fiel posible a la novela. Todas son distopías sombrías y sin esperanza.

Las dos novelas de Rosa Montero Lágrimas en la lluvia y El peso del corazón divergen en cambio de la línea distópica de todo lo anterior. Sin ser la utopía más deseable, se ambientan en Madrid a doscientos años de distancia, en una sociedad en la que los replicantes conviven con los humanos. Pueden vivir diez años, los primeros obligados a trabajar en el oficio para el que fueron creados, y luego libres de buscar cómo ganarse la vida los años restantes, antes de enfermar y morir inevitablemente en una fecha prevista con bastante aproximación. Rosa Montero no duda en calificar a quienes discriminan a los replicantes como especistas. Y es que el único argumento para considerar como inferiores a seres que igualan o superan en fuerza e inteligencia a los humanos es su pertenencia a una especie diferente. Y esta discriminación hacia los “humanos artificiales”, que tiene su origen en un atrofiamiento de las emociones en la especie humana -principalmente de la empatía, como capacidad de entender las emociones ajenas-, es la base y el hilo conductor de toda la saga.

En la presentación en Madrid de Blade Runner 2049 se le preguntó a Ana de Armas si su personaje Joi es una replicante, a lo que contestó: “Hay algo más importante. Se muestra que la única diferencia entre replicantes y humanos es posiblemente la forma en la que llegan al mundo, y nada más. Tienen las mismas emociones, sentimientos, sueños, ganas de vivir, e incluso algunos replicantes muestran más compasión y empatía que los propios humanos. Todos los personajes son tan ricos que ponerles la etiqueta de replicante o humano sería una explicación simplona”. A pesar de esto, los replicantes no son dignos de ser considerados “sujetos morales”. No tienen derechos, no se les dan ni mucho menos se le reconocen.

A día de hoy, no en el mundo imaginario de la creación literaria o cinematográfica sino en ambientes científicos y jurídicos, está desarrollándose el debate sobre los posibles derechos y responsabilidades de artefactos inteligentes. Según Marcus du Sautoy (sucesor de Richard Dawkins en la Universidad de Oxford), “la inteligencia artificial podría alcanzar un 'umbral' donde la vida se enciende (…) Se está llegando a un punto en el que podremos decir que tiene un sentido de sí misma y tal vez hay un momento límite en el que de repente emerge la conciencia (…) Y si entendemos que la inteligencia artificial tiene un nivel de conciencia, es posible que tengamos que reconocerle derechos”.

Hace mas de una década, el Centro de Escaneo de la Oficina de Horizontes de Ciencia e Innovación del Reino Unido encargó un estudio según el cual “los robots podrían exigir algún día los mismos derechos civiles que los humanos”. ¿Por qué esta preocupación por la posibilidad de tener que reconocer derechos a unos seres conscientes y sintientes artificiales que aún no existen, cuando existen miles de millones de animales no humanos conscientes y sintientes a los que no se les han reconocido?

El debate no es nuevo, ni su análisis en profundidad tampoco. Hace más de veinte años, Carol J. Adams, en su brillante y documentado libro La política sexual de la carne, dedica un capítulo a ‘El monstruo vegetariano de Frankestein’. El argumento analítico se resume, según sus propias palabras, en que “la Criatura (el monstruo del Doctor Frankestein) incluye a los animales dentro de su código moral, pero se ve obstaculizada y profundamente frustrada cuando busca ser incluida dentro de los códigos morales de la humanidad. Aprende que, independientemente de sus propias normas morales inclusivas, el círculo humano está trazado de tal manera que tanto él como los demás animales quedan excluidos”.

En este sentido, los animales, casi inexistentes en Blade Runner, en Sueñan los androides con ovejas eléctricas están casi extintos, pero los supervivientes siguen siendo totalmente cosificados y comercializados. Debido a su escasez, ya no son utilizados como alimento o materia prima, ni para deportes o espectáculos, pero su posesión es un símbolo de status insustituible. No obstante, también se deja entrever que los humanos aprecian el sentimiento de cariño recíproco que puede ofrecerles la convivencia con un animal, sentimiento que les es siempre más difícil desarrollar entre individuos de su propia especie. Pero al igual que los androides o replicantes, siguen estando excluidos del círculo moral de los derechos humanos.

En conclusión, toda la saga de Blade Runner, desde el libro de P. K. Dick hasta Blade Runner 2049 (con la excepción de las secuelas outsider de Rosa Montero), falla al estructurar una crítica creíble de las injusticias y la discriminación por género, manteniendo una subyacente y perturbadora condena a la discriminación basada en la pertenencia a una u otra especie.

Cabe la esperanza de que esta preocupación por conciencias, emociones y sentimientos alojados y generados en y por nanoprocesadores de silicio, genere decisiones encaminadas a reconocer y respetar los derechos de todos los seres sintientes no humanos.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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