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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Derechos laborales, ¿para quién?

Vertedero en el Bordo de Xochiaca (Ciudad de México), 2014. Foto: Traslosmuros.com

Carmen Ibarlucea

Estamos cercanas al 1 de mayo, un día para reivindicar la dignidad. Pero, ¿la de quién? Hasta el siglo XVIII, la gente hablaba de dignidad refiriéndose al estatus, a la posición que se ocupaba dentro de la pirámide social. Después, con Kant, comenzamos a hablar de dignidad humana: “El hombre es un fin en sí mismo, no un medio para usos de otros individuos, lo que lo convertiría en una cosa. Los seres irracionales, como los animales, pueden ser medios para, por ejemplo, la alimentación, en cambio la existencia de las personas es un valor absoluto”. Y esta reflexión exitosa sienta las bases para trabajar hacia una sociedad más igualitaria entre nosotras, las personas.

Pero la idea de Kant, tal como está expresada, no resultaba cómoda para todo el mundo, ni siquiera en su época. Ya en 1640 había dado comienzo un resurgimiento del pensamiento pitagórico a través del vegetarianismo como forma de vida y el primer congreso que reflexionaba sobre “derechos para las bestias” tuvo lugar en 1796. Desde entonces, cada vez más y más personas hemos ido siendo conscientes de que la irracionalidad no es tal, y por ello asumimos una visión ecoética de nuestra forma de vida. El androcentrismo ya no nos sirve, hemos abierto la mente un poco más, aunque no lo suficiente.

Hace unos meses, justo cuando emprendía el viaje al encuentro europeo sobre 'Carne y cambio climático', cayeron en mis manos dos libros de Ochodoscuatro Ediciones: uno era la traducción de Los animales son parte de la clase trabajadora, de Jason Hribal; el otro, En ese sitio maldito donde reina la tristeza... Reflexiones sobre las cárceles de animales humanos y no humanos, de Asamblea Antiespecista de Madrid. Ambos me han ayudado a ordenar el desafío narrativo que es para mí la historia del trabajo y la exclusión social.

Provengo en parte de una familia de ganaderos en Asturias. Mi abuelo paterno tenía la extraña costumbre de cepillar a cada una de las vacas para leche con un cepillo para caballos, cada día del invierno. El invierno era la época en que dormían en el establo y corrían mayor riesgo de ensuciarse. Allá por el año 1975, mi padre me explicó que hacíamos esto para agradecerles que sustentaran la economía familiar. De modo que he crecido sabiendo que las vacas son parte de la clase trabajadora y que las personas que son sus jefas son las responsables de que reciban un trato mínimamente justo a cambio de todo lo que dan. Sin embargo, este trato afectuoso y cercano no me redime del uso y del abuso que durante un tiempo he hecho de tantas vidas inocentes, nacidas en cautividad.

Como lectora que soy, creo en la importancia de la denuncia narrativa, la importancia de dar testimonio. Creo en el poder de la biografía como instrumento de empoderamiento, tal como hizo Anna Sewell en 1877 cuando escribió Black Beauty para denunciar el maltrato al que eran sometidos los caballos en la Inglaterra victoriana. Su libro, lleno de sensibilidad, logró remover conciencias, que presionaron para cambiar leyes. Y esto nos lleva al núcleo mismo del problema: la sensibilidad.

Es muy frecuente escuchar la contraposición entre ciencias y humanidades, como si la razón estuviera de un lado y la emoción del otro, y poner a quienes defendemos que los animales tienen derechos del lado presuntamente más despreciable de la balanza, el lado de las emociones. Pero, ¿puede alguien vivir sin sus emociones? Las emociones son una respuesta evolutiva que nos asegura la supervivencia, y la ciencia a día de hoy tiene estudios contrastados que nos demuestran cómo las emociones rigen nuestras vidas, porque son previas y marcan nuestro razonamiento.

La ciencia demuestra también que otras especies animales, ya sean mamíferos como nosotros, o aves o peces, tienen emociones que se manifiestan en bienestar, o dolor, o ansiedad. Pueden sentir de forma física y psicológica. Por eso hablamos de bienestar animal al legislar sobre las condiciones de su cautividad, que incluyen su alimentación y su socialización (masificación o aislamiento). Gracias a la etología cognitiva se va demostrando que los animales tienen de forma continuada comportamientos inteligentes que muestran una forma de razonamiento que ofrece soluciones a los problemas que les surgen en su día a día. Son, por tanto, protagonistas de sus propias vidas.

Y por eso me parece que es hora de afrontar que hemos utilizado y seguimos utilizando mano de obra esclava, no solo de otras personas, sobre todo mujeres (la prostitución sigue siendo el mayor exponente de un infierno real para la mayoría), sino de otras especies, de las que cada vez ampliamos más el abanico.

Cuando en el siglo XVIII se inició la Revolución Industrial fue en parte gracias al cambio de mentalidad, la lógica del trabajo en cadena, la lógica del balance de perdidas y ganancias. Tendemos a pensar que la revolución industrial fue impulsada por la tecnología, pero la realidad es que la tecnología se impuso cuando se vio que era imposible para la nueva mentalidad contar con la fiabilidad de los animales.

Por ejemplo, el caballo pit pony fue desarrollado por la minería subterránea para la extracción del carbón que impulsó el tren y el transporte de mercancías (Jason Hribal). Curiosamente, en el fondo de las minas los animales y las mujeres se encontraron trabajando por la comida y el alojamiento. En 1930 la especialista en historia de las mujeres Ivy Pinchbeck publicó su estudio sobre la Revolución Industrial de Inglaterra Women Workers in the Industrial Revolution, 1750-1850 y concluyó que la liberación de las mujeres está íntimamente relacionada con este cambio de paradigma productivo.

Las mujeres recorremos desde entonces nuestro propio camino de liberación, pero no así los animales, que van pasando de una forma de explotación a otra debido a que no hemos cambiado nuestro forma de verlos y de relacionarnos con ellos: seres con entidad y vida propia en lugar de cosas.

La sociedad urbana, que es la mayoría de la población en Europa, busca de forma continua los puntos en común que tenemos con los otros animales. Nace este deseo de un mayor conocimiento de nuestra propia biología y por tanto de nuestra animalidad, pero entra en contradicción con los parámetros de la industria, que nos menosprecia argumentando que nuestro pensamiento es antropomórfico y herético. Nos acusan de ser sensibleras, y ya sabemos que menospreciar las cualidades del otro es una vieja fórmula heteropatriarcal para eludir el debate.

Nacemos y crecemos en un sistema desigual, aprendemos en nuestros primeros años a conformarnos en la desigualdad. La escuela, con su sistema de calificaciones y su énfasis en lo que es y lo que no es valioso, pone su granito de arena en el mantenimiento de nuestra visión escalonada de las relaciones y de la justicia. Pocas personas saben que lo que el cine nos muestra como un horizonte posible y que genera un debate ético acalorado, ya es realidad en la industria láctea. Hablo del semen sexado: la selección genética para determinar el sexo del feto desde la inseminación y garantizar así, de una forma más eficiente, el nacimiento de más vacas. Es un método caro, pero en las grandes granjas industrializadas resulta muy rentable.

Algunas personas me dirán que me creo cualquier cosa, pero vivo en una zona rural y sé, porque he estado allí, que cada cereza comercializada por la cooperativa de agricultores del Valle del Jerte es fotografía 24 veces por un ordenador para ser clasificada y determinar cuál será su canal de distribución. La tecnologización de nuestro mundo va mucho más allá del uso del móvil para leer el periódico. Hemos logrado hacer difícil lo fácil.

Nuestra imaginación, ese rasgo tan humano, no tiene límites en lo que se refiere al uso que hacemos de los animales. ¿Has escuchado hablar de las granjas de depredadores para proveer orina? El olor del depredador mantiene alejados a los grandes mamíferos herbívoros de las autopistas, asegurando así la seguridad de quienes circulan por la vía rápida, o de las parcelas de frutales, que son un lugar goloso para estos animales. De modo que recolector de orina es una nuevo trabajo para humanos, y la orina de coyotes, zorros y lobos se puede comprar en Amazon. Para conseguir orina en grandes cantidades y de una forma controlada se fuerza a los depredadores a beber cerveza dentro de granjas cerradas.

Por eso, en esta reflexión alrededor del día del trabajo, debo hacer una invitación a ser parte de un proyecto político de solidaridad intraespecies. Las condiciones de vida y de trabajo de todos los terrícolas deben ser parte de nuestra agenda de derechos y deberes para liberarnos.

Con la vista puesta en el Día Internacional del Trabajo, un día promovido por el movimiento obrero internacional, y desde un blog que ha elegido como título un gesto significativo, el abrazo de un hombre compasivo a un caballo víctima de una jornada de trabajo intolerable. El camino es claro. La argumentación de Hribal pone el foco en una realidad que debemos reconocer y actuar en consecuencia. Los animales son parte de la clase trabajadora. 

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

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