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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

ETB: engullir ranas vivas forma parte del guión

Concursante en el programa de la ETB "El Conquistador del Fin del Mundo"

Kepa Tamames / Kepa Tamames

  • La Asociación para un Trato Ético con los Animales (ATEA) denuncia el maltrato animal que se lleva a cabo, de forma habitual, en el programa de ETB El Conquistador del Fin del Mundo.

Un entramado de tablas hace las veces de mesa para los comensales, y sobre ella varias cacerolas de barro, cubiertas. Enfrente, a una prudencial distancia y en disciplinado orden, dos grupos de personas vestidas con harapos de diseño esperan órdenes. Se trata de gente que intenta sobrevivir en medio de la selva sudamericana. El escenario resulta premeditadamente informal.

El presentador, al más puro estilo macho alfa, ofrece las oportunas instrucciones para llevar a cabo la prueba:

“Aquel o aquella que designe el capitán deberá comerse vivos los animales que contenga el recipiente. ¡Suerte!”.

La cámara recoge muecas de repulsa, caritas de asco, pero nadie muestra especial desaprobación ni ética ni estética: forma parte del guión.

A una de las concursantes le toca en suerte una rana de considerables dimensiones. Esta, una vez atrapada, patalea con desesperación tratando inútilmente de escapar. Nada extraño, por otra parte: el comportamiento que se espera de cualquier batracio en semejante tesitura. Pudiera decirse que también la pataleta forma parte del guión. La chica le asesta sin pensarlo varios contundentes mordiscos al tiempo que tira de su cuerpo, y acaba por engullir al mutilado animal con absoluta grosería. Se queja de que su víctima “tiene mucho hueso”, a lo que un compañero de aventura, por poner las cosas anatómicas en su sitio, añade: “No te preocupes, que es cartílago”. Arantxa no puede evitar un eructo, y el chiste fácil no se hace esperar: “Es la rana”.

Otro concursante desmiembra, impúdico, una especie de nécora antes de tragársela a pedazos. Uno más descubre en su recipiente una escurridiza anguila, a la que descabeza a dentelladas tras ímprobos esfuerzos. Muestra después el valiente muchacho la prueba de tan insigne hazaña: su boca rezumando sangre.

Así relatado, bien pudiera parecer que la escena anterior corresponde a una peli gore de bajo presupuesto, o a la desquiciante trama de una novela urdida por mente perversa. Pero se trata de la más pura y dura realidad. Más en concreto, hablamos del programa El Conquistador del Fin del Mundo (El Conquis, para los amigos), orquestado por Euskal Telebista (ETB) El Conquisy por tanto sufragado a escote con el erario vasco, detalle que agrava si cabe el hecho, pero que a las víctimas poco les importa, imagino.

En un capítulo anterior confinaron a dos peces en sendas pozas naturales y obligaron a las concursantes a matarlos a lanzazos. No había prisa por terminar la bacanal, y, con tal de que se cumpliera el guión, el presentador ordenó devolver a uno de los animales a la poza para que siguiera siendo alanceado. La escena termina con los peces heridos de muerte, coleando ya por puro protocolo y ahogándose impotentes fuera del agua. Ganó Arantxa, y perdimos todos.

Pero el ansia de sangre de la productora no pareció quedar satisfecha, a tenor de los machetazos que asesta ante la gélida cámara otro participante a una serpiente que pasaba por allí, camino de su casa o dando un paseo matutino, eso ni lo sé ni me importa. Ya en 2009 lo denunció la asociación AnimaNaturalis, y hasta una organización conservacionista lo denunció también en los medios, manifestando su desazón porque les habían chafado en unos minutos la labor de años, inmersos como estaban en plena campaña de concienciación escolar para tratar de desterrar de la mente de los niños la absurda mala fama que “arrastran” los ofidios. Yo no entiendo mucho de serpientes, pero supongo que por fuerza ha de dolerles un machetazo en la cabeza, dotadas como están de un sistema nervioso centralizado, como lo estamos de hecho todos cuantos leemos estas líneas. ¿De verdad resulta tan difícil empatizar con quienes compartimos naturaleza vertebrada?vertebrada

Y quizá tenga su gracia lo de arrancar a mordiscos la carne de un cerdo abierto en canal –al menos tuvieron el detalle de que este estuviera muerto–, aunque muchos no conseguimos vérsela por ningún sitio. Será que nos manejamos con un sentido del humor diferente. O que nos hemos leído el Artículo 13.a de la Declaración Universal de los Derechos del Animal. Más allá de la agresión objetiva y gratuita a los animales, estaremos de acuerdo en que estos hechos en poco o nada favorecen la imagen de una comunidad política, la vasca en este caso.

He tomado como punto de partida un caso concreto, pero apenas es este un simple ejemplo del uso y abuso de ciertos animales que se prodiga en determinados programas de televisión: de manera burda en algunas ocasiones, más sutil en otras, pero siempre lesivos para ellos.

Siendo así, debe tomarse también este texto como denuncia a todos esos espacios de la tele que recurren a la presencia de animales en el plató como mero atrezzoatrezzo: tigres aterrorizados por el resplandor de los focos, perros temerosos de los aplausos, y no hablemos ya de los insectos y gusanos que servirán de “asquerosa comida” a concursantes ávidos de fama, por efímera y palurda que esta sea. Y hasta creo que merecería una muy seria reflexión el contenido de [supuestos] chistes y gracietas que desde luego no tienen en cuentan la terrible realidad de la que se nutren.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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