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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Froilán o la tauromaquia bajo mínimos

Froilán asiste a una corrida de toros en Palma de Mallorca, acompañado por su madre, Elena de Borbón, y su hermana Victoria Federica, menor de edad. Foto: EFE

Ruth Toledano

Tan bajo están cayendo los taurinos que han recurrido a Froilán. Hace tiempo que el lobby taurópata, desesperado en su declive, no puede ocultar los síntomas de esa agonía. Incapaces ya de convencer a la sociedad española de los falaces valores de sus prácticas -que la gran mayoría identifica con lo que es: tortura, muerte, corrupción económica y nepotismo político- toreros, ganaderos, empresarios y secuaces se han ido despeñando por un precipicio de falsas acusaciones contra los antitaurinos, agresiones físicas a activistas, amenazas jurídicas lanzadas desde bufetes de relumbrón (Cremades y Calvo Sotelo Abogados, los mismos que fueron con Gallardón a Venezuela), y toda clase de mentiras y componendas sobre su realidad. Pero tales esfuerzos están resultando tan inútiles a sus pretensiones que, en esa caída libre al vacío, la tauromafia ha acabado estrellándose contra el más irrisorio ridículo: hacer entrar en escena a Froilán.

En su recién estrenada mayoría de edad, el vástago díscolo de Elena de Borbón (infanta de España y duquesa de Lugo) y Jaime de Marichalar y Sáenz de Tejada (Caballero Divisero Hijodalgo del Ilustre Solar de Tejada) ha concedido al programa Espejo Público de Antena3 su primera entrevista. Y lo ha hecho para defender la tauromaquia, es decir, como un patético pelele de la banda del maltrato animal institucionalizado.

Del niño y adolescente Froilán hemos ido recibiendo noticias muy poco prometedoras (algunas, incluso, un tanto bochornosas). Se le atribuyen numerosas salidas de tono y ha pasado por un internado para gamberros de lujo (del que Jaime de Marichalar es también insigne exalumno), hasta aterrizar en la academia militar en Virginia (USA) donde está completando su dificultosa formación. Su contacto con las armas también resulta inquitante, teniendo en cuenta que el sobrino de Felipe VI se pegó un tiro en un pie con una escopeta de caza de su padre (su abuelo, Juan Carlos de Borbón, se cargó a un hermano en circunstancias similares).

Esta joyita de la corona es la que viene ahora a ser la voz que pretende legitimar la barbarie taurómaca. No nos sorprende, dado que el cuarto en la sucesión al trono heredado de Franco no hace sino seguir los pasos ensangrentados de su madre y de su abuelo, grandes aficionados a la tortura de toros (no así el rey Felipe VI, quien, sin embargo, este año se prestó a inaugurar la temporada de Las Ventas; ni así la tía Cristina, ocupada primero en menesteres más lucrativos y en hacerse la despistada en el banquillo después). Tampoco nos sorprende dada la trayectoria del chaval, que ha venido sacando los colores a propios y extraños, y por si todo fuera poco es coleguita del pequeño Nicolás. Un simple detalle más.

Pero que tal personaje haya sido el elegido por el lobby taurino para hacerles de valedor es tan significativo y chistoso que los abolicionistas aplaudimos a ritmo de carcajada. Porque tirar de Froilán solo puede tener dos explicaciones (que no son excluyentes): que los del mundillo taurino no dan para más y aún se deslumbran con semejante familia, o que se saben tan acabados como para arriesgar el último cartucho vacío a los miserables y fugaces réditos del ruido mediático. “Es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente”, aconsejó Groucho Marx.

Consejo que no han seguido ni el lobby taurino, ni el Borbón Froilán ni Elena, su madre. Y esto sí resulta sorprendente, pues la infanta carga con la reciente polémica que desató una denuncia relacionada con su perversa afición: el pasado 4 de agosto acudió a una corrida de toros en Palma de Mallorca acompañada de sus hijos, Froilán y Victoria Federica, que tiene de 15 años. La Fundación Franz Weber y la asociación Libera! pidieron formalmente una sanción contra los organizadores de la corrida por permitir la entrada de la menor, que vulnera la legislación autonómica. En concreto, la ley 1/1992, de 8 de abril, de protección de los animales que viven en el entorno humano, vigente en todo el territorio balear, también en la plaza de toros de Palma de Mallorca, que prohíbe la entrada de menores de 16 años a esos espectáculos. Lejos de mantener a sus hijos apartados de la violencia taurina, lejos de haberlos educado en la compasión por el sufrimiento ajeno, Elena de Borbón los ha acostumbrado a considerar plausible la crueldad. Lejos de haber reflexionado sobre la repulsa social que generó la asistencia de la niña a la tortura animal, permite ahora que Froilán se convierta en su grotesco adalid.

Con ese tono monocorde que le viene también de familia, Froilán se limitó en la tele a balbucear cuatro pobres frases, tipo “espero que se sigan respetando las fiestas nacionales, las culturas nacionales, que siempre han estado en pie” (¡ojo con el pie, Froilán!), y a promocionar a un amiguete suyo que quiere despuntar en la tortura, un tal Gonzalo Caballero. Luego, claro, entró una llamada del matador Fran Rivera: Froilán legitima a la tauromafia, la tauromafia legitima a Froilán y se cierra el esperpéntico círculo de favores. El matador de papel couché pidió para sí y los suyos un respeto que él no tiene ni por los animales ni por los abolicionistas y sufrió una suerte de desliz: dijo que “en muchos Ayuntamientos se están eliminando los festejos taurinos porque lo deciden cuatro”. Rivera olvida que en los Ayuntamientos democráticos esas decisiones las toman cargos electos, es decir, personas a quienes los ciudadanos han votado. Que saque sus conclusiones. Se comprende que él hubiera preferido los Ayuntamientos franquistas, quizá también por seguir su propia tradición familiar: su madre apoyaba a la Fuerza Nueva de Blas Piñar. “Soy español, soy taurino”, proclamó Rivera, olvidando también que la mayoría de los españoles abominamos de la tauromaquia.

Dijeron los de Espejo Público que ni Elena de Borbón ni la Casa Real tenían conocimiento de que Froilán concedería la entrevista taurópata. No hay quien se lo crea, pero qué más da. Lo que importa es que taurinos y borbones van cayendo de la mano hacia el abismo del parque de atracciones mediático en el que se ha convertido su propia existencia. Lo que importa es que no han protegido contra la violencia a los menores implicados (Victoria Federica y, hasta hace muy poco, el propio Froilán). Lo que importa es que la tauromafia está tan desesperada que para rematar la faena ha llegado a caer en el mayor de los ridículos. Lo que importa es que, en una sociedad democrática que repudia el maltrato animal, a los taurópatas les quedan cuatro telediarios. De Antena3.

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