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Oh la la, qué bochorno

Iñaki Ochoa de Olza

Leo con interés uno de los últimos ejemplares de la antes mítica revista de la competencia (El Sin-nivel que dice alguno). Lo cortés no quita lo valiente, claro, aunque uno cree por supuesto que el futuro pasa por ésta que ustedes han comprado, digamos de paso que creo que con buen criterio. El articulo en cuestión habla del macizo de Peña Telera, en el Pirineo Aragonés. Lo firma el alpinista Lorenzo Ortas, a quién no tengo el gusto de conocer, aunque es una de estas personas que te caen bien sólo de oídas porque pertenece a una casta de montañeros de leyenda, y es uno de los supervivientes. Así que me lanzo a su ojeo, digamos.

El macizo de Telera es un jardín. No me estoy poniendo cursi, me refiero a un jardín de infancia, un parvulario donde hemos aprendido lo básico y lo que viene después sobre alpinismo. La cara norte, surcada de corredores, de diferentes dificultades y longitudes, ha supuesto para varias generaciones el descubrimiento de un mundo mágico, el de la montaña invernal, que jamás decepciona, y que a veces es un trampolín para descubrir montañas más grandes o más lejanas. El caso es que en el mencionado articulo, bien surtido de fotos y croquis, se podía uno ver reflejado, en su evolución personal y en su desarrollo como alpinista hasta llegar a estas altísimas cimas (de la miseria, que diría Groucho Marx). Allí muchos tuvimos por vez primera la sensación de que la montaña puede ser un camino a seguir. Nunca he sentido la necesidad de abrir nuevas vías para reafirmar mi modo de entender la montaña ni para abrirme camino. Pero alguna vez me ha sucedido, eso de estar en el sitio justo con la gente adecuada. Precisamente en Telera, el último día de 1989 y con Mikel Madoz y Juan Tomás, participé en una primera, en el macizo del Pabellón. Juan, el alpinista que más confianza me ha inspirado por su modo de escalar en hielo y mixto, llevó el peso de la ascensión, y yo recuerdo ir de segundo y hacer lo que me decían. Siempre ha habido clases. Era un bonito corredor, con un muro de hielo al principio y bellos resaltes. Le bautizamos ‘Bochorno glaciar’, aunque nuestro amigo Juanito (de apellido Cebriain, no piensen ustedes mal) quería bautizarla “Sadam Hussein, herria zurekin”, (el pueblo, contigo). Nombre curioso, porque entonces no sabíamos nada de lo que se nos venía encima, cuando pasara a mandar y presidir el hijo de... quién mandaba y presidía entonces. En los inviernos siguientes, la escalé a pelo, con la novia, con cursillistas, y cantidad de gente reafirmó su belleza e interés.

Por eso me sorprendo al ver en el citado articulo dibujada nuestra línea y ver que le llaman “Goulotte du croissant”, “abierta” en 1994, adivinan ustedes, por unos franceses que imagino ladinos y taimados, por supuesto. Supongo que los clavos que dejamos o no los vieron o pensaron que los había puesto el ayuntamiento. No es por vanidad, créanme, pero es que no me ha pasado a menudo lo de abrir vías. No soy, por ejemplo, como mi amigo Mikel Zabalza, que ha abierto docenas, y que si le pasara esto le importaría un huevo de pato. La verdad es que no importa como la llamen, si la escaláis no os decepcionará. Eso sí, el día que vayais a hacerla desayunad Muesli, que va mejor que los croissants, qué duda cabe.

Columna publicada en el número 13 de Campobase (Marzo 2005).

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