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“Nanuk”, pasión por la montaña y su historia

Abratzky

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Abratzky “A la cárcel por escalar”Primera parte

Abratzky “A la cárcel por escalar”Primera parte

Por Nano Sánchez Grassa

El 19 de marzo de 1848, mientras en Berlín el pueblo levantaba barricadas por todas partes contra el Kaiser Federico Guillermo iniciando la Revolución de Marzo, unos 200 kilómetros al sur, Sebastian Abratzky, “cheminero” de profesión, sólo, descalzo y sin cuerda realizaba el único asalto que la fortaleza de Königstein sufrió en toda su historia.

Un buen amigo, Gerardo, dice que todas las fortalezas, por muy altas y muy fortalezas que sean, si son de arenisca, acaban cayendo, basta una cucharilla de café y tiempo. Sebastian Abratzky fue por la vía rápida y se decidió a escalarla...

Levantada en el siglo XII como “Novum Castrum”, y bautizada en el siglo XIII como “Lapis Regis” (“piedra real”, en latín, traducido al alemán como “Königstein”, su actual nombre), dio protección a los diferentes reyes y señores feudales de Bohemia y Sajonia. En pie sobre muros verticales de arenisca de más de 30 metros de altura, se muestra inexpugnable, y de hecho, hasta la escalada de Sebastian Abratzky, nadie antes, ni ejército, ni individuo, había conseguido superar sus muros. Paradójicamente, la fortaleza jamás se había visto involucrada en guerras o combates serios. Albergó un monasterio, una cárcel y, ya en el siglo XIX, era una atracción turística promovida por el romanticismo y por las vistas excepcionales que ofrecía sobre el Elba y la muga de Bohemia. Pobre ya de nacimiento, Abratzky no podía permitirse pagar la entrada al recinto –que costaba entonces dos Talones- y decidió colarse escalando sus muros.Si se visita Mahlis, el pequeño pueblo de la llanura alemana, literalmente hundido en un agujero, cuna de Abratzky, uno se pregunta dónde pudo el sajón haber aprendido a escalar. No hay allí ni una sola roca, y los árboles son más bien escasos.

Al nacer (22 de agosto de 1829), a nuestro escalador le pusieron más nombres que a un Borbón, y fue bautizado como Juan Federico Sebastian Abratzky (Johann Friedrich Sebastian Abratzky), pero no siendo de familia regia tuvo que ganarse las habichuelas trabajando como todo ser honrado. Oficio: deshollinador. En 1848 termina su formación y va a Dresden y alrededores para probar suerte escalando, limpiando las chimeneas de las casas de la nobleza y alta burguesía.

Es así como nuestro “cheminero” aprende a escalar, y adquiere la técnica que le ayudaría a realizar aquella histórica y pionera escalada en las paredes de Königstein. Fue quizás una de las primeras personas de nombre conocido, a la que puede considerársele “escalador profesional”, pues literalmente vivía de la escalada, y además, adelantándose a la objetualización comercial de la que la escalada es víctima en la sociedad del espectáculo en la que sobrevivimos, se dedicó a “vender” su aventura vertical. Si hoy en día todo tiene que ser vendido y posteado en la red, Abratzky, vendió su aventura con los medios que en la época estaban a su alcance: la imprenta, la palabra y las conferencias.

Ataque a la gran fortaleza

Ataque a la gran fortalezaEl propio Abratzky contó su escalada, así como su técnica de chimenea, sin cuerda, armado de coraje y ropas viejas ... “Me preparo para la escalada (...). Las botas me molestarían para subir, así que me las quito, las ato juntas y me las cuelgo al cuello (...) y subo por la enorme fisura como subiría por la chimenea de una casa. No sé, querido lector, si alguna vez ha visto escalar a un deshollinador. Utilizamos sobre todo la rodilla, la empotramos contra la pared frente a nosotros al mismo tiempo que con la espalda nos apoyamos con fuerza contra la pared trasera, y así nos alzamos hacia lo alto de la chimenea. De esta manera utilizamos poco las manos, las necesitamos libres para limpiar con el escobón. Así el paisaje... Delante y detrás de mí tenía la pared, a mano izquierda la orilla del Elba y a la derecha la fisura que se volvía cada vez más estrecha.” A las 10 de la mañana todavía estaba fresco, hasta que a media pared topa con un gigantesco bloque empotrado difícil de superar. Duda... “Pruebo a ver si el bloque es estable ...me pongo encima suyo, me siento encima, no se mueve. La valentía, renovada, fluye por mis venas, me puedo relajar.” Continua y, de repente “algo me arrastra fisura abajo, soy yo mismo, es como si las paredes se movieran, me empotro en el fondo de la grieta aterrado. El bloque donde descansaba se precipita hacia abajo liberado por mi propio peso (...). Un sudor frío recorre mi cuerpo. Pero, querido lector, no crea ni por un momento que el miedo se apoderó de mí, los ”chemineros“ estamos acostumbrados a cosas así, y el miedo es para mí algo que sólo conozco de nombre.”

Nuestro sajón no se “achicopala” y sigue venciendo todo tipo de obstáculos: vegetación, mala roca, la chimenea cada vez más estrecha, el patio creciente... y el cansancio. Tiene que comenzar a hacer reposos. “El tiempo comienza a jugar en mi contra. Es como si llevara ya días metido en esta fisura. ¿Y si me coge un mareo? Si resbalo no hay salvación, estoy perdido. Miro hacia arriba a ver si estoy cerca de mi meta. La fisura se retuerce y serpentea, y no consigo ver el final. Un impulso febril se apodera de mí: ¡subir, subir! Ahora la chimenea se va abriendo, y ya no puedo estirarme más y subir en oposición. Así ya me es imposible escalar más. No puedo abrirme más (...)”. La situación es tensa, con el final ya cerca, el parapeto de la muralla que cierra la chimenea le corta a él también el paso, de nuevo “un sudor frío me recorre la nuca. No puedo continuar. Estoy perdido, y la muerte me mira desde el vacío a mis pies.”

Las campanas de Königstein y Bad Schandau parecen tocar a Requiem por el deshollinador, pero inesperadamente, nuestro valiente descubre un saliente en la roca, una ínfima presa... Sus dedos, su vida, se crispan y se aferran a ella “colgado en el vacío a 400 pies del suelo (113 metros), abandonado a la fuerza de mis dedos. Un deseo incontenible me obliga a mirar al vacío: no podría mesurarlo con los ojos.” Tiene que alcanzar todavía el canto del parapeto, su salvación... “Agarrándome con la mano derecha a una pequeña hendidura del muro, me impulso para buscar con la izquierda el canto del interior del muro y poder agarrarlo. Lo consigo ... a mis pies las campanas de la ciudad redoblan por el mediodía.”

A la salida del muro, descalzo, salta sobre una afilada estaca de hierro que le amputa dos dedos del pie derecho. Destrozado por el cansancio de más de tres horas de escalada y perdiendo sangre a borbotones por la amputación, todavía consigue dar unos pasos antes de sucumbir desmayado sobre la hierba. Una patrulla le encuentra y tiene todavía que pasar 12 días encerrado en la fortaleza que había vencido con pericia y valentía.

La estrella estrellada

Esta misma historia la repetirá una y otra vez en sus conferencias por toda Sajonia y la Bohemia, y se publicará casi siempre con las mismas palabras en varias ocasiones (1859, 1886...). Parece que, para escribir el texto, como hoy también hacen muchos escaladores, nuestro escalador recibió la ayuda del redactor de la primera revista que lo publicó. Y así se llegó al libelo que se toma como versión más difundida de la historia, y que se vendía a 25 peniques: “Die einzige Ersteigung der Festung Königstein durch Sebastian Abratzky, von demselben erzählt.”

Y a base de ser repetida y leída una y otra vez, la historia se tomó como verdadera. Los tiempos, maldita sea, no han cambiado. Y el relató influyó a los niños, que un día se convertirían en escaladores recios. Fue lo que pasó con Andreas Schneider y Erhard Koch, que consiguieron repetir la vía de Abratzky en 1955, habían pasado más de 100 años. Ambos escaladores locales dejaron en la vía el primer libro de cima para los posteriores registros. Parece que en 1923 hubo una repetición que quedó indocumentada.

Pero, ¿es cierto todo lo que aparece en los documentos? ¿Qué valor tienen noticias, artículos, internet, libros, prensa? Recientemente los historiadores han puesto en entredicho la ascensión de Abratzky, no que lo consiguiera, sino la narración del cómo lo hizo... El escalador local e historiador Joachim Schindler desmonta el relato exagerado del “cheminero”. Los 113 metros se quedan en 34, los doce días de prisión en medio día, las tres horas de escalada en apenas media... Abratzky además de ser un pionero en la escalada resultó ser un pionero en el fenómeno tan actual de cómo venderla y “comercializarla”, vivir de ella y sacarle partido. Había nacido el fenómeno de la amplificación y la espectacularización de una forma de vida, de ganarse la vida, de ganar vida, que ha quedado hoy denigrada y “olimpizada”.

La estrella, al final quedó estrellada. Abratzky, al final, apenas pudo que malvivir de las rentas generadas por su escalada. La sociedad oprimida por la burguesía y las oligarquías se iba empobreciendo, y Abratzky descendía con ella en la curva. Su gente, la clase obrera de Dresden aún se revuelve y se levanta en barricadas en las revueltas de 1849, Bakunin y Wagner están en aquellas calles ardiendo, y el ruso acaba habitando las celdas de la fortaleza conquistada un año antes por el “cheminero” sajón. A éste, en la parte baja de la curva no le quedaron más que dos salidas, una mala, robar, y otra peor, servir en el ejército, prusiano, en este caso. Recurriendo a la escalada, Abratzky no tuvo problemas en colarse en más de una casa pudiente. Pero le pillaron y le costó varios años de prisión. Desahuciado no vio más salida que servir durante 9 años (1850-1859) en el regimiento de cazadores del ejército prusiano. Licenciado acaba en Zerbst, donde publicará su “librito” en 1886.

Abratzky se debió pasar el resto de su vida intentando evitar el resbalón definitivo, la caída de la curva a la vertical del vacío. Pero un día sus dedos ya no pudieron luchar más contra la decadencia de una curva viciada, el alcohol llevaba ya varios años lastrándole el alma. No tenía alas. Su mujer no consiguió sobrevivirle, y cuando apareció su cuerpo desligado del alma, abandonado en un calabozo de Dresden tras haber sido encontrado por la policía tirado en el suelo con un coma etílico, un niño y cuatro niñas quedaban huérfanas. Pero, ¿y su memoria? Normalmente sólo a las personas verdaderas el pueblo las guarda en su recuerdo con cariño, y hoy en día en las Elbsandstein, en Dresden, Mahlis, Zerbst, Leipzig aún se recuerda al “Cheminero” con simpatía y cariño...

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