De cuando el CD Tenerife empezó a vender para sobrevivir… y la UD Las Palmas hizo lo contrario

Colo visitiendo la camiseta del Atlético de Madrid.

ACAN

Santa Cruz de Tenerife —

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Quince días. Eso fue todo lo que duró Julio Santaella Benítez, Colo (Tenerife, 1938) como jugador del Tenerife tras acabar, de manera oficial, la temporada que significó el estreno blanquiazul en Primera División. Consumado el descenso, los jugadores tuvieron orgullo para firmar una notable participación en la Copa del Generalísimo. Liberados de la angustia liguera, en octavos de final eliminaron al Oviedo, décimo en el campeonato de Primera División. Y luego forzaron un partido de desempate ante el Sevilla, sexto clasificado en la Liga y, a la postre, finalista en el 'torneo del KO'. Aquel día, Colo jugó el último de sus 87 partidos oficiales como blanquiazul. Dos semanas después, el 9 de mayo de 1962, fue traspasado al Real Betis Balompié por 1.310.900 pesetas.

Muy poco para un lateral diestro sobrado de técnica, fuerza y velocidad al que tres temporadas a un nivel sobresaliente le habían bastado para dar el salto a la Península. La marcha de Colo abrió la veda de traspasos. En su caso, los andaluces se aprovecharon de que existía un vacío institucional, pues el club estaba en pleno proceso electoral. Pero diez meses después, con un presidente ejerciente, se fue Yeyo Santos al Zaragoza por 1.675.000 pesetas. Y un par de semanas más tarde, tras realizar una asombrosa eliminatoria copera, el Valencia se hacía con el guardameta Ñito por apenas un millón de pesetas. Y después salieron más, pero siempre había déficit. Algunos como Martín, José Juan y Gilberto lo hicieron a Las Palmas, que no apostó por sobrevivir, sino por crecer.

Las Palmas optó por gastar más en futbolistas e ingresar más en taquillas. Y así estuvo dos décadas seguidas en la élite. Y el Tenerife tuvo otro problema: a Colo le fue (muy) bien en su aventura en el Betis. Abrió la veda y creó escuela. La de ver al Tenerife más como un trampolín que como un objetivo. Formado en el Real Unión, donde empezó como marcador central, Colo lo ganó todo en el fútbol regional antes de convertirse en blanquiazul. Y de ahí dio el salto al Betis. Y en el Benito Villamarín, en compañía de un fenómeno como Luis Aragonés, llevó a los andaluces al tercer puesto liguero, su mejor clasificación en Primera División después de la guerra civil. Eso le valió un traspaso al Atlético de Madrid, a donde se fue con su inseparable Luis y el malogrado José Miguel Martínez.

Como rojiblanco ganó una Copa del Generalísimo y fue titular en la Liga que conquistó el Atleti con Balmanya –que le conocía del Betis– en el banquillo. Y hasta llegó a formar parte de alguna convocatoria con la selección española cuando el citado Balmanya fue nombrado seleccionador. Sin embargo, en el verano de 1969, con apenas treinta años y tras haber sido titular indiscutible el curso anterior, abandonó el fútbol tras haber disputado 144 partidos en Primera División. Paradojas del destino: casi tres lustros después de su fichaje por el Betis, cuando al propio Colo le tocó ser presidente blanquiazul, comprobó en carne propia que el modelo era insostenible y que ya era imposible salir de aquel círculo vicioso para tan solo intentar crecer. Y que había que vender, vender y vender.

Pero no para mejorar. Sólo para sobrevivir.

(*) Capítulo del libro ‘El CD Tenerife en 366 historias. Relatos de un siglo’, del que son autores los periodistas Juan Galarza y Luis Padilla, publicado por AyB Editorial.

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