Mota celebra los 80 años de su debut como jugador del CD Tenerife

Manuel Campos González, Mota, en una foto de la época en la que era jugador del CD Tenerife.

Canarias Ahora Deportes

Santa Cruz de Tenerife —

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Hace unas fechas la Fundación Canaria del CD Tenerife puso en marcha el área de proyectos históricos para preservar y recuperar el patrimonio histórico y deportivo de la entidad y la divulgación de su pasado, actividad y logros, coordinada por el periodista Juan Galarza.

En la web de la entidad se publica este martes un amplio reportaje dedicado a Mota, que a continuación reproducimos, y que forma parte de ese trabajo de divulgación. El autor del texto es Juan Galarza:

El exfutbolista más veterano de la entidad cuenta hoy con 98 años y vistió por vez primera la camiseta del CD Tenerife, en un partido oficial, el 10 de diciembre de 1939. Sucedió en el viejo Stadium, donde el titular se impuso al Unión (3-1) y Mota anotó un gol. Ese curso participó en la conquista del campeonato insular y en la eliminatoria de Copa con el Sevilla. 

El 10 de diciembre de 1939, Manuel Campos González, entonces un joven futbolista nacido el 28 de febrero de 1921 en el barrio del Cabo, tenía 18 años de edad. Formado en las filas del infantil Pequeño Salamanca y el juvenil Sporting Moderno, aquel día iba a debutar en partido oficial con el primer equipo del Club Deportivo Tenerife, junto a figuras contrastadas como Rafael Morera, quien le doblaba la edad, o Chicote. Uno y otro estaban de vuelta a la isla, tras haber militado en el Madrid y el Sporting de Gijón, respectivamente, otorgándole jerarquía a un equipo que luchaba por reeditar su preeminencia en el fútbol regional, una vez concluida la guerra civil y reorganizarse las competiciones.

Campos, más conocido como Mota, apelativo que tomaba de su hermano mayor, también futbolista, por la velocidad motorista con la que se empleaba, había llegado al Tenerife poco antes del verano. La habilidad y el desparpajo con el que desenvolvió en el torneo juvenil del curso precedente, jugando en el Sporting Moderno, llamó la atención de los rectores blanquiazules, a quienes no les resultó fácil convencerle. Sobre todo porque el CD Price, el equipo grande del barrio de Salamanca, donde residía Mota, pujaba con idéntico objetivo.

UN FICHAJE DE PELÍCULA: En plena disputa por hacerse por sus servicios, cuenta que directivos del Tenerife lo escondieron en una azotea del barrio de Uruguay para esquivar a sus homólogos del Price, ofrecerle 400 pesetas y lograr que terminara estampando su rúbrica en la ficha federativa. El desenlace de la operación aliviaba de alguna manera el arduo trabajo desarrollado por el club desde primavera, a base de reagrupar efectivos –algunos de ellos recién llegados del frente– para afrontar la competición con cierto fundamento.

No obstante, con carácter previo y ante el vacío federativo, la entidad tomó la iniciativa y organizó un campeonato juvenil. Su decisión no solo permitió captar y aglutinar nuevos talentos, sino que también hizo de palanca para que los aficionados regresaran a los campos de juego y en la prensa volviera a escribirse de fútbol. De este modo, el torneo tuvo una notable repercusión social y resurgieron los mentideros en la ciudad, donde se hablaba de jóvenes valores como Campos.

“Mota, el benjamín de los futbolistas tinerfeños, se batió el domingo heroicamente. Sudó su camiseta ante una tripleta que era algo así como un pesado trimotor de bombardeo. Algunas veces nos parecía un ‘caza’ o un ‘rata’ evolucionando en un mar de nubes…” escribía Domingo Rodríguez, bajo el seudónimo ERRE, en las páginas de ‘El Día’, en mayo de 1939. Se refería así a la actuación del pequeño interior en un amistoso entre el combinado juvenil y otro de figuras contrastadas, como Cayol, Llombet, Peregrino, Morera, Chicote o Rancel.

ESTRENO COMO BLANQUIAZUL: Tres meses después, a las órdenes de Andrés Llombet –primeramente, hasta su dimisión– y de Rafael Morera, dos ex futbolistas consagrados, Mota comenzó su andadura blanquiazul. Disputó en La Laguna, frente al Hespérides, su primer partido amistoso, en el Trofeo de la Fiestas del Cristo, donde se estrenó con un gol, al que siguieron otros contra rivales grancanarios como el Marino y el Athlétic.

Pero su bautizo en competición oficial quedó sellado el 10 de diciembre, en la sexta fecha del campeonato insular, ante el Unión. Los blanquiazules saltaron al campo del viejo Stadium santacrucero con Abel; Morera, Delgado; Conrado, Nieto, Victoriano; Eusebio, Mota, Chicote, Martinica y Luis. Llegaba el Tenerife escocido por el doloroso 3-0 que le endosó el Price, una semana antes, y Morera decidió ofrecer la alternativa al joven Mota, quien le devolvió el gesto rompiendo el empate a uno que plasmaba el marcador a diez minutos de la conclusión. La victoria acabó por redondearla Martinica, con un tercer tanto, y los seguidores tinerfeñistas regresaron a casa con otra cara.

CAMPEÓN INSULAR Y CONCURSO EN COPA: Desde ese instante, el cuadro blanquiazul contó con victorias cada uno de los seis compromisos pendientes y se hizo con el primer título insular de la posguerra, lo que le facilitaba, además, su acceso a la Copa del Generalísimo, el antiguo Campeonato de España. Por consiguiente, como en las ediciones de 1932 y 1934, tocaba embarcarse con rumbo a Cádiz –previa escala en Las Palmas– y afrontar una travesía de tres días, para dilucidar en tierras peninsulares los dos partidos de la eliminatoria.

Esta vez, la curiosidad estribaba en que los jugadores isleños desconocieron la identidad de su rival hasta arribar al puerto gaditano, debido a que el sorteo se celebró en pleno viaje. Quiso el azar (o no) que el adversario fuera el Sevilla, flamante subcampeón de Liga, con uno de los mejores planteles de la época, en el que sobresalía la delantera “Stuka”, que tomaba dicha denominación de los aviones de guerra más potentes de la época. López, Pepillo, Campanal, Raimundo y Berrocal integraban su temido quinteto atacante.

Sin necesidad de acudir a la desventaja de la lejanía, la empresa de la continuidad en el torneo resultaba una quimera. El choque de ida, disputado el 12 de mayo de 1940 en Nervión, confirmó los peores augurios. El Sevilla goleó al Tenerife (6-1), con un Campanal pletórico, autor de cuatro goles. “Aguantaron bien la primera parte y descollaron en la combinación el delantero centro y sus alas”, escribió en el ‘ABC’ sevillano su cronista Discóbolo, que terminó por sentenciar que el campeón canario ofreció “una actuación voluntariosa pero poco afortunada”.

A la semana siguiente, Cádiz acogió el partido de vuelta y su campo de Mirandilla hizo de feudo blanquiazul, adoptando como titulares a Abel; Morera, Luis; Conrado, Nieto, Victoriano; Domingo, Mota, Chicote, Santacruz y Guiance, sin que el Sevilla variase prácticamente su equipo. Lejos de amilanarse, el Tenerife salió a morder. Los postes repelieron hasta tres disparos de Mota, Chicote y Santacruz y el guardameta Guillamón salvó otros tantos, pero no evitó la derrota.

Chicote materializó el triunfo, pero una confusión periodística, cuando los futbolistas todavía no llevaban número en el dorso de sus camisetas, dio el gol a Mota. “Tras el partido, mientras me comía un mantecadito, se me acercó Chicote para decirme que en Radio Nacional me habían dado el gol. Sólo pude responderle: ¡Qué quieres que te haga, Juan!” Hoy todavía lo recuerda, con cierta sonrisa picarona.

EL TENERIFE, EN TODO LO ALTO: La anécdota era lo de menos después del recital ofrecido al público gaditano. “La victoria de los canarios, inesperada, ha confirmado la excelente calidad del fútbol isleño. El Sevilla no salió eliminado por dos factores que le acompañaron en suerte: Guillamón y los postes”, señaló en Radio Cádiz su cronista Moncho. Tanto fue así que llovieron las invitaciones para que el Tenerife aplazara su vuelta y jugase varios amistosos en la región. Sin embargo, las lesiones de varios efectivos obligaron al regreso inmediato.

La fiebre del fútbol había vuelto a la isla. Los aficionados llenaban el Stadium, donde no solo el Tenerife actuaba como titular, sino que compartía con los otros tres grandes equipos de la ciudad: el Price, de Salamanca; el Iberia, del Toscal, y el Unión, del Cabo. El cartel de participantes lo completaba el Hespérides lagunero.

Aquella efervescencia futbolística animó a la directiva presidida por Heliodoro Rodríguez a contratar a los dos de los mejores equipos del momento: el Atlético Aviación, campeón de Liga, y el Sevilla, sucampeón. La gira del primero tuvo lugar a finales de junio y consistió en la disputa de tres encuentros –en todos ellos jugó Mota–, donde el Tenerife no solo tuteó a su rival, sino que incluso llegó a imponerse (2-1) en el segundo, cayendo en el tercero (2-4). “Perder frente a los campeones de España es un honor”, sentenció en el epílogo, cuando entregaba el trofeo en disputa al capitán atlético, el delegado de la Federación Española y ex presidente del club, Pelayo López y Martín Romero.

La otra gira, la de los sevillistas, aconteció en agosto y contó con cuatro partidos. Se trataba de la tercera ocasión en la que el equipo andaluz jugaba en la isla, tras las experiencias de 1922 y 1925. Como sucediera dos meses antes con el Atlético Aviación, la igualdad resultó patente: el Sevilla ganó dos encuentros y el Tenerife otros tantos.

NUEVOS TÍTULOS Y UN DENSO PERIPLO: Por más que el fútbol nacional seguía nutriéndose con algunos de los jugadores isleños más sobresalientes –casi medio centenar llegaron a jugar un mismo año en equipos peninsulares–, la cantera tinerfeña no terminaba de agotarse. Dotado de más recursos económicos que sus rivales, el CD Tenerife renovaba sus filas con lo mejorcito del lugar, cuando no aprovechaba el retorno de figuras como Bernardino Semán, que había pertenecido al Barcelona y el Español.

A su lado, Mota tuvo ocasión de participar en el doblete de la temporada 40-41, cuando el Tenerife no solo revalidó el título insular sino que también se hizo con el entorchado regional, once años después de su última disputa. Con todo, el joven futbolista –solo tenía 20 años– decidió solicitar su recalificación como amateur, quedando libre para fichar por el Price, el equipo de su barrio. “Teníamos una prima de ocho duros por ganar y jugaba junto a otros chicos, como Camilo Roig, Benigno, Morera, Celedonio, Alvarito, Zamorano, Ruperto…”

A partir de ese momento, inició un periplo de once años por otros tantos equipos. Obligado por los deberes militares, en 1942 tuvo que trasladarse a Las Palmas, donde acabó enrolándose en otro histórico, el Club Victoria. “Jugaba el campeonato militar y me quería el Gran Canaria, pero un capitán del Ejército me habló del Victoria, con el que vine a jugar a Tenerife, sin todavía haber fichado, con 15 duros de dieta y alojándonos en el hotel Pino de Oro”.

Otro militar, Luis Guiance, con el que había jugado en el Tenerife, le ofreció regresar a su isla, trasladándose como educando de Música, aún reconociendo que “no sabía nada de música”, para fichar por el Unión, al que acabó por abonarle 10.000 pesetas y adquirir así su ficha como futbolista libre, en 1944. Sabadell, Córdoba, Tarragona, Reus y Tarrasa conformaron su experiencia en el fútbol peninsular, intercalada con su compromiso con un cuarto equipo de la ciudad, el Iberia del barrio del Toscal, donde hoy reside, a sus 98 años, en un luminoso piso de la calle de La Rosa.

LA ETAPA POSTRERA: Los últimos años de la carrera futbolística de Mota incluyen una segunda etapa en el CD Tenerife, más breve que la anterior, en el curso 49-50, y una apuesta por la unificación en torno a la Unión Deportiva Tenerife, en 1951. En el primero de los casos, coincidió con la frustrada intentona por ascender a categoría nacional, en una liguilla con el Imperial, Ceuta, Toledo, Melilla y la UD Las Palmas (estos dos últimos acabaron por dar el salto a Segunda División). En el otro, el del “equipo único”, la experiencia supuso para Mota, igual que para otros muchos futbolistas y aficionados, su apartamiento del representativo, en desacuerdo con la política de sus rectores.

Más adelante, con ocasión de uno de los ascensos de categoría, Paco Zuppo, aquel incansable seguidor que se situaba en el centro del campo y dirigía a la afición en la interpretación de los “riqui-racas”, convenció a Mota para regresar a la casa blanquiazul. Se dio de alta como socio –hoy figura entre los 100 más antiguos– e incluso llegó a formar parte de la comisión deportiva, por espacio de seis meses, bajo el mandato de José López Gómez.

Hoy, ochenta años después de aquel debut oficial con el primer equipo, Manuel Campos reconoce sentirse tinerfeñista de corazón. A sus 98 años de edad, Mota resulta inigualable.  

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