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Oranda Rodríguez: la ‘tercera joya’ del mágico 70 (1988-1994)

La selección española forma antes del Eurobásket de la República Checa de 1995 con Carolina Mújica, Oranda Rodríguez, Piluca Alonso, Betty Cebrián, Emma Bezos, Amaya Valdemoro, Paloma Sánchez (de pie); Pilar Valero, Ana Belén Álvaro, Nieves Anula, Mónica Messa y Laura Grande.

Canarias Ahora Deportes

Santa Cruz de Tenerife —

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Biografía

BiografíaOranda Rodríguez Toledo (Las Palmas de Gran Canaria, 1-6-1970)

Selección española: 13-5-1989 / 13-6-1995 (Debut / despedida)

Veces internacional: 20 (12-8 victorias / derrotas)

Puntos: 50

Torneos oficiales:

Eurobásket República Checa 95 (9º)

El premio a la constancia

El premio a la constanciaSeis años en el CB Islas Canarias bajo la denominación de Kerrygold, un curso en el Dorna Godella sellado con un doblete nacional, dos campañas en Vigo, una temporada en el Banco Exterior saldada con un subcampeonato copero, dos ejercicios en un Cepsa Tenerife que rozó la gloria continental, un regreso a Gran Canaria con dos experiencias europeas y presencia en la final de la Copa de la Reina y una despedida en el Ensino Lugo jalonan la carrera deportiva de Oranda Rodríguez. Con esos antecedentes y con su presencia en la selección española absoluta, acumula méritos suficientes para tener capítulo propio en la historia del baloncesto canario.

Sin embargo, en este mundillo siempre será la tercera joya de la generación del 70, capitaneada por Patricia Rodríguez y Blanca Ares. “Ellas entraron en el Plan ADO y jugaron más tiempo en la selección, mientras que yo sólo iba en verano. Chema Buceta [seleccionador nacional] quería que jugase de alero, pero en España había muchas buenas y no encontré un equipo que me ofreciese jugar en esa posición”, explica una jugadora de 183 centímetros a la que a finales de los años ochenta la querían “para jugar de cuatro [ala pívot]”. Algo lógico cuando fue descubierta por su altura por Domingo Díaz y Begoña Santana, fundadores del CB Islas Canarias y fabricantes de jugadoras de baloncesto.

“Tenía 13 años, cuando Mingo y Bego me encontraron en El Corte Inglés de compras con mi madre. Vieron una niña muy alta, mi madre me animó a probar... y no me gustó. Pero como mis padres querían que hiciese deporte, volví varias veces, acompañada incluso por mi padre, hasta que fui cogiendo confianza, hice amistades y me quedé”, explica. “Begoña siempre dice que me compró en El Corte Inglés”, agrega entre risas una coleccionista de títulos nacionales con los equipos de base del Kerrygold que reconoce que “Mingo y Bego tienen una fábrica de hacer jugadoras. Antes era así y ahora también. Es raro ver una selección sénior española en la que no haya una o dos jugadoras salidas del Islas Canarias”.

Oranda cree que recaló en el lugar ideal para crecer como jugadora, “pues había mucha disciplina. No solo era amor al deporte, sino  disciplina dentro y fuera de la cancha”. “Costó que me gustara, pero después el básket fue mi vida y logré grandes metas”, agrega Oranda, quien, pese a sus evidentes progresos, agradece que “a los tres meses de estar jugando en el Kerrygold ya me llevaran a un Campeonato de España como premio”. “Fue todo muy rápido”, sentencia sobre un crecimiento jalonado como varios títulos nacionales en las categorías de base, “de los que guardo muy buen recuerdo, porque el mero hecho de ir a esos torneos ya era la recompensa a los duros entrenamientos y al trabajo físico y técnico del día a día”.

Con 16 años ya debutó en Primera División “en un equipo luchador, que estaba entre los mejores a pesar de que las dificultades económicas eran grandes y siempre estábamos cogiendo aviones”. La ala-pívot grancanaria también se hizo con un hueco en las selecciones españolas de base, a las que acudía siempre con Blanca, Patri y otros elementos que también alcanzarían la internacionalidad absoluta como Ferragut, Álvaro, Vara, Cebrián, Valero o Lobón. Y con España firma un noveno puesto en el europeo cadete de Polonia 87, una sexta plaza en el europeo júnior de Bulgaria 88 y una brillantísima quinta posición en el mundial júnior de Bilbao 89, cita previa a la desintegración de la Europa del Este.

Dos meses antes del mundial júnior de Bilbao, Oranda ya había tenido la opción de ir concentrada con la selección absoluta. “Fue un premio, aunque con algo de suspense porque te mandaban un telegrama a casa y nadie te decía nada. Fue un orgullo, pero también existía presión porque primero había una preselección de quince jugadoras y luego se quedaban las doce definitivas”, recuerda Oranda, que debutó en unos amistosos ante Holanda y Hungría pero no entró en el equipo federativo definido ya el verano previo. “El proyecto olímpico era importante, pues en esa época la diferencia con la Europa del Este era grande, sobre todo a nivel físico. Faltaba altura y había que hacer un sacrificio grande para conjuntar un equipo y se hizo”, admite.

A pesar de no integrar el equipo olímpico, Oranda acudía a algunas concentraciones. “Tanto Pilar Valero como yo contamos casi hasta el final, pero entiendo que nos quedáramos fuera”, dice sin reproches Rodríguez, quien sí denuncia “la injusticia cometida con [la tinerfeña] Yolanda Moliné, a la que sacaron para meter a Piluca Alonso”. Además, también lamenta el parón que sufrió aquel Kerrygold, que de luchar por la permanencia había pasado a clasificarse para los playoffs y ser un habitual en las fases finales de la Copa de la Reina... hasta que Ares y Hernández fueron reclutadas por el equipo olímpico. “Todos los clubes debieron ceder algo y el Kerrygold también lo hizo”, apunta Oranda, que, antes de que el equipo quedara debilitado, rozó la gloria liguera en el histórico playoff ante el Tintoretto de Semenova que hizo que en Gran Canaria se hablara con pasión, por primera vez, de baloncesto femenino.

Con 18 años, Rodríguez se quedó en su tierra con galones de titular y compartiendo la pintura con Terry Doerner o Puri Mbulito, aunque no tardaría en salir de Gran Canaria. Lo hizo para ir al Dorna Godella 90-91, con el que ganó la liga española y la Copa de la Reina, cayendo en las semifinales de la Copa Liliana Ronchetti ante el Como. “Quería vivir una experiencia diferente y ganar un buen dinero para la época. Además, el Dorna era uno de los mejores equipos de entonces y su oferta era irrechazable”, explica Rodríguez, quien compartió vestuario con Junyer, Llop, la americana Hampton o internacionales como Piluca Alonso o Laura Grande. “No jugué mucho porque había grandes jugadoras”, apunta.

“Pagué un poco la novatada de estar fuera con 20 años, pero fue una experiencia más y un aprendizaje”, agrega. Y lo demostró las dos temporadas siguientes en Vigo, “donde adquirí madurez y exploté como jugadora, con muchos minutos en cancha”. Su titularidad en el Xerox Vigo, que firmó dos terceros puestos consecutivos en la liga, llevó a la ala-pívot grancanaria al Banco Exterior, ya convertido en un equipo más de la competición... y única alternativa a la supremacía absoluta del Dorna. Subcampeón de liga, el BEX también perdió la final de la Copa de la Reina con las valencianas (77-79) y no pasó de las semifinales en la Copa Liliana Ronchetti. “Fue un buen año, pero faltó rematar”, dice Rodríguez, que en el verano de 1994 regresó a Canarias.

Eso sí, volvió para jugar en el Cepsa Tenerife, con las checas Burianova y Valova como extranjeras. O lo que es lo mismo: Rodríguez pudo jugar minutos de calidad como alero en un equipo con seis titulares [Mirchandani, Ferrer, Moliné, Rodríguez, Burianova y Valova] y que completó un curso notable sobre todo en la Copa Liliana Ronchetti, donde fue eliminado en cuartos de final por el Parma... y los de gris. “Nunca había vivido un ambiente como aquel, con un público tan hostil y aquel arbitraje”, apunta Oranda, quien califica como “muy bonitos aquellos dos años en Tenerife con Paco Apeles”.  Fue un periodo que en la primavera del 95 tuvo para la jugadora grancanaria el “inesperado” premio de la convocatoria con España.

El equipo nacional, dirigido ya por Manolo Coloma, preparaba el Eurobásket de la República Checa y esta vez no hubo cambios ni descartes de última hora: iniciaron la concentración las doce jugadoras que mes y medio después acudieron a Brno para renovar el título logrado en 1993 en una Europa muy diferente tras el alumbramiento de una docena de nuevas naciones. Lo hicieron tras una notable fase preparatoria, culminada con seis victorias seguidas y –más allá de los triunfos amistosos ante Canadá, Francia, China o Alemania– razones para el optimismo: respecto al equipo de oro de Italia 93 sólo faltaban Geuer, Ares, Ferragut y Xantal, que tuvo un papel marginal; y las sustitutas ofrecían garantías: Bezos, Anula, Valdemoro y la propia Oranda.

Además, sólo Mújica pasaba de los treinta años entre las seleccionadas, por lo que España había ganado veteranía sin hacerse mayor. Y ya en Brno, la selección cumplió con los pronósticos en la primera fase pese a carecer de una líder definida. Cuando fue necesario, nadie asumió ese protagonismo. ¿Resultado? Pagó un precio excesivo por su inexplicable derrota tras dos prórrogas ante Hungría (105-108) en un torneo que tuvo un extraño sistema de clasificación: los catorce equipos se distribuían en dos grupos de siete componentes, pasando los cuatro primeros de cada grupo a cuartos de final. El conjunto dirigido por Coloma acabó quinto en su grupo y dejó vía libre a Moldavia... a la que había vencido previamente por un apabullante 101-59.

Curiosamente, los cuatro países clasificados en el grupo de España eran nuevas naciones: Ucrania (a la postre campeona de Europa), Eslovaquia, Croacia y Moldavia. “La verdad es que no jugué mucho. En esa época había grandes jugadoras y debimos hacer mejor papel”, apunta Rodríguez. Con más presencia para Piluca Alonso, Emma Bezos y Betty Cebrián en la pintura, la ala-pívot grancanaria apenas disputó diez minutos por partido, con unos promedios de 2,3 puntos y 1,8 rebotes. “Con los años”, bromea Oranda, “puedo decir que la selección me recompensó, pues tras acabar mis estudios de Fisioterapia estuve cinco años trabajando para la Federación Española de Baloncesto como fisio en algunos equipos de las categorías de base”.

“De hecho, cuando estaban en las selecciones inferiores, pude tratar a algunas jugadoras que estarán en el Mundobásket de Tenerife como Silvia Domínguez o Alba Torrens”, agrega Rodríguez, quien elogia al actual grupo que dirige Lucas Mondelo: “Veo una selección formada y equilibrada, con muchas ganas de ganar y muy competitiva. Tienen garra y no las descarto para ningún objetivo”. Además, espera que el Mundobásket 2018 “suponga un impulso para Canarias. Conozco a muchas exjugadoras que irán a ver el Mundial y a visitar una Isla con tantos atractivos. Tenerife lo tienen todo para organizar un gran Mundobásket y en mi época de jugadora ya había gente entendida a la que le gustaba ver partidos de baloncesto femenino”.

Rodríguez confía en poder integrarse como espectadora a una selección a la que no regresó como jugadora tras su “bonita experiencia” en el Eurobásket de la República Checa. Y eso que completó otra excelente campaña en el Cepsa 95-96. Sin embargo, el regreso de Marina Ferragut y la aparición de la joven Ingrid Pons (21 años) provocó el relevo en favor de una generación emergente. Para Oranda, el verano de 1996 fue la hora de volver a casa y recaló en un Sandra Gran Canaria con el que firmaría dos temporadas notables, mientras apadrinaba a canteranas como Rosi Sánchez, Thania Quintero o Lourdes Peláez, vitales en posteriores títulos nacionales e internacionales. Eso sí, siempre topó en las semifinales de los playoffs con el Pool Getafe.

Y también lo hizo en curso 97-98 en la final de la Copa de la Reina con un Sandra sin extranjeras y seis titulares: Mirchandani, Sánchez, Quintero, Peláez, Asún Gamón y la propia Oranda. Sus números explican por qué el Sandra podía ahorrarse la contratación de una americana. Así, Rodríguez firmó promedios de 11,3 puntos, 6,7 rebotes (y más de cuatro faltas recibidas) en 32,5 minutos por partido. Sin embargo, los estudios de Fisioterapia la invitaron a parar. “Empecé a estudiar tarde, pero mi padre insistía en que no lo dejara, porque el baloncesto se iba a acabar. Y aunque quería compatibilizar las dos cosas, en tercero de carrera ya me encontré con que las prácticas eran por la tarde y debí parar un año”, explica.

“Cuando acabé la carrera”, prosigue, “quise volver a jugar en el Ensino de Lugo, pero no hacía más que lesionarme y tomé la decisión de dejarlo de forma definitiva”. Lo dice “una privilegiada por vivir de un deporte que me gustaba, es muy bonito y está rodeado de un gran ambiente”. Muchos años después de su retirada ha regresado “a las canchas de asfalto, a revivir mi juventud” por culpa de su hijo mayor, que tiene once años y juega en el Granca. “Vive con locura el baloncesto y yo soy su fan número uno”, confiesa Oranda, que cuando recientemente sacó del baúl de los recuerdos sus camisetas, trofeos y medallas recibió una sorprendente pregunta de su hijo: “Mami, ¿tú eras buena?”.

Le puede contestar que sí, que tiene un hueco con nombre y apellidos en la historia del baloncesto canario. Aunque siempre, Oranda Rodríguez Toledo seguirá siendo la tercera joya de aquella maravillosa generación del 70.

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