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Alimentando a la Hidra
[Hercules contra la Hidra] La Hidra de Lerna custodiaba las puertas del averno. Cada una de sus cabezas, de ser cortada, se reproducía en dos nuevas, igualmente sedientas de sangre. De entre todas las cabezas, una era la ancestral y la que dirigía todos los movimientos de la bestia; la que la mantenía imperecedera; pero su ponzoñoso aliento, mortífero de necesidad, junto a la frenética actividad de las restantes, hacían harto difícil siquiera acercarse, sin poner en riesgo la vida.
Muchos fueron los intentos por reducir a la Hidra, siempre improvisados y siempre fallidos; hasta el punto que el tosco reptil adquirió fama de invencible y quienes lo padecían y temían optaron, resignados, por adorarlo. Los sacrificios destinados a mitigar la insaciable voracidad de la iracunda criatura la hacían cada vez más fuerte. El monstruo se había instalado en las mentes y doblegaba, ahora sin apenas esfuerzo, las almas de los mortales?
En estos tiempos que nos toca sufrir, la Hidra mitológica parece haberse encarnado en un descomunal engendro, tan real como invisible en su forma. Sin embargo, el efecto de sus poderosas embestidas resulta absolutamente tangible en nuestras frágiles vidas. El capitalismo, inhumano, cruel, ávido depredador, ?, se muestra embravecido. Las tesis neoliberales, convertidas en axiomas incuestionables para el “establishment” internacional, actúan a modo de complejo híper-vitamínico y enardecen a la fiera, que se revuelve incontrolada, agitando febrilmente sus cabezas, lanzando las asesinas fauces a diestro y siniestro. Los estados entregan sus “armas” y se permutan en abnegados sacerdotes del culto a la impotencia, en traidora complicidad. Las personas y el mismo planeta, son relegados a convertirse en meros fungibles a su servicio y, nuestro futuro, en el resultado de sus irracionales y zafios caprichos.
Un mundo regido por el código de los mercados y servil, por tanto, a la primitiva lógica de la fuerza. Un mundo en el que el 99% de la humanidad adquiere sentido en la medida en que pueda resultar útil al 1% restante en su afanoso acaparamiento de la riqueza global. Éste es el ORDEN que encomienda la flamante Hidra. Nuestros teóricos representantes, se ocupan en dictar normas y medidas que nos arrastran a su inframundo y un ejército de voceros proclaman inevitable la venida de su reino.
Sin embargo, la central cabeza del retorcido animal, la que coordina todos sus actos, tiene un punto débil: Se alimenta de nuestro propio pensamiento, porque sólo existe en la medida en que la recreamos en nuestras mentes y es aquí donde reside su energía. En este punto, controlar el pensamiento, condicionar nuestra manera de entender el mundo y nuestra propia relación con él, resultan cruciales para su supervivencia.
La apuesta educativa del gobierno del PP no es una medida más. No constituye un simple ejercicio de revanchismo legislativo al servicio de la particular hinchada ?léase, por ejemplo, “Iglesia Católica, Apostólica y Romana”-. Es mucho más que una demostración de fervor privatizador y mucho más que la imposición de un sistema segregador e involucionista. Avanza mucho más allá de la instauración de un modelo empresarial basado en la competitividad extrema, o de precarizar laboralmente a los trabajadores de la enseñanza y de cercenar el derecho de nuestros niños y jóvenes a una formación integral en igualdad de condiciones. Y desde luego, nada tiene que ver con una estrategia para combatir las alarmantes cifras de abandono y fracaso escolar, porque se niega la mayor: “Nuestro fracaso escolar es la imagen que el espejo devuelve de nuestro propio fracaso social”.
La LOMCE del partido popular, bien por pura vehemencia ideológica de sus progenitores, bien como producto de su inconciencia, abre las puertas a la transformación del sistema educativo en una factoría de producción en serie, destinada a fabricar seres sumisos, alienados e imbuidos en el individualismo más absoluto; seres abnegadamente entregados al catecismo de la barbarie y a aceptar su papel como mercancía. ¡Así se alimenta la Hidra!
? Hércules demostró que la bestia era mortal. Con la ayuda de su hijo consiguió neutralizar su venenoso aliento, cercenó y quemó sus cabezas secundarias y se abalanzó decidido sobre la primordial, aplastándola bajo una gran roca.
“Ningún sistema o modelo cambia milagrosamente, si primero nosotros no cambiamos profundamente”. J. Krishnamurti.
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