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Aminatu

José A. Alemán / José A. Aleman

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Una solución ésta de la sumisión muy del gusto de los intereses canarios que consideran al Sahara Occidental simple provincia del Sur de Marruecos. Los agentes marroquíes los alientan con perspectivas de negocio y han logrado sacar el conflicto del punto de mira informativo de los medios españoles; los canarios incluidos, a pesar de que la cercanía geográfica ha impedido borrarlo del todo. Fíjense ustedes, si no, en los días que tardó la Prensa peninsular en abordar el asunto en toda su dimensión y la forma en que han rebajado su intensidad informativa.

Y es que Aminatu ha resultado un contratiempo para ellos. De ahí tanto los exabruptos viscerales como los alegatos “juiciosos” y demás cantos de sirena a favor de las pretensiones de Rabat. Con el significativo olvido del factor principal y determinante: la voluntad saharaui de ser esto, lo otro o lo de más allá, es decir, lo que quieran y su derecho a conseguirlo. Es como si desearan que los saharauis no existieran. Fíjense como será que escribo eso “saharauis”, en plural, y el ordenador me la subraya con el rojo de error porque debe considerar que no hay más de uno.

Dejando a un lado los dimes y diretes, los hechos permiten sacar alguna conclusión. Aminatu, ya saben, estuvo “desaparecida” un tiempo, en el que fue torturada. Sus males físicos de hoy vienen de los malos tratos y es admirable su coraje al sobreponerse a la experiencia vejatoria y volver a plantar cara.

El 14 de noviembre, al regresar a El Aaiún, las autoridades marroquíes le retiraron el pasaporte, por escribir “Sahara Occidental” donde querían que rezara “Marruecos”. La metieron a la fuerza en el avión que la trajo a Lanzarote, donde se puso en huelga de hambre.

Marruecos no respetó sus derechos civiles y políticos reconocidos en convenciones internacionales. Cosa que no constituye novedad; como tampoco lo es que le endilgara a España el marrón ni la reacción del Gobierno Zapatero, por boca de Moratinos. El ministro ofreció a Aminatu la nacionalidad española o el estatuto de refugiada política, ofertas que ella rechazó. Mal aconsejada, afirmó Moratinos, incapaz de entender que fundamentara el rechazo en la dignidad de su pueblo y de ella misma.

La dignidad obligaba a Aminatu a no aceptar la oferta. No puede desentenderse de su gente para salvar una situación personal. Un comportamiento ético del que en España se ha perdido ya hasta la noción. De ahí que Moratinos explique su actitud señalando a sus “malos consejeros”. No se le ocurrió otra explicación.

Moratinos sigue la estela de gobiernos anteriores en un conflicto que nos avergüenza desde hace más de seis lustros. Quienes hayan tenido ocasión de ver de cerca los sufrimientos saharauis saben lo que hay. España entregó el Sahara a Marruecos de aquella manera y en circunstancias excepcionales que permitieron a más de cuatro sacar tajada, como despedida al dictador. Los gobiernos de la democracia han tratado desde entonces de salvar el palmito proclamando que están a lo que decidan las Naciones Unidas. Lo que se convierte en excusa tras constatarse los fracasos de las misiones de la ONU, que no han podido sacar adelante el referéndum porque Marruecos lo impide.

Por desgracia para Rajoy, no puede culparse a Zapatero de un problema de todas las legislaturas democráticas. Pero sí subrayo la paradoja de que clame por la democracia y los derechos civiles en otros lugares del mundo, lo que está muy bien, y no sólo mire para otro lado cuando se trata de Marruecos sino que apoya las tesis alauitas contrarias al referéndum; recomendado, recuerden, por la misma ONU a la que se remite para la solución del contencioso: ¿En qué quedamos?

No ignoro que el Gobierno necesita de Rabat para asegurarse el control de las idas y venidas de terroristas; que lo presionan fuertes intereses económicos españoles en el Magreb; y que la amistad con los marroquíes es casi cuestión geoestratégica de Estado. Pero no es de recibo la incapacidad para obtener cierta reciprocidad y darle a Rabat algún tirón de orejas, aunque sea cariñoso, cuando se apunta a bruto. Es evidente la debilidad de la política española ante la monarquía alauita que toma a España por el pito del sereno, pues cuenta con el apoyo de Estados Unidos y de Francia, los primos zumosol, como se vio con el grotesco episodio de Perejil, un test marroquí para sondear hasta dónde se podía llegar.

En definitiva, el caso de Aminatu está imbricado en la reivindicación saharaui de ser un pueblo y destila un sentido ético de la dignidad aquí perdido. Y ahora que diga el cónsul Leibek lo que estime oportuno.

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