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Dos años y siete meses

José Naranjo / José Naranjo

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Ayer, aquel a quien hace ya algunos años dimos el sobrenombre de violador de Tafira, salió de la cárcel porque, según el Supremo, él no violó a esas tres chicas. Resulta que Ricardo Cazorla no fue. Si el joven injustamente acusado en Tenerife vivió una pesadilla, resulta difícil imaginar ahora el calvario por el que ha atravesado Cazorla en la cárcel de Salto del Negro, sobreviviendo entre la manifiesta hostilidad del resto de los internos y sabiéndose, además, inocente.

Seguro que habrá quienes piensen que la prensa no puede sentirse culpable de nada porque el llamado violador de Tafira había sido condenado por la Audiencia Provincial. Pero es que ese hecho no modifica en nada su condición de inocente. Alguien, no Ricardo Cazorla, se ha equivocado. Todos somos humanos y puede ocurrir. Pero, ¿cómo se repara ahora el daño causado, la soledad, la frustración, la rabia, la impotencia, los más de dos años y medio en la desesperación de su encierro?

Hasta ese momento su vida no había sido un camino de rosas. Pero es que a partir de la condena se convirtió en un infierno. Ricardo Cazorla no era antes un demonio ni ahora es un héroe. Sólo es una persona a la que la vida ha golpeado y con quien este sistema ha cometido un error imperdonable. Escribo sobre él porque me impresiona su historia, porque intento ponerme en su piel y pensar cuál es la capacidad de aguantar que tiene un ser humano. No intento señalar a nadie, ya está bien de acusaciones, sino reflexionar sobre lo que hacemos y las consecuencias de nuestros actos. Más bien parece que ésta sea la hora de reparar el daño causado.

También habrá quien diga que los fallos judiciales son la cuota que tenemos que pagar por el mero hecho de tener una Justicia. Seguro que quien así piensa no se ha comido dos años y siete meses en la cárcel por tres violaciones que no cometió. Dedíquenle un par de minutos, piénselo por un momento.

José Naranjo

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