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Arde La Palma por Rubens Ascanio

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Era una época de mayores carencias en medios y en las políticas contra incendios. Las cosas dependían mucho más de la buena voluntad de los vecinos y las brigadas profesionales eran mucho más exiguas. En poco tiempo los políticos empezaron a descubrir que además del coste medioambiental o del material su incompetencia tenía un efecto político claro y un coste electoral. No me apeno de este descubrimiento, al contrario, significa que los ciudadanos cada vez más ven a su entorno como algo propio, parte de su mismo ser y la incompetencia a este respecto no se perdona.

En las últimas horas el fuego, como casi todos los años, ha vuelto a aparecer en los montes canarios, con especial virulencia en la isla de La Palma donde ha sacado de sus hogares a cerca de cuatro mil personas. Ayer dando una vuelta por mi barrio me emocioné al comprobar como desde casi todas las ventanas abiertas de los bloques, los coches y en los comercios el soniquete común era el de radios y televisores que hacían el seguimiento en directo del incendio. La solidaridad inconsciente que a veces generan los medios de comunicación nos puede sorprender. Yo también he sido presa de esa solidaridad mediática y no he podido dejar de informarme del avance del fuego a través de radio y televisión.

Las imágenes de los cientos de palmeros y palmeras desalojados, que ven quemarse sus tierras, sus árboles, sus animales o sus casas me conmueve profundamente, no lo puedo negar. Reflejan la huída ante uno de los elementos de la naturaleza más devastadores y temibles, que por desgracia casi siempre tiene una mano humana detrás. Además ocurre en una Isla que es especialmente hermosa, que ha sabido mantener su entorno de una manera cuidadosa, casi con el mismo mimo con el que fabrica sus dulces o elabora la seda.

Cuando uno ve el monte y las casas arder algo se le despierta a uno dentro, un odio profundo hacia aquel que por descuido o de forma intencionada inicia el incendio. Por desgracia nuestra tierra parece ser propicia para la labor de pirómanos que disfrutan con el movimiento de bomberos y helicópteros mientras todo se quema a su paso. En algunos municipios pequeños es vox populi que muchos vecinos conocen sus nombres y sus aficiones, aunque por desgracia ese código de silencio absurdo que a veces se da en las pequeñas comunidades les protege.

Espero que en este caso se localice a los culpables y sean castigados como merece, pero también espero mucho más, espero que la gente de la zona reconecte con el medio que les rodea, que vuelvan a ver el monte no como un vecino incómodo o peligroso, sino como una parte de si mismos que hay que cuidar y vigilar para que se porte bien con nosotros. En el caso del pino canario tenemos la suerte de que sea bastante resistente al fuego y que incluso el calor favorezca a las semillas, aunque no debe ser una excusa que nos justifique para dejar de lamentar los sucedido.

Hace unos cuantos meses hablaba con mi amigo Samir Delgado sobre la presentación de su libro El monte se quema en Masca, donde se narraba las impresiones que le provocaron los incendios que devastaron unas 40.000 hectáreas en el verano de 2007 en Tenerife, Gran Canaria y La Gomera. Samir me decía que con el paso de los meses la gente aún se le acercaba en las presentaciones realizadas en los mismos pueblos que fueron arrasados por el fuego con una mezcla de rabia, emoción y horror por lo que habían vivido y la escasa ayuda recibida después. Ese abandono institucional sobre los que quedan pisando las cenizas es especialmente deleznable.

Por suerte en Canarias hemos logrado que la masa de pinar se esté recuperando más en las últimas décadas que en casi los últimos cuatrocientos años, el Monteverde parece que también vuelve poco a poco desde los lindes de las huertas de medianías a ocupar los terrenos que en su día los canarios cultivaron. Hemos dejado de cultivar o de ir a buscar madera para cocinar o para las tareas agrícolas y eso está devolviendo al monte su esplendor casi virginal, aunque es en cierta medida un espejismo que genera un espacio sin cuidar, lleno de pinocha y madera seca, el sitio perfecto par un incendio.

Hemos olvidado que para mantener el monte es necesaria la silvicultura que no implica el uso maderero, al contrario, se basa en el cuidado y uso del monte que desde la llegada de los mismos guanches se practicaba, nuestros campesinos lo hicieron y que ahora nosotros parecemos querer olvidar. Es un buen momento, tal vez el mejor, para que tomemos conciencia que ese patrimonio es de todos y todas. Debemos de recuperar el uso sostenible del monte y devolverle todo lo que nos da. Desde las instituciones canarias se deben de redoblar los esfuerzos para que la breve campaña contra los incendios de verano se convierta en una tarea de todo el año, que genere el tan necesitado empleo a mucha gente que se conviertan en los mejores conocedores del monte, en silvicultores canarios. Necesitamos gente los 365 días del año trabajando allí arriba, recuperando pistas, eliminando madera muerta, reutilizando la pinocha, repoblando, vigilando, informando a la población urbana que se acerca a ese medio, visitando los colegios... Necesitamos que el monte se convierta en un valor más en una sociedad isleña del siglo XXI que parece lanzada a la carrera para olvidar la época de guataca, arados y callos en las manos, de nuestros padres y abuelos. Debemos de entender que es un recurso igual de importante para los habitantes de Canarias que el turismo o la industria y que como tal se debe defender y proteger.

Espero de verdad que lo antes posible el fuego desaparezca de La Palma y lograr pasar este verano sin ningún nuevo conato. Ojala pudiera extender un gran abrazo a todos los palmeros y palmeras para animarlos en estos momentos, pero me temo que sólo a través de estas letras pueda llegar a expresar mi dolor y mi apoyo a los habitantes de la Isla Bonita que pase lo que pase seguirá siéndolo.

(*) Rubens Ascanio Gómez es miembro de Alternativa Sí se puede por Tenerife

Rubens Ascanio *

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