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Se fue el artista; nos queda su humor

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Antes de la gala de entrega de los premios Taburiente, de la Fundación Diario de Avisos, en el teatro Guimerá –nuestra última conversación- le confiamos parte de lo ocurrido en una reciente visita al doctor:

--¿Y usted por qué no cambia de médico?- preguntaba a propósito de nuestros incumplimientos de sus recomendaciones.

Nos consta que en alguna actuación posterior hizo un gag con aquella frase. Porque él era así de espontáneo, ocurrente, captando al vuelo e interpretando y asimilando humorísticamente lo que pasaba a su alrededor, a sus amigos, a su gente, a los canarios de todas las islas.

En aquella ocasión fue cuando nos habló de su última apuesta, la gira con la que iba a decir adiós desde los escenarios: La última y nos vamos, era su título. Una premonición, claro, ahora que ya no volveremos a verle. Se ha ido el artista pero se queda su humor, sano y divertido, fresco y reluciente, de inconfundible sabor canario… Genuino, en fin.

Le presentamos en varias ocasiones. Manolo Vieira paseó su estilo por espectáculos, galas y festivales de todas las islas. Exhibía con orgullo lo bien que le trataban en Tenerife.

--Pero ya se me está quitando-, añadía sobre la marcha para redondear la ocurrencia.

Y fueron unas cuantas noches en Chistera, durante nuestra estancia en Las Palmas, cuando labramos la amistad, preguntando por César Manrique y por los vinos de los guachinches del norte de Tenerife.

--Al último que fui, en Santa Úrsula, no me dejaban marchar…

Cualquiera sabe si ahí encendió la chispa de esta gira inacabada.

Sus discípulos le llamaban, respetuosa y afectivamente, maestro. Fue una referencia, desde luego, para Darío López, Aarón Gómez, Kike Pérez, entre otros, que se fijaron en Vieira con afecto para interpretar su espontaneidad, mejor dicho, su capacidad de improvisar cuando le daba por no seguir los meandros de sus soliloquios y se inventaba cualquier chiste, cualquier historia, a la que sacaba punta y cuando veía que el público no reía o no aplaudía o no había entendido ‘el golpe’, la sonrisa agregada o el gesto o algún gutural fonético sobre la marcha, ponía las cosas en su sitio. A  seguir riendo.

Un amigo le comparaba a menudo con Álvarez Guedes, el actor y comediante cubano que más chistes dedicó a Fidel Castro. Pero Manolo Vieira procuró siempre un estilo propio, impregnado de la canariedad que le distinguía y crearía escuela porque él procedía y era parte de la sociedad misma en la que había contrastado sus rasgos, sus arquetipos y sus esencias.

La verdad: nos reímos mucho con él y a quienes nos obsequió con su amistad nos quedará siempre su sonrisa.

Porque se fue el artista; nos queda su humor.

 

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