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¿Ático o acropolitano?

José A. Alemán / José A.Alemán

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Lo de “ático” es tan despectivo como pudiera ser “pepero”, “psocialista”, “don Olarte”, el “Hermoso Manuel”, “viscontianos y sansculottes” y tantísimas expresiones acogidas en esta columna a lo largo de los años. Son formas utilizadas unas veces porque tienen su gracia, otras por economía de espacio que ahorra extensas explicaciones.

Y ocurre, lo que son las cosas, que “ático” es de las denominaciones más gloriosas, pudiera decirse. Se refiere a ese piso habitable que se encuentra en la parte más alta de un edificio. “Vivo en un ático de puta madre con vistas al mar”, le he oído decir a más de un amigo satisfecho de su posesión. El origen del término es el “atticu(m)” latino que procede del griego “attikós” o habitante de Ática, es decir, de la “región más alta” que aquí no puede ser, faltaría más, sino la Tenerife inscrita en el imaginario de El Día (la más grande, dixit don Pepito para quien el tamaño sí importa). En este sentido sería una aceptación mía de la grandeur pepitiana que no cabe por esa puerta. Pero todo les parece poco.

Añadiría que la capital de la Ática es Atenas, donde está la Acropolis (=ciudad alta) denominación emparentada con “acrofobia” (=miedo a las alturas), lo que hace posible sustituir el molesto “ático” por el más llevadero “acropolitano”. Lo pensaré.

Considerar despectivo un palabro evocador de la Grecia clásica y apelativo de no pocos prohombres, como el patriarca intruso de Constantinopla, indica un lector poco viajado. Dicho sea esto con el derecho que me da su presunción de mi “profundo desconocimiento de la realidad tinerfeña”. Por cierto, no sé qué es exactamente un “desconocimiento profundo”. Sé que hay desconocimientos grandes, parciales, totales y hasta medio pensionistas; pero profundos no sabría decirles.

Dadas las prisas, dejo para otro día la imputación fiscal asalmonada a Soria.

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