Las mini manifestaciones o concentraciones testimoniales del Primero de Mayo ponen de manifiesto, como pocas otras, lo que es la inercia del ayer. Siguen usando la estética del siglo pasado, cuando les funcionaba el invento más por las circunstancias económicas y sociales en las que se desarrollaron e implantaron que por méritos propios. En vez de manifestaciones reivindicativas, más parecen romerías folclóricas. En el caso canario, con fiesta y unas papitas arrugadas con mojo picón para acompañar el guanijay proletario. Para empezar, no deja de asombrar que desde siempre los sindicatos se pasen la vida clamando por la unidad de acción y cuando llega el gran día que tienen para demostrarlo, pecan por omisión porque cada grupúsculo organiza su propia marcha hacia ningún sitio al grito de “¡los trabajadores unidos, jamás serán vencidos!”, que a la vista de la profesión de muchos asistentes bien podrían modernizar el manido eslogan sustituyéndolo por otro más acorde con los nuevos tiempos: “¡los liberados unidos, jamás serán despedidos!” No hay manifestación que se precie que no se llene de banderas variopintas, además de las lógicas pancartas alusivas al motivo específico de esa convocatoria. En el caso de las del Primero de Mayo de este año, cada sindicato llevaba sus propias banderas y uniformes, gorra y camiseta a juego, para resaltar, sin sombra de duda, que en esta nueva ocasión no se manifestaban los trabajadores sino los simpatizantes de unas determinadas siglas. Pero no deja de ser revelador de cómo se les ha parado el reloj de la historia a los organizadores y participantes de estas marchas, el contemplar las otras banderas que acompañan a las del sindicato en cuestión. La primera es la bandera de la URSS, CCCP en ruso para los más recalcitrantes, la de esa nación que ya hace unas décadas dejó de existir. Tal vez sea pura nostalgia del paraíso que vendría al término de la lucha final y que se quedó en un infierno al que accedería el género humano y la famélica legión tras su paso, agrupándose todos, por el gulag a modo de purgatorio. Es la versión roja de la revolución pendiente teñida de azul. El fondo de la bandera en rojo sangre y las herramientas en gualda, curiosa combinación que permite corear aquella vieja tonadilla, sin cambiar la letra, que decía: “banderita tu eres roja, banderita tu eres gualda”. También resulta anacrónico mantener la hoz y el martillo, aunque sea en chiquitito y en una esquina, cuando hoy prima la segadora mecánica y el robot machacador para los proletarios de la base y el despacho y el ordenador para los dirigentes de la nomenclatura.La otra bandera que ya es fija de plantilla es la tricolor de la Segunda República, que de la Primera nadie se acuerda. Es otra bandera del ayer, por más que algunos pretendan creer que es actual. Y esta sí que está totalmente fuera de la Constitución democrática que nos hemos dado los españoles. Sospecho que la mayoría de los ciudadanos que preferirían un Estado no monárquico, sin que eso ahora sea una prioridad para ellos, estén pensando en apoyar una continuación de aquella turbulenta II República, periodo por otra parte discutido y discutible, como proclamó del concepto de nación el presidente Zapatero. Como mucho no se trataría de volver atrás y poner punto y seguido donde la Guerra Civil puso punto final, sino empezar de nuevo ahora, con un punto y aparte, cuando la democracia moderna del siglo XXI lo quiera. Me viene a la memoria la letra de aquella bella canción, creo, del verano de 1968 y que interpretaba Mary Hopkin, por mor de la nostalgia que sobreviene con el paso del tiempo al encontrarnos en el baúl de los recuerdos el viejo traje de pana que vestían los descamisados:¡Qué tiempo tan feliz, sin una nube grisy aquel cantar alegre del ayer!Por nuestra juventud y llenos de inquietud,tuvimos fe y ganas de vencer.Lalaralala… Eso pienso también aquí y ahora, lalaralala… José Fco. Fernández Belda