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Los besugos

José A. Alemán / José A. Alemán

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Los diálogos para besugos figuran hoy día en las actas de algunos debates parlamentarios que, la verdad, han dejado de sonrojarme porque me los tomo a coña. Besuguil fue, por ejemplo, la respuesta de Paulino a la solicitud de reforma del sistema electoral que pretende eliminar las barreras de acceso al Parlamento. Dijo Paulino, con esa gracia que Dios le ha negado, que con barreras o sin ellas los psocialistas seguirán en la oposición y puso cara de haberse rayado el último millo.

Sin embargo, no nos engañemos, el besuguismo presidencial, aunque sea su natural, no reside en ese planteamiento sino en que, muy de acuerdo con tan rústico pensamiento derechoso, piensa que quienes siguen en esta tierra la vida política somos eso, unos besugos. Porque trata de hacer pasar por estricta conveniencia psocialista clamar por una reforma que impida irse a la basura a cientos de miles de votos y den representación real a un número significativo de ciudadanos que ahora no la tienen. El caso más evidente es el de Mar Julios, diputada de CC por Gran Canaria a pesar de que Nueva Canarias le sacó en esta isla el doble de votos. Aunque Paulino se empeñe en señalar al PSC (que, por cierto, estuvo de acuerdo con el establecimiento de los topes actuales) es evidente la desvergüenza con que trata de perpetuarlo para perpetuarse él.

Para Paulino la actual ley electoral es democrática porque fue avalada por el Tribunal Constitucional. Nueva besugada con la agravante de engañabobos porque nadie ha dicho que no sea democrática. Lo que ocurre es que dentro de la democracia hay calidades de representatividad, de justicia y de eficacia y no puede decirse, para qué engañarnos, que la canaria destaque por su exquisitez. Esa calidad tiene que ver con el grado de cultura política de los mandarines y de la sociedad en general, que entre nosotros no es esa gran cosa; como se refleja en el propio Parlamento que aprovecha la exclusión de cientos de miles de ciudadanos para rechazar iniciativas populares y escenificar el espectáculo de tres fuerzas políticas ?CC-PP por el Gobierno y PSC en la oposición- más atentas a satisfacer sus odios y bajas pasiones que a cumplir con el cometido que se les supone. Es lo que hay.

El Parlamento canario muestra la degradación de la democracia en Canarias a manos de un auténtico Régimen retrógrado de intereses políticos y económicos dominado por la coyunda de la derecha y los negocios, trufado de amiguismos y nepotismos y que practica la persecución a muerte de los que no están de acuerdo y se atreven a decirlo, mientras premia a quienes con él se acuestan y con él se levantan. Son los modos del viejo caciquismo.

Dado que el Parlamento con su recortada representatividad no ejerce el control del Régimen, del que es pieza clave, ya me contarán si no se precisa una reforma electoral que tienda a igualar el valor del voto de los ciudadanos y a asegurarle un lugar a sensibilidades hoy extramuros que le den la réplica al caciquismo político-empresarial y sus isloteñismos. Con la salvedad, aclaro, de que esa reforma, aunque mejore la calidad democrática y alivie tensiones, no incidirá en el problema de fondo: el fracaso de la autonomía canaria que tengo explicado en otro lugar. Que es, en el fondo, miren por dónde, lo que reflejan de oytra manera los desmadrados editoriales de El Día y sus estrafalarias proclamas independentistas que sólo dejan bajo la bota colonial a Gran Canaria, la apestada. Al decir de Paulino, el periódico regimental va a 200 mientras él se mantiene a 80; comparten asiento, pues. Si los psocialistas fueran una oposición real ya estarían estudiando el modo de sacar la autonomía del pozo de perversidad en que está, absolutamente desprovista de un mínimo de rigor político e intelectual. .

Además de aquellos diálogos de besugo, me recordó Paulino también lo que se decía de Gerald Ford: que era incapaz de caminar y mascar chicle al mismo tiempo. El hombre se desentiende de la reforma electoral porque considera prioritario atender a las familias que pasan necesidades y a la lucha contra el desempleo. No parece que tenga mucho éxito ni que una cosa impida atender a la otra, pero es buena muestra de la rusticidad del pensamiento pauliano que se remite al viejo dicho de las parroquias de pueblo donde se procura no desvestir un santo para vestir a otro.

Ya metidos en prioridades, debo pensar, en virtud de semejante planteamiento pauliano, que considera de lo más prioritario la guanchancha, que sigue adelante. ¿Esa prioridad es para “atender” debidamente el costillamen de las familias necesitadas y los parados si se concentran en la puerta de la residencia presidenial, aunque sólo vayan a venderle escobillas de retrete para ayudarse? ¿O para disponer de un brazo represor uniformado que indague en las vidas ajenas y refuerce las persecuciones personales y profesionales de los disidentes?

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