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Cairasco en Agadir
El espectáculo es una versión de la Comedia del recibimiento que Cairasco estrenara en mayo de 1582 en honor del recién llegado obispo Fernando de Rueda. El texto lo dio a conocer, hace medio siglo, el profesor Alejandro Cioranescu a partir del manuscrito 2803, de la Biblioteca de Palacio, de Madrid. Es la primera pieza teatral canaria y tiene mayor interés aún al contener el fragmento más extenso conocido de la lengua indígena canaria.
La noticia pasó desapercibida y mentiría si dijera que me extrañaron las reacciones negativas de varios lectores de este periódico, que sí la recogió puntualmente. Como suele ocurrir cuando de nuestra cultura se trata, los comentarios, en ocasiones de jocosidad pajiza, pusieron de manifiesto un notable desconocimiento cultural con tropezones de xenofobia mal disimulada.
No me pararé en la ignorancia de los opinantes. No vale la pena. Prefiero recordar que Cairasco es el padre de la literatura canaria y a los trabajos sobre su figura y obra me remito. Quiero anotar aquí sólo que fue el primero en “apoderarse” del paisaje canario, de describirlo y que él introdujo el mito poético de la selva de Doramas, hoy desaparecida. Este tipo de apoderamiento enriquece el lenguaje, lo amplía sumándole sensibilidades al desvelar y poner en valor el entorno del autor. En eso consiste su mérito inaugural.
Cairasco figuraba, pues, imagino que sin saberlo, a la vanguardia de la ampliación del idioma castellano, justo cuando no se había acabado de asimilar aún la mayor mutación jamás habida antes del espacio humano conocido, que, a partir de los descubrimientos geográficos, afectó a la concepción del mundo, a las ciencias, al arte de marear, a la economía, al comercio. Y al lenguaje y la escritura donde se sitúa Cairasco. Tras la aparición de las primeras palabras romances, en las Glosas emilianenses de San Millán de la Cogolla y en las Silenses de Burgos, América propició el segundo hito de avance del idioma castellano en el que se enmarca la aparición de la literatura canaria.
No es casual que fuera otro grancanario, Silvestre de Balboa, con su Espejo de paciencia, quien marcara el arranque de la literatura cubana. Balboa, al igual que el lagunero Antonio de Viana, debieron tener a Cairasco de referente y conocer su tertulia, para algunos la más antigua de España. Unió a los tres el atrevimiento de introducir en el castellano términos, metáforas, palabras designativas de objetos, de accidentes geográficos, de plantas, etcétera. Se “adueñaron” de su medio físico inmediato y lo proyectaron al literaturizarlo.
Tampoco es casual que en ese mismo siglo XVI, por iguales motivos, Juan de Castellanos pusiera las primeras piedras de la literatura colombiana al romper con el empeño de prescindir de palabras y giros autóctonos considerados ininteligibles para el lector peninsular, al que se dirigían los textos. En los años 60 la Universidad española contaba con un libro de Diez Echarri y Roca Franquesa (Aguilar, 1950) en que se “desenmascaraba” a Castellanos, que era considerado “poeta indígena” a pesar de ser peninsular. Tremenda traición, ya saben. Ni qué decir tiene que a Cairasco y Balboa ni los mencionan y que Viana mereció tres líneas
Volviendo a Cairasco y su Comedia, seguro que en su tiempo aún había gente que hablaba el idioma de la isla ya condenado. Y que a él, hijo de nizardo, pero con entronque indígena por vía materna, no le sería indiferente el choque de culturas, su vinculación a dos mundos. Que durmieran a Doramas y despertara dueño de un castellano culto y fluido indica intencionalidad. Pero esa es otra discusión.
En fin, da pena constatar, de nuevo, que los canarios practican la lapidación de su propia cultura; en especial cuando la demandan de algún lugar, aunque sea un ámbito académico, siempre reducido. No es ninguna novedad, pero conviene hacerlo ver.
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