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A cada cual lo suyo

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Sé que es una exageración lo que estoy diciendo, pero tampoco estaría mal que, en estas fechas, nos acordásemos más de quienes están vivos y quienes, además, ocupan un lugar importante en nuestras vidas. Estaría bien que aprovecháramos el tiempo en devolver los favores que nos han ayudado a ser quienes somos ahora mismo, rindiendo un merecido homenaje a las personas que estaban detrás de los mencionados favores.

En mi caso personal llevo acumulando, desde hace mucho tiempo, una deuda de gratitud con un grupo de personas que me ayudaron a crecer como profesional y como ser humano en los momentos en los que empezaba a ejercer en esta profesión. Mi idea original era dedicarme a escribir sobre cine -fundamentalmente de género fantástico- ilusión que la vieja guardia profesional en estos menesteres se encargó de torpedear al grito de ¡A dónde vas, triste de ti!

Ante tal situación muté de contenidos y me dediqué al no menos innoble trabajo de hablar sobre cómics, merchandising, literatura ?y cuando podía, cine fantástico- aunque nunca abandoné mi costumbre de ir a Sitges una vez al año.

Dos décadas y media después, el fantástico ya no es el hermano pobre, los cómics están de moda, pero yo no tengo ningún interés en ocupar el lugar que la vieja guardia, cada vez más, está dejando vacante. No obstante, y volviendo al tema que me ocupa, creo que es de recibo agradecerle a cuatro personas -con nombre y apellido, algo que no suelo hacer- todo lo que me enseñaron.

El orden con el que voy a hablar a partir de ahora no tiene nada que ver con importancia, sino que es el orden con el que me fui encontrando a estas personas. El primero en discordia es el profesor, escritor, periodista e intelectual Luis Maccanti Rodriguez.

A Luis le debo, entre otras muchas cosas, aprender mucho y bien sobre el neorrealismo italiano, movimiento cinematográfico del que lo único que conocía era la obra de Luchino Visconti antes de toparme con Luis Maccanti. A él también le debo la oportunidad de haber sido su ayudante durante tres años en la ya desaparecida Aula de Cine del Instituto Pérez Galdós.

Fueron años en los que el aprendiz; o sea, yo, padawan cualquiera, desarrolló sus habilidades y conocimientos no solo como estudiante de cine, sino como docente y organizador de eventos. Sin su ayuda, hoy en día ni sabría lo que sé, ni hubiera logrado organizar más de un centenar de eventos, impartir medio centenar de conferencias o cubrir una cantidad similar de festivales de cine en distintas partes del mundo.

El segundo integrante de este cuarteto es el apasionado amante del cine clásico y archivista impenitente Andrés Padrón Morales. De Andrés aprendí no solo la importancia de una buena instantánea cinematográfica, sino el valor que ésta puede tener para las generaciones venideras. Su enorme archivo fotográfico ?nunca reconocido por quienes se declaran guardianes de la cultura en Canarias- ha significado para mi carrera profesional una fuente inagotable de conocimiento. Además, de Andrés también aprendí los mil y un secretos de la distribución y exhibición cinematográfica, mucho antes de que la ignorancia de las personas les llevara a dejar de ir a una sala de cine.

El tercer integrante, amante confeso del cine fantástico y de la importancia que tiene la cultura popular de buena parte del siglo XX para los que ahora estamos viviendo, es Armando Medina Calvo. De Armando recuerdo los ciclos de cine de terror organizados en el ya desaparecido Cine Vegueta, inmejorable oportunidad para rescatar títulos tan importantes como Alien o Viernes 13. Su posterior labor en el también desaparecido Videoclub de la Plazuela -punto de encuentro obligatorio para todos aquellos que queríamos encontrar lo que solamente Armando pedía- llenó de buenos recuerdos muchas veladas que ahora forman parte del pasado. Después le llegó el turno a los libros, tan importantes como una buena película, siempre acompañados de una impronta tan personal como irrepetible.

El cuarto mosquetero en discordia y quien hace buena la frase de “El espectáculo debe continuar” es el distribuidor, exhibidor, y decano sin contestación de los proyeccionistas cinematográficos de nuestra comunidad Saulo Torón Macario. De Saulo no solo aprendí todos los secretos de una máquina de cine, sino el encanto de ver y tocar una película de 35mm en mis manos ?solo por los bordes, que conste en acta. Siempre ha resultado un placer no ver cómo un rollo termina y otro empieza; es decir, que no se noten los empalmes entre una bobina y otra, y esto Saulo lo hace a las mil maravillas. Dotado de una facilidad pasmosa para enhebrar una película y/o repasarla, Saulo representa el ideal al que todo proyeccionista debería aspirar, muy, muy lejos de las chapuzas que hemos tenido que soportar en las salas de cine. Sin embargo, la pasión de Saulo por el séptimo arte va mucho más allá, llegando a mantener una proyección mientras en el exterior llovían las bombas.

En el momento en el que los conocí me sentía como D'Artagnan deseoso de lograr mi ingreso en los mosqueteros. Imagino que ante sus ojos seria igual de patoso, impetuoso y novato como lo es el literario personaje de Alejandro Dumas. Desde entonces han pasado casi veinticinco años, y lo cierto es que no sé si al final me he ganado el ser uno de ellos, pero lo que sí me llena de orgullo es que todavía hoy los puedo seguir considerando como si fueran familia, algo que no puedo decir de otras tantas personas con las que me he cruzado en todo este tiempo. Y qué quieren que les diga, se me antoja mejor rendir este pequeño homenaje a quienes todavía están en este mundo, que en recordar a quienes ya no están y que a buen seguro estarían de acuerdo con mi postura.

Eduardo Serradilla Sanchis

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