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Salvador García Llanos / Salvador García Llanos

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La invitación de Felipe González a un papel activo de la militancia socialista debe ser convenientemente interpretada y administrada por la dirección federal y la cascada de órganos, hasta llegar a los cargos públicos menos relevantes. Ese papel, un suponer, quiere huir del marasmo. Se trata de evitar incurrir en la resignación, esa que prende tan fácilmente a poco que las reacciones de la población estén inspiradas por titulares de prensa y opiniones audiovisuales que, reflejando tendencias y querencias sin dobleces, se ceban en las tribulaciones o por resultados de encuestas que, hechas en caliente, sólo pueden arrojar indicadores de malestar y rechazo en porcentajes más altos.

Como también cabe en la pureza y en la dureza una apelación a la unidad y la cohesión, ya pueden ir tomando nota quienes, amparados en el empuje -más que en el relevo- generacional y en la paridad, fueron prescindiendo de valores que encarnaban, sencillamente, la experiencia. Lo hicieron de muy distinta manera, a veces de forma descarnada y cruel; en otras, más sutilmente. Pero, situaciones personales al margen de esos modos de operar, es evidente que ello contribuyó a abrir una brecha y a producir alejamientos, de militancia, precisamente. Ello conllevó desánimo, indolencia, descontento y desinformación, justo lo que ahora se trata de corregir si es que hacen caso y aplican el mensaje de González. No son pocos, en efecto, los que se han sentido infrautilizados y hasta marginados, aquéllos a los que no se consultó ni pidió opinión, igual porque entendían -y entendían mal- que se les había parado el reloj. Resulta que no, que la madurez también es una virtud y que el esfuerzo y la dedicación bien son acreedores de respeto. Y que su reloj sigue marcando las horas.

Que tomen buena nota en Canarias los diputados y senadores socialistas, de las dos provincias, de todas las islas, casi desaparecidos del todo de la escena público-mediática. Ya se ha escrito en alguna ocasión que ese problema de presencia y de implantación en la sociedad y su tejido -principalmente en Tenerife- es el principal de los que deba afrontar un partido que, desde las últimas elecciones autonómicas, ha tenido que superar la sustitución de su secretario general y empezar a diseñar su futuro sin que los vaivenes de la alianza gubernamental le favorezcan demasiado, entre otras razones porque el hastío y la desilusión que esa alianza genera invita más al pasotismo político y al absentismo que otra cosa.

Pero, lo dicho: aún cuando se parta de la premisa de que diputados y senadores del partido gubernamental, del signo que sea, siempre están condicionados y su labor puede resultar más efectiva intramuros o en la canalización de asuntos y proyectos de su respectiva circunscripción, no es menos cierto que en situaciones como las vividas en la presente legislatura deberían aparecer más y transmitir algo que, sin estar al nivel de González, permitiera identificarles y saber que aún están en activo. Que perdonen, pero, salvo alguna honrosa excepción, se han convertido en los grandes desconocidos quienes ostentan la representación socialista provincial e insular en las Cortes Generales. A la hora de dar cuenta de su gestión, aquéllos que al menos tengan la intención, tendrán que hacer un trabajo de imaginación y de recopilación. Igual es cuestión de oportunidad y parecemos demasiado exigentes.

Pero no. También les corresponde ejercer como militantes activos, comenzando por realizar autocrítica. Que utilicen después, como crean más conveniente, los recursos que están a su alcance no ya para justificar su cometido y su dedicación sino para mantener la conexión con la sociedad a la que se deben y el contacto con los órganos más directos y la gente de las agrupaciones locales, a las que siempre viene bien unas palabras de aliento o ser escuchadas, sencillamente. Por fortuna, son múltiples las formas de comunicación. Pero hay que activarlas sin reservas.

Porque en tiempos como los que corren, y después de lo dicho por Felipe González, ni rutina ni conformismo ni inhibición. Tomen nota, señorías.

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