Espacio de opinión de Canarias Ahora
Cartas desde el terror
Durante la semana que termina hemos asistido a la presentación de un segundo libro desgarrador, escrito por José Vicente González Bethencourt, en esta ocasión basado en el diario y las cartas de Manuel Bethencourt del Río-el llamado médico de los pobres-que envió desde la prisión flotante, llamada Adeje y desde Fyffes-empaquetado de plátanos-convertido en campo de concentración en la Guerra Civil Española.
Desde que el Gobierno de España aprobara la Ley de la Recuperación de la Memoria Histórica, aparecen día a día nuevos casos, nuevas historias que nos horrorizan, que nos recuerdan una contienda injusta contra un poder democrático; pero sobre todo nos pone a la vista, que sí que existieron auténticos campos de concentración en nuestro país y mientras hemos sufrido con el horror nazi, tuvimos el horror cerca de nuestras casas pero o miramos para otro lado o intentamos durante años tapar la ignominia sufrida por nuestros ciudadanos de bien.
Éste es un vivo ejemplo del terror, la injusticia sufrida por muchos de nuestros paisanos y que durante más de medio siglo han estado guardados hasta que empiezan a salir a la luz pública. Leer los fragmentos del diario de este hombre o las cartas que pudieron recibir sus allegados, te pone los pelos de punta y descubres episodios de la historia reciente que conocías de oídas pero que nunca se habían expresado tan contundentemente. Te atenaza el estómago los detalles más escabrosos de la vida de los detenidos, hambre, suciedad, miseria, torturas y fusilamientos son el compendio de dolor y muerte que describe, con un lenguaje culto Don Manuel.
Además del sufrimiento de la víctima, sus familiares recibían el embate de la represalia mediante la incautación de bienes y el maltrato permanente. Pensar que aquellos hombres en ese medio hostil instituyeron lo que daban en llamar “un ciclo de conferencias de vulgarización científica y arte”, para llenar la hora que quedaba entre la comida y el ir a dormir, deja a las claras la catadura moral y política de estos represaliados que, transmitían a sus compañeros sus conocimientos y se enriquecían con el saber de cada uno; unos pequeños momentos de paz en una continua catástrofe diaria de golpes e insultos.
Don Manuel se salvó de la muerte en la cárcel, no obstante comenzó a morir poco a poco el día que fue detenido, su espíritu moría día a día y el hambre minó su cuerpo hasta su irreversible enfermedad digestiva que lo llevó a la muerte. Hasta después de muerto continuaron con el asedio familiar. Fallecido en el año cuarenta y cuatro del pasado siglo, se mantuvo abierto su expediente y con seguimiento-basado en su pertenecía a la masonería-hasta el año cincuenta y tres que se cerró definitivamente.
Desde hace tiempo no me conmovía tanto un relato como el que le oí a Katia, su nieta, el día de la presentación del libro. Con voz entrecortada nos contó a los asistentes que, “su padre murió cuando ella tenía diecinueve años; recordaba un padre frio, distante, como un ser con algo que contar y que nunca lo hizo; después de buscar en su casa descubrió los manuscritos y entonces, una vez leídos, comprendió cómo nunca aquel hombre se recuperó del horror, del dolor, de la rabia. A partir de ahora los represaliados del dictador tendrán un reconocimiento oficial del estatus de víctima, aún queda mucho camino por recorrer y Garzón puede ser una pieza clave en este terrible entramado. Que se haga justicia.
*Historiadora y geógrafa
Carmen Coello*
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