No hay que olvidar que un año antes, en 1.949, la Unión Soviética explosionaba su primera bomba atómica –patrimonio exclusivo de los Estados Unidos hasta ese momento-. Ese mismo año, Mao Zedong se convertía en el líder del país más poblado del mundo, China, encabezando una revolución comunista. Para agravar la situación y apoyar las dementes tesis del senador McCarthy, estallaba, durante el año 1.950, la guerra de Corea, primera confrontación encubierta entre los dos bloques que competían en la Guerra Fría.Con semejante caldo de cultivo no es de extrañar que muchos se sumaran a las tesis del senador, mitad por el miedo a la mencionada invasión comunista, mitad para no ser tachados de enemigos del Estado.McCarthy, apoyado en una verborrea que le colocaba casi a la misma altura que otros ideólogos como el doctor Joseph Goebbels –el cerebro de la propaganda del régimen nazi- organizó una cruenta caza de todo aquel que demostrara una tendencia a simpatizar con ideas de carácter liberal, que no es lo mismo que ser comunista. Claro que, para ello, McCarthy no dudó en avasallar los mismos cimientos de los derechos civiles y personales de los ciudadanos de su país.McCarthy, como los inquisidores y cazadores de brujas de la Edad Media, se valía de la propagación de falacias y acusaciones sin fundamento para intimidar a quien se opusiera a su mesiánica cruzada. Sus principales empeños se centraron, en un primer momento, en las personas que trabajaban en laboratorios de investigación y desarrollo armamentístico y en especial en el personal relacionado con la bomba atómica y sus derivados. Consecuencia directa de sus proclamas fue la detención y posterior ejecución del matrimonio Rosenberg, acusados de filtrar a los soviéticos los secretos de la mentada bomba atómica. La realidad demostró que, si bien el hermano de la señora Rosenberg sí confesó haber pasado información a los soviéticos, nunca se tuvo constancia de que los Rosenberg trabajaran para el bloque comunista.Tras lograr el miedo entre los científicos, McCarthy centró sus esfuerzos en la cultura, especialmente en el séptimo arte, perfecto escenario para los complots comunistas. De su interés personal por el mundo del cine, más bien por controlarlo y anularlo, surgieron las tristemente famosas listas negras. En ellas se incluyeron nombres como el escritor Bertolt Brecht, el guionista Dalton Trumbo –rescatado luego por el contestatario Kirk Douglas para escribir el guión de Espartaco- y Charles Charlot Chaplin. Otra causa directa fueron las declaraciones de reputados personajes de la industria –entre los que destacan Walt Disney, Cecil B. De Mile y Elia Kazan- acusando a muchos de sus compañeros de pertenecer o simpatizar con la causa comunista. La reacción ante dichas declaraciones llegó de parte de un nutrido grupo de profesionales –encabezados por el matrimonio Humphrey Bogart-Lauren Bacall y el director John Ford- en contra de las tácticas y técnicas del comité de Actividades Anti-Americanas, presidido por el iluminado senador. McCarthy, convertido ya en azote de rojos, terminó por apoyar también la censura de más de 30.000 libros, entre ellos Robin Hood, de Howard Pyle, y encabezar cualquier actitud que preservara a las mentes bien pensantes de su nación.Al final, fue su enfrentamiento con Edward R Murrow, un periodista de la recién nacida cadena de televisión de la emisora CBS, lo que aceleró su caída en desgracia. Ed Murrow, todo un referente del periodismo honesto y serio, denunció en su programa See it now, los excesos y sin sentidos practicados por McCarthy y sus secuaces dentro de la comisión. En un principio, McCarthy amenazó a la cadena y al personal implicado en el programa de Murrow con las mismas tácticas que había esgrimido durante sus primeros años. Sin embargo, y a pesar de que la cadena relegó su programa a una hora de menor audiencia, Murrow y su equipo no cejaron en su empeño de terminar con la locura desatada por el senador. Al final y, en especial tras su enfrentamiento directo con el ejército, McCarthy debió testificar en el senado para explicar su comportamiento. El resultado final del proceso fue un voto de censura del senado contra McCarthy –67 votos a favor y 22 en contra-por conducta impropia de un miembro del senado y por sus tácticas parciales y en contra de los derechos de los ciudadanos. Tras aquello, McCarthy terminó sus días, alcoholizado y sólo, muriendo tres años después de su comparecencia en el senado, en 1.957.¿Y ahora se preguntarán a qué viene esta lección de historia? Muy sencillo. La razón es recordar que la historia está para enseñarnos y no cometer los mismos errores de antaño. Algo que, a la vista de algunos sucesos, no tienen muy claro quienes se están convirtiendo en los nuevos McCarthy del siglo XXI. Puede que sea una casualidad, pero, de un tiempo a esta parte, a los responsables de los gabinetes de prensa de organismos varios les está entrando la fiebre de imitar a McCarthy y a otros personajes de su misma catadura moral. De ahí que se les vea muy atareados redactando listas negras –físicas y virtuales- censurando medios o amedrentando a periodistas para que mantengan la boca cerrada. Si fueran actuaciones individuales, de personas que ignoran los principios del periodismo, la cosa tendría una solución más sencilla. Lo malo es que, muchas de estas actuaciones están auspiciadas-organizadas y/o sugeridas por mandatarios, mandarines (con el permiso de D. José Alemán) o responsables del más alto nivel. En este caso, el problema es mucho más grave, no sólo por ir en contra del mismo sistema democrático en el que nos encontramos, sino por dejar en tela de juicio la respetabilidad de los organismos que presiden. Además, y tal y como le pasó al deleznable McCarthy, nunca se sabe cómo termina una cacería de brujas. Uno puede pasar de ser juez-jurado y verdugo a transformarse en víctima. Lo peor de todo es que, quienes actúan de dicha manera, no sólo piensan que están haciendo lo correcto, ya que todos los iluminados salvapatrias lo piensan, sino que consideran que su legado ayudará al bienestar de su nación. Craso error si se miran con detenimiento nuestra historia más contemporánea.Como muy bien decía el poeta Pedro Lezcano la mejor censura es aquella que no existe, de ninguna de las maneras. Eduardo Serradilla Sanchis