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El consenso paulinés

José A. Alemán / José A. Alemán

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Porque, dicho lo anterior, habría que preguntarle a Paulino por los documentos que concreten las propuestas y los supuestos que fundamentarían y sobre los que se articularía ese consenso. Es decir, las cifras, los datos, los análisis de situación, las recomendaciones técnicas de corrección, etcétera, que patronales y sindicatos le piden para consensuar algo. Si los empresarios consideran urgente llegar a acuerdos y que el Gobierno explique el éxito o el fracaso de las medidas que dice haber adoptado ya, los sindicatos quieren una vuelta al diálogo y a la concertación social que han retrocedido en esta legislatura; no casualmente. Mientras, los psocialistas recelan, no vayan a meterlos en el mismo saco.

Todos están, pues, a la espera de que el Gobierno arranque con el doble seis. Nadie se fía y muchos lamentan el nivel del Ejecutivo, que no alcanza para liderar el consenso. El que no ponga sobre la mesa propuestas, que no las dé por escrito ni se muestre dispuesto a entrar en su debate con la mejor disposición respecto a las ajenas, es motivo de desconfianza y desánimo. Con esta gente no vamos a ninguna parte, dicen por ahí; a lo que se replica con la evidencia jobiana de que hay que arar con los bueyes que tenemos.

La llamada paulinesa al consenso se aprecia así como estratagema de alcalde de pueblo chico; inapropiada para una comunidad compleja como la canaria. Los consensos políticos, sociales y económicos no son abstracciones sino que han de concretarse en términos claros y acordados, incluso, con solemnidad cara a la sociedad. Al margen de la opinión que cada cual tenga de ellos, ahí están los Pactos de La Moncloa suscritos con luz y taquígrafos y rubricados hasta por los leones de las Cortes. Alcaldadas, las menos.

De no hacerse así, cabe sospechar que Paulino sólo pretende que los llamados a consensuar acepten y respalden con su silencio lo que decida el Gobierno y que el conjunto de la sociedad carezca de la información precisa para pensar por su cuenta. O que se trate de un ardid con que presionar a los otros para que entren por el aro y poder alegar, caso de que no lo hagan, que el Gobierno ha tenido voluntad y que son esos otros quienes no han querido el consenso. López Aguilar es el obstáculo, llevan repitiendo los nacionaleros en los últimos días con sospechosa coincidencia.

Recuerden, ya puestos, el anterior intento de consenso que medio se logró inicialmente. Me refiero a la reforma del Estatuto de Autonomía. Estaba de por medio la reforma electoral y el rebaje de los topes de acceso al Parlamento. Los votos tirados a la basura en las últimas elecciones aconsejaban arreglar este asunto, pero CC acabó negándose a modificar un sistema electoral que la beneficia. Que CC Gran Canaria tenga un diputado por ninguno Nueva Canarias, a pesar de sacar muchos más votos que la solitaria Mar Julios, ilustra el ventajismo al que no quiere renunciar. El precedente pone en tela de juicio la voluntad de consenso real.

No se dan las condiciones precisas. No merece crédito un Gobierno obsesionado por hacer oposición a la oposición. Quien tenga memoria, repase el discurso de investidura de Paulino: en lugar de explicar su programa y sus objetivos al frente del Gobierno no hizo sino atacar a López Aguilar y a Zapatero. Ni una idea, ni un proyecto, ni un objetivo. Las sesiones parlamentarias han seguido la misma tónica que oculta el desgobierno y desvela como única idea el mantenimiento en el poder al precio que sea. No es forma de conseguir la capacidad de liderazgo que ahora se precisa. En política los errores y los planteamientos perversos se pagan. Los pagamos todos.

Está claro que los psocialistas no pueden cerrarse en banda ante la propuesta de consenso, pero sí han de exigir propuestas concreciones, compromisos claros, serios, bien divulgados y mejor financiados. Las palabras se las lleva el viento y si se trata de discursos políticos, diría que basta una ligera brisa.

Pero comprometerse a la vista de todos no conviene a CC-PP; por más que sea la única vía para alcanzar un grado mínimo de presentabilidad. Una vía que no emprende porque la mediocridad política e intelectual y una visión obtusa, pueblerina y sesgada ya saben hacia qué lado le induce a considerar esa actitud muestra de debilidad. El Día, por ejemplo, la consideraría una claudicación ante la “tercera” isla y mucho me temo que a Paulino le preocupa más no caer en el anatema pepitiano de traidor que atinar en la presidencia del Gobierno; para seguir en ella cuando seamos independientes; el año que viene, Alcorac mediante.

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