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Crisis de Gobierno o Gobierno en crisis

Carlos Carnicero / Carlos Carnicero

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Este Gobierno es probablemente el más flojo de toda la reciente democracia. Ahora mismo, el seguro de vida de José Luis Rodríguez Zapatero, además de algunos aciertos y gestos de enorme audacia que le han salido bien, está en el bando opositor. Con Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre y Jaime Mayor de Oreja en el hit parade de la política del Partido Popular parece metafísicamente imposible que el poder que detenta el PSOE en el Gobierno de la Nación y en las comunidades autónomas que van a celebrar elecciones esté en peligro. Es como si hubiera un pacto secreto entre los poderes internos y ocultos del PP con José Luis Rodríguez Zapatero para garantizarle que en cualquier situación de desgaste del socialismo español, la torpeza, la caspa y las tesis predemocráticas instaladas en el corazón del PP acudirán en ayuda del presidente de Gobierno para garantizar su continuidad en el timón de este país.

Pero eso no debiera ser consuelo. La crisis es obligatoria porque hay tantos ministros inéditos como quemados vivos. A la falta de recorrido del vicepresidente económico del Gobierno se le une el de la vicepresidenta, que ya no tiene sintonía alguna con José Luis Rodríguez Zapatero y a la que su exceso de voluntarismo ha terminado por atornillarle en una espiral que no le permite solucionar ningún problema y se constituye en epicentro de casi todos, conservando increíblemente unos niveles de popularidad que sólo pueden explicarse por los espacios que ocupa en la televisión pública.

La lista de quemados es importante. Algunos se han salvado de la parrilla, como Miguel Ángel Moratinos, por el pacto tácito u oculto entre el Gobierno y el PP sobre los vuelos secretos y sucios de la CIA.

El ministro de Justicia es un pirómano disfrazado de bombero o viceversa, que independientemente del corporativismo y la falta de legitimidad de los jueces para instar a la huelga no ha hecho otra cosa, desde que llegó, que provocar incendios. Menos mal que los enamoramientos políticos del presidente son efímeros y en situación de desamor se encuentra ya Miguel Sebastián y muchos de los independientes que adornan un Consejo de ministros que en realidad se sigue celebrando en la pista de baloncesto del Palacio de La Moncloa.

Ahora el presidente se está dedicando a aprender economía y a averiguar dónde se encuentra cada país en el globo terráqueo. Nunca es tarde. Pero un presidente de Gobierno no puede estar en la financiación autonómica y en la reconstrucción de las relaciones transatlánticas sin personas interpuestas. Y eso es lo que ocurre, que el Gobierno es ya sólo su presidente.

El presidente hará la crisis de Gobierno cuando le convenga y cuando pueda. Es su prerrogativa constitucional; pero los viernes, en el Palacio de La Moncloa, a lo que huele es a chamusquina con honrosas excepciones como las de Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón, que tienen un aprobado alto en un universo de suspensos.

Carlos Carnicero es periodista y analista político

Este Gobierno es probablemente el más flojo de toda la reciente democracia. Ahora mismo, el seguro de vida de José Luis Rodríguez Zapatero, además de algunos aciertos y gestos de enorme audacia que le han salido bien, está en el bando opositor. Con Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre y Jaime Mayor de Oreja en el hit parade de la política del Partido Popular parece metafísicamente imposible que el poder que detenta el PSOE en el Gobierno de la Nación y en las comunidades autónomas que van a celebrar elecciones esté en peligro. Es como si hubiera un pacto secreto entre los poderes internos y ocultos del PP con José Luis Rodríguez Zapatero para garantizarle que en cualquier situación de desgaste del socialismo español, la torpeza, la caspa y las tesis predemocráticas instaladas en el corazón del PP acudirán en ayuda del presidente de Gobierno para garantizar su continuidad en el timón de este país.

Pero eso no debiera ser consuelo. La crisis es obligatoria porque hay tantos ministros inéditos como quemados vivos. A la falta de recorrido del vicepresidente económico del Gobierno se le une el de la vicepresidenta, que ya no tiene sintonía alguna con José Luis Rodríguez Zapatero y a la que su exceso de voluntarismo ha terminado por atornillarle en una espiral que no le permite solucionar ningún problema y se constituye en epicentro de casi todos, conservando increíblemente unos niveles de popularidad que sólo pueden explicarse por los espacios que ocupa en la televisión pública.

La lista de quemados es importante. Algunos se han salvado de la parrilla, como Miguel Ángel Moratinos, por el pacto tácito u oculto entre el Gobierno y el PP sobre los vuelos secretos y sucios de la CIA.

El ministro de Justicia es un pirómano disfrazado de bombero o viceversa, que independientemente del corporativismo y la falta de legitimidad de los jueces para instar a la huelga no ha hecho otra cosa, desde que llegó, que provocar incendios. Menos mal que los enamoramientos políticos del presidente son efímeros y en situación de desamor se encuentra ya Miguel Sebastián y muchos de los independientes que adornan un Consejo de ministros que en realidad se sigue celebrando en la pista de baloncesto del Palacio de La Moncloa.

Ahora el presidente se está dedicando a aprender economía y a averiguar dónde se encuentra cada país en el globo terráqueo. Nunca es tarde. Pero un presidente de Gobierno no puede estar en la financiación autonómica y en la reconstrucción de las relaciones transatlánticas sin personas interpuestas. Y eso es lo que ocurre, que el Gobierno es ya sólo su presidente.

El presidente hará la crisis de Gobierno cuando le convenga y cuando pueda. Es su prerrogativa constitucional; pero los viernes, en el Palacio de La Moncloa, a lo que huele es a chamusquina con honrosas excepciones como las de Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón, que tienen un aprobado alto en un universo de suspensos.

* Periodista, analista político y articulista de elplural.com* Periodista, analista político y articulista de elplural.com

Carlos Carnicero*

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