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Crisis, el valor de la oportunidad por Juan M. Betancor León

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La crisis actual afecta al sistema financiero especulador, dado el escaso control que a nivel internacional existía, permitiendo con ello el movimiento de capitales, actividades especulativas y paraísos fiscales que nadie ha querido eliminar. Su consecuencia ha sido el desconcierto, pues las cuentas de muchas instituciones financieras y corporaciones no cuadraban, ni eran las que ellos mismos afirmaban. Esta situación llevó a recelos que iban globalizándose por la sencilla razón de que todas tenían inversiones a lo largo de todo el planeta.

Los recelos ante los primeros signos de crisis llevaron al parón crediticio que afectó, primero a la clase empresarial necesitada de capitales para seguir funcionando y modernizándose y, en segundo lugar, al consumo. Éste último latigazo no sólo es consecuencia del aumento del paro sino también de un miedo de quienes viven angustiados por si son los siguientes en caer en la gran Bolsa del desempleo.

El Estado liberal actual no es un generador directo de empleo, sino quien crea las condiciones necesarias para que se genere ese empleo y al mismo tiempo facilita el consumo.

La cuestión es ¿qué puede hacer el Estado ante la caída de las cotizaciones, la recaudación de impuestos y la posible quiebra bancaria?

Lo que estamos observando en España, por poner solo un ejemplo, es el aumento del endeudamiento por parte de un gobierno que no está dispuesto a aceptar que la mejor solución al problema del desempleo es el freno de los salarios, más flexibilidad en el despido, más horas de trabajo o menos impuestos para los grandes empresarios, que no para los ciudadanos. Quizás por eso los sindicatos apuestan más por el diálogo social que por una huelga general, pero ¿por cuanto tiempo se puede mantener una situación de protección social en una crisis imprevisible en el tiempo si no se encuentra la manera de reactivar todo el sistema productivo? El tiempo corre en su contra y por tanto, siendo mal pensados, creo que las grandes corporaciones, que no han dicho nada hasta ahora sobre como salir de tal situación, van a crecer aún más y sobre todo pueden ahogar al Estado de derecho e imponer su voluntad e intereses en aras del progreso, con lo que el “círculo abierto tras la caída del Muro de Berlín” va a ser cerrado si nadie lo remedia. Lo que está en juego es la supervivencia de la libertad individual y colectiva: Vivir para trabajar o trabajar para vivir.

Si los estados no consiguen imponer su voluntad como representantes políticos y responsables del mantenimiento del Estado de derecho y social, vamos camino de una sociedad global cada vez más desigual pero también de profundos problemas sociales y territoriales, lo que hace que lleguemos a una crisis en las relaciones internacionales: los conflictos por el agua, la energía, la emigración o los refugiados son ejemplos de una catástrofe inimaginable, aunque algunos ya han llegado a ella pues el número de desplazados, la pobreza y la marginación es el estereotipo de países empobrecidos así como el aumento de la pobreza en países ricos.

Los conflictos van a aflorar desde el momento en que los Estados desarrollados dejen de apoyar el mantenimiento de la protección social y que llegará si no reactivamos la economía con medidas que impidan el quebrantamiento del Estado por quienes solo velan por su interés y sólo ven mercancías y consumidores cunado se trata de hablar sobre el estado actual del planeta.

Necesitamos hombres y mujeres de Estado, capaces de olvidarse de estar en continua campaña electoral, de parchear esperando que alguien marque el camino y a corto plazo Estado Unidos no lo va a ser, tener la valentía de tomar decisiones duras si es preciso contra quienes siguen viendo el planeta como un mercado, que denuncien los males del sistema y sus consecuencias. Alguien tiene que dar el primer paso y no cerrar los ojos o empalagarnos con falsas esperanzas sobre el fin de la crisis. Necesitamos saber si vamos a salir con dignidad o si saldremos maniatados al gran capital y a los intereses de los mercaderes, aquellos que siguen negando el cambio climático y que para ellos el desarrollo sostenible no es otra cosa que seguir desarrollándose a costa del sustento de quienes “venden” su fuerza de trabajo.

La crisis se enmarca en una lucha entre las grandes corporaciones y los Estados. Las primeras han sabido imponer el individualismo, el capital por encima de todo, el marketing consumista que es quien nos ha permitido vivir por encima de nuestras posibilidades y cuando ya formaba parte de nuestra vida nos la ha quitado, el prestigio nacional entendido como expansionismo económico, ha conjugado a la perfección los intereses de una clase política más preocupada por el poder en sí que por la defensa efectiva del estado social y que muchas veces ha convertido el poder político como un juego macabro donde se comercia con el voto a través de mensajes que todos olvidamos poco después de las elecciones y tras cuatro años votamos según esté nuestro bolsillo y sin pensar en el de los demás. Son esas corporaciones quienes nos han vendido un mundo mágico basado en el individualismo, no en la colectividad y la sostenibilidad, y el consumismo entendido como la posesión de bienes aunque sea a costa de otros o del endeudamiento irracional, para luego en la “crisis” darnos con las puertas en las narices y llevarnos a la cruda realidad y con el “mono” de que no somos nada ni nadie si no volvemos a poseer lo que teníamos. De ahí deduzco que de no mediar con contundencia los Estados, los trabajadores y trabajadoras, y con ellos los sindicatos, empezarán a plegarse a las exigencias del mercado: más horas de trabajo, menos impuestos, menos derechos laborales, flexibilidad en el despido?

Me atrevo a vaticinar el fracaso de los segundos si no aprovechamos esta situación para, en primer lugar, crear un nuevo orden económico capaz de eliminar los paraísos fiscales, controlar los movimientos de capitales y que promueva el desarrollo equitativo en los países menos desarrollados. En segundo lugar, dar sentido a organismos supranacionales como la ONU, convertirlos en centro del debate mundial y donde se tomen decisiones sobre el estado actual del planeta y su conservación. En tercer, lugar poner coto a los enormes beneficios de las corporaciones mediante un aumento de los impuestos de forma global y la obligación de favorecerlos siempre y cuando inviertan en empleo, educación o apuesten por la sostenibilidad. En cuarto lugar, hacer de la sostenibilidad y la investigación una fuente de empleo. En quinto lugar, pasar de u sindicalismo burgués y corporativo hacia un sindicalismo global y qué intervenga en las relaciones laborales a nivel mundial para que no lleguemos a un “sálvese el que pueda” entre trabajadores de un país y otro.

Y por último, promover una cultura global basada en valores como el respeto a la diversidad, a la colaboración entre iguales, al comercio justo, al fin a la deuda externa de los mas desfavorecidos, a la democracia efectiva y a la búsqueda de una identidad común que nos ayude a superar las separaciones territoriales, que son las que nos han llevado a mirar al otro como un competidor o un aliado contra los demás, con el fin de afianzar el poder e imponer sus exigencias en el ámbito internacional.

Debemos superar el “virus del individualismo”, porque es ahí donde está la raíz del problema y con ello cuentan quienes defienden el neoliberalismo, para dar paso a otra forma de relacionarnos, de entendernos y de pensar. Hay que llegar al punto de entender la situación real del mundo, en lugar de dejar que la crisis sea utilizada como un campo de batalla política y económica, y no como un problema global.

Juan M. Betancor León

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