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Darfur, otro rehén del petróleo
La ONU y la Unión Africana (UA) debían intervenir en varias direcciones. Proteger a la población de la región y facilitar un diálogo entre los líderes de la rebelión y Jartum, de tal modo que los refugiados pudieran retornar a sus hogares, recuperar sus tierras y trabajar en paz. Se trata de un conflicto sobre todo político y sólo tiene una salida de esa naturaleza. La resistencia de las autoridades sudanesas a cualquier avance provocó la posibilidad de sanciones internacionales. El presidente George Walker Bush anunció ayer que aplicará nuevos castigos económicos contra Jartum, mientras propone lo mismo al Consejo de Seguridad de la ONU. Lo tendrá difícil porque China, miembro del Consejo, rechaza intervenciones exteriores especialmente de la OTAN. Apenas sugiere que la ONU establezca un pasillo humanitario con Chad para que los refugiados puedan trasladarse.El interés de Bachir por dominar Darfur responde a las riquezas petroleras recientemente descubiertas, a la necesidad de explotarlas sin oposición de los campesinos o de sus líderes. La fiebre humanitaria de Estados Unidos por Darfur, tanto como la defensa de la soberanía nacional sudanesa por parte de China, responden a idéntica cosa. Washington y Pekín pelean en terreno ajeno por el control estratégico del oro negro. Los dos lo necesitan para cubrir las necesidades de sus países a largo plazo. La batalla política va ganándola Pekín, algo inadmisible para Estados Unidos, que presiona a Jartum con todas sus fuerzas y las de sus aliados.William Engdahl lo cuenta así. China recibe un 30% de petróleo crudo de África. Utiliza créditos en dólares sin condiciones para lograr acceso a la vasta riqueza en materias primas de África, dejando al margen el típico juego de control de Washington a través del Banco Mundial y del FMI. ¿Quién necesita la dolorosa medicina del FMI si China ofrece condiciones fáciles y además construye carreteras, hospitales y escuelas? Pekín asegura una ventaja adicional a los gobiernos del continente. Se aleja, como si de la malaria se tratara, de inmiscuirse en los asuntos internos de cada país, sea Sudán, Nigeria, Chad, Angola o Sudáfrica.Esta actitud contrasta con la orientación de Washington. Valga un ejemplo. La Chevron y la ExxonMobil construyeron un oleoducto en Chad, vecino de Darfur, que transporta 160.000 barriles de petróleo por día con destino final a las refinerías estadounidenses. Cuando el presidente de Chad, Idriss Deby, exigió una mayor participación en el negocio, el ya ex presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, intentó suspender los créditos al país. Chad creó su propia petrolera, amenazó con expulsar a Chevron por impago de impuestos y pidió una participación del 60% en el oleoducto. La sangre no llegó al río. Hubo finalmente algún tipo de acuerdo. China aprovechó la oportunidad del conflicto, desplazó a su ministro de Exteriores a Chad en agosto de 2006 y ya está importando petróleo de allí sin hacer el menor ruido. Esta guerra tibia entre Estados Unidos y China por el petróleo africano apenas comienza.
Rafael Morales
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