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Una definición

José H. Chela / José H. Chela

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No está mal. En mi diccionario preferido, el Ideológico de Casares –cuya denominación puede llamar a engaño sobre su contenido y manejo- aparecen varias acepciones de la palabra y la que más me gusta es la cuarta: “Habilidad, astucia para lograr uno su intento”. No obstante, la que más se acerca a lo que los ingenuos imaginamos y deseamos, es aquella definición que convierte a la política en un instrumento para modificar la sociedad. Se da por supuesto, claro, que para modificarla continuada y progresivamente. Es decir, para mejor. Siempre para mejor. Es la filosofía, por ejemplo, del Estatuto Federal del PSOE (me parece que se reflejan esas intenciones en el artículo segundo), que ha ido rebajando sus objetivos utópicos. Hace unas décadas todavía, la meta de los socialistas era lograr una sociedad de hombres –entonces no había que añadir que también de mujeres- libres, justos e inteligentes. Que ya me dirán cómo se consigue eso, mayormente lo de la inteligencia como bien común, por mucha voluntad política que se tenga. Que, seguramente, tampoco. Mucho se teme uno, sin embargo y visto lo visto por estos lares y a lo largo de toda la historia autonómica, que si eso sucede en algún lugar, territorio o nación del planeta, no es precisamente en estas ínsulas. Aquí la política consiste en el arte de todo lo contrario. Es decir, de procurar que la sociedad no cambie, de modo que los políticos puedan beneficiarse de sus seculares defectos, de sus reiterados errores, de su desinformación y de sus mentalidades y sentimientos (sentimientos y mentalidades alimentados y adoctrinados por la propia clase política y por los medios de comunicación) insulareños, cainitas y acomplejados. La estrategia no es nueva, sino milenaria y eficacísima: divide y vencerás. Que en treinta años de democracia no se haya avanzado un milímetro en la resolución del pleito y en el conocimiento por parte del ciudadano archipielágico de las distintas realidades insulares y de la idiosincrasia real de sus poblaciones desde las diferentes orillas que habitamos, no se puede achacar a una falta de voluntad política, sino a todo lo contrario: a una retorcida y machacona acción política centrada principalmente en fomentar y mantener esta situación y evitar la modificación social. Por mucho que luego se les llene la boca con la plasta de canariedad.

José H. Chela

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