Espacio de opinión de Canarias Ahora
Demagogia y poca vergüenza
Es cierto que en el año y pico que lleva de alcalde Jerónimo Saavedra ha defraudado a quienes esperábamos más. Pero, bien pensado, igual resulta que la decepción es producto de nuestra impaciencia. Un año es poco tiempo para conjuntar un equipo con personas que son hijos e hijas de sus respectivos padres; y no les cuento si hablamos de familias y familiajes psocialistas. Un tiempo aún más escaso si hay primero que hacerse cargo del desastroso legado de los doce años de gobierno anterior; no del PP, que en otros lugares ha gestionado bien, sino de Soria y Luzardo que dejaron la ciudad en el piso. De ahí la demagogia y la poca vergüenza de Luzardo al criticar a Saavedra con abstracción de sus desastres de cuando era alcaldesa. Tiene más cara que un saco de las antiguas pesetas. Manda huevos, por ejemplo, que se rasgue las vestiduras ante el supuesto abandono de los barrios de Las Palmas de los que no se ocupó mientras estuvo al frente de la corporación; salvo para extender el distrito de Triana a la parte alta. Más habla quien más tiene que le digan.
La gestión de Saavedra hasta el momento no invita a tirar voladores, pero ha de admitirse que es pronto para su definitiva evaluación y más si consideramos el ayuntamiento que heredó. Bien haría el alcalde en pasar de Luzardo y aceptar la oferta de la Federación de Asociaciones de Vecinos que se dice dispuesta a trabajar en un auténtico “plan de barrios”. El plan que ya existiera, recuerden, fue abandonado por las tres mayorías absolutas consecutivas del PP sin que nadie protestara. Me apresuro a aclarar que la obligación de Luzardo es criticar al gobierno municipal, faltaría más, pero no vale ver sólo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. No somos los ciudadanos tan imbéciles como para no darnos cuenta de lo que se trae.
Más o menos lo mismo cabe decir de José Miguel Pérez en el Cabildo. Al igual que Saavedra, ha de vencer las inercias del pasado, reparar lo reparable; y meter la pata, bonito fuera. Además de procurar convertir al Cabildo, dentro de las limitaciones que impone el Estatuto, en contrapoder que defienda a Gran Canaria de las embestidas del pacto gubernamental CC-PP; que no son cosa poca con Soria echando espuma por la boca. Un Gobierno que tampoco da alegrías a nadie sino, más bien, lo contrario. El episodio de la financiación autonómica y el papelón de Paulino fue la penúltima incitación a la melancolía que acecha a los analistas osados. A mi entender, resultó ser una nueva ocasión de apreciar el languidecimiento de esta autonomía inservible sin que haya nadie con liderazgo suficiente dispuesto a plantearla sobre bases ajustadas a la realidad del archipiélago; que es la insularidad, no el insularismo.
Los escribidores, les dije, sufrimos la atonía política. No sabemos cómo abordarla. Los futbolistas pueden colgar las botas, pero los teclados de ordenador carecen de artilugio con que ponerlos en la alcayata de la pared. Ni ganas de insultar le dejan a uno, oye; mucho menos de ironizar porque es ejercicio exigente de algo de sustancia por la otra parte. Soria no es el único que da pena.
Es irónico, desde luego, volviendo a los barrios de Las Palmas, que la empinada escalera de acceso a La Matula aparezca rotulada como “Calle Felicidad”. Pero maldita gracia tiene que estuviera ayer en el centro de la polémica municipal y no en plan de exigir una solución para los vecinos sino como pedrada de Luzardo a la cabeza de Saavedra. Lo que le interesa es la utilización demagógica de los cuatrocientos escalones, no hacer lo necesario para que los vecinos puedan llegar a sus casas sin echar el bofe. Luzardo se llevaría tremendo disgusto si suena la flauta y Saavedra lo arregla.
Esta sospecha no es gratuita. Los intereses inmediatos de los ciudadanos no figuran en las oraciones de la ex alcaldesa. Aparte de su trayectoria, que ahí está con sus significantes, significados e insignificancias, cabe recordar que no hace mucho rechazó tener voto en la Comisión de Contratación municipal. El hecho pasó desapercibido, pero en puridad democrática, a eso voy, Luzardo negó a los votantes del PP el derecho a participar en las decisiones de la Comisión a través de la representación que ella ostenta. Lo que hasta feo está.
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