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El diablo está en los detalles

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Todo su interés se volcó en lograr que yo aprendiera que no hay que finalizar una tarea sin tener claro que cada cosa está en su sitio. También me enseñaron que cada cual tiene su especial percepción de la cosas y lo que para uno puede estar acabado puede no estarlo para cualquier otra persona. De todas maneras, este último elemento no debía apartarme de lograr el mayor y mejor acabado de una determinada empresa.

Debo admitir que, al principio, el largo camino que supone comenzar un trabajo, desarrollarlo y terminarlo se me antojaba un reto demasiado cansado y tedioso. Y lo que más me costaba era enfrentarme a la parte final, justo cuando lo único que desea uno es terminar y seguir con otra cosa.

Al final, lo que prevaleció fue la idea original de mis padres y, a partir de entonces, me convertí en un firme defensor de los detalles, casi una obsesión, en cualquier faceta de mi vida.

Aquella sensación de agotamiento se fue transformando en otra muy distinta, la cual me proporcionaba una satisfacción personal mucho más gratificante que buscar el éxito fácil y sin mayores pretensiones. Imagino que al no ser tan brillante como muchas de las personas que me rodeaban ?quienes lograban lo que se proponían con la mitad de esfuerzo que yo- me refugié en aquello que esas mismas personas pasaban por alto.

Con el paso de los años, tal práctica me ha supuesto multitud de problemas, sobre todo con quienes se conforman con “rellenar el expediente” sin más y con aquellos que se ven amenazados por cualquiera que ose, siquiera, cuestionarles cualquier detalle. Lo paradójico ha sido que aquellos que detestan que alguien les diga que su trabajo adolece del más mínimo cuidado por los detalles son los mismos que han terminado por llamarme. La vida es así de caprichosa y puñetera.

De todas formas, lo que me ha motivado escribir esta columna tiene más que ver con las noticias que llenan los medios de comunicación, sobre todo en las últimas semanas. En ellas, queda claro que sus protagonistas pasan por alto el cuidado por los detalles, casi por norma.

Y no importa a dónde vuelva la mirada uno, o la ideología por la que sienta mayor predilección. El caso es que el virus de “pasar por alto los detalles” campa por sus anchas.

Da la sensación de que nuestra sociedad se empeña en no saber cómo presentar las cosas y, muchos menos, terminarlas. Se convocan ruedas de prensa y no se comenta nada. Se emiten comunicados banales y carentes de todo sentido. Se conceden entrevistas para que los entrevistados cierren filas y se repita el mismo discurso, una y otra vez.

En vez de comenzar por el principio, detallar lo que se quiere exponer y concluir con un mensaje claro y sin fisuras, los mensajes se llenan de ambigüedades, medias verdades y tópicos al uso. El resultado final es que solamente una minoría presta atención a las noticias, dejando el camino libre para que la desinformación se convierta en la verdad de la mayoría. Y aquellos que sí atienden, tampoco logran colmar sus expectativas.

Tanto es el ruido que se está orquestando que ya casi nadie es capaz de oír su propia voz por encima de la escandalera que se ha desatado. Se supone que en la época que nos ha tocado vivir sobran los demagogos, de la ideología que sea, y hacen falta personas serias y preparadas que encuentren soluciones y logren que éstas funcionen.

Sinceramente pienso que ya se pasó el momento de presumir de las grandes cifras, los aspavientos y los golpes en el pecho proclamando las bondades de nuestro territorio. Puede que para algunos las cosas sigan marchando bien, pero para la inmensa mayoría NO, y quien no lo quiera ver es CIEGO, además de un NECIO. Sé que hacer las cosas de otra manera, ni tiene el mismo glamour ni vende tan bien a la parroquia, y eso no gusta.

Lo he dicho antes, cuidar los detalles es algo muy, pero que muy engorroso y cansa. De ahí que muchos prefieran las lentejuelas, las alfombras rojas y los candelabros para sentirse bien. Es una elección personal como cualquier otra, pero, a la larga, se pudre como cualquier escenario de cartón piedra.

El que muchos cargos electos se olviden, en el “fragor del combate diario”, de la realidad cotidiana empieza a ser una constante en el panorama nacional. Otra cosa muy distinta es que los asesores se olviden de recordárselo a sus asesorados. A buen seguro que -si les hicieran caso- se evitarían muchas de las críticas que dichos cargos reciben por dar la sensación de estar de espaldas a la sociedad.

Aunque puede que sea la asociación del demonio con los detalles lo que hace que muchos los eviten como si, de verdad, se trataran de algo recién llegado del mismísimo infierno. En mundo donde todos quieren ser políticamente correctos hasta la misma extenuación, el que te asocien con la maldad no casa en el manual del hombre del siglo XXI.

Por lo tanto, los que pensamos que estamos rodeados de trepas, chapuceros, corre-ve-y-diles y cantamañanas, los cuales desprecian el más mínimo cuidado por los detalles estamos equivocados.

Ya se pondrán manos a la obra, el coro de aguerridos y anónimos escribientes para demostrarme cuán equivocado estoy. Y en la sociedad, especialmente la del ámbito político, alguno de los muchos portavoces que vomita sus comunicados cual papagayo del amazonas, también me recordará que debo adoctrinarme mejor si quiero sobrevivir en su imperfecto mundo.

Me encontraré, incluso, con algún antiguo compañero de clase, el cual no dudará en enseñarme el camino correcto, mientras recuerdo que era él el que no dudaba en pisotear al resto de sus compañeros cuando compartíamos aula.

La conclusión final, ideal para quienes acabo de nombrar, además de demostrarme que estoy equivocado, es que los detalles, además de innecesarios, son perniciosos y malignos, y de ahí que lo mejor que puedo hacer es evitarlos.

Pues lo siento, porque, ni en esta vida, ni en la siguiente pienso hacerlo, y mucho menos viendo lo que estoy viendo. Y mis padres tampoco estaban equivocados, no se vayan a creer. Sabían muy bien lo que decían, vaya que sí.

Eduardo Serradilla Sanchis

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