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El dogma de don Jerónimo por Julio Cabrera Barreto
Sin tapujos, tiene Don Jerónimo de socialista, progresista o, igualitarista, lo mismo que Francisco Franco de defensor de los Derechos Humanos. Recurrió entonces Don Jerónimo a una sutil treta para hacer creer que su reproche se hacía extensivo a todos, y defender con delicado sentido de la oportunidad, -al que nunca acude si es la reserva espiritual la que sobreactúa-, que hay que neutralizar la insana estrategia dirigida a incomodar a la gente de buena familia o asimilados. Entiéndase, los buenos para Don Jerónimo son los de la trinchera que vomita hiel contra el Sr. López Aguilar, habituales conspicuos partenaires de exclusivos y compartidos salones. De ahí que en un arranque de solidaridad con los “suyos” haya blandido su orgullo elitista.
Siguiendo el preclaro mensaje de Don Jerónimo, habría que reclamar que los deslices de los próceres de la más casposa burguesía isleña no se saquen del ámbito privado, y rechazar que sean mostrados públicamente por la acción ominosa de denunciantes malintencionados. Pero esto sucede porque, como nos enseña la visión saavedriana de la vida, hay parias que nunca han levantado la cabeza, pobre gente que viaja en guagua y no comprende ni se resigna con lo que les ha tocado ser, y que a pesar de haber estudiado, no supieron o no pudieron elegir buenos colegios, y se dedican a liarla.
Pudo Don Jerónimo recordarnos, como hacen Los Olimareños en su ocurrente versión de la popular canción de Antonio Machín, el “desengáñese compadre que no hay angelitos negros”. Pero lo popular, salvo la coincidencia con el PP, no forma parte de su elitista y almibarada cultura. Y nos recuerda desde su conservadora concepción cultural que hay en cualquier tiempo y lugar una élite social, hijos de buena familia o semejados, con derecho a todo pagado. Intocables, aunque hagan trueque de sinecuras con el dinero de todos en base a un derecho originario al legítimo beneficio. Criticarles por ello es solo miserable envidia.
La ética saavedriana enseña que Soria, lo mismo que Camps, saben explicar a sus señorías lo que el ciudadano de a pie no es capaz de entender. Y sus señorías, como debe ser, sí les entienden. Y aunque ambos son políticos de tasados y fiscalizados recursos económicos con apuros para afrontar notables gastos personales, siempre en efectivo, como hacen habitualmente, la abundante calderilla se las facilitan sus hacendosas esposas. Pero, ¿cómo se va a apuntar fecha y detalle de esas cosas? No ha habido misericordia, según el credo saavedriano, con personajes tan ejemplares.
El delito de cohecho está bien definido en el Código Penal. Pero la plebe y el señor López Aguilar deberían saber distinguir. Por supuesto que es corrupción cuando el advenedizo progre, que los hay, llega a un cargo y da el sí a un caro regalo. Pero esto no puede ser lo mismo para el refinado burgués que ha nacido con esos lujos en cualquier rincón de la casa. Al fin y al cabo este es el dogma del que se impregnó la Magistrada que forjó el Auto de archivo del salmón. Por encima de las sempiternas rencillas estamos con Don Jerónimo en algo incontestable: aún hay clases.
Julio Cabrera Barreto
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