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Don Mariano desvaría
También es de todos conocida, la discreción de Dª. Elvira y su atención para con sus retoños y su apreciado suegro; por eso acepta sin rechistar, pero con cierta pesadumbre, que ni en semana tan señalada, al hombre de su vida se lo lleven de paseo, sustituyéndole el tradicional bañador, por el pantalón y la camisa de faena, paseándole cual peón turronero por todo el archipiélago. Hoy a la Gomera a aprender el silbido, mañana a practicar con la caracola herreña, y así hasta acabar con las fuerzas del intrépido Registro de la Propiedad metido a político, que año tras año tiene que “aguantar” a nuestro polifacético José Manuel Soria, que no pierde la ocasión para lucir su palmito y bigote, de la mano de todo aquel hombre “fuerte” de la gaviota voladora, que visite este paradisíaco terruño nuestro.
Entre Binter y Binter, don Mariano trasiega papas negras, viejas jareadas, mojo picón y vino de Tacoronte o de nuestra famosa umbría, y en más de una ocasión, aguantar las folías y rancheras de Pepito Manuel. Y claro, con tanto dislate culinario, ajetreo veraniego, más el exceso de humo de sus tradicionales puros, a los que no se puede resistir, con esa aroma tan peculiar de los Capotes palmeros, don Mariano termina agotado y desvariando. Y así, en plan despedida, nos ha venido a regalar unas “perlas” que sí no auténticas, sí de llamativos colores, para lucir en una hipotética boda de conveniencias con las huestes del puño y la rosa.
Agotadas las fuerzas y las ideas, el Sr. Rajoy Brey está dispuesto hasta aplaudirle con las orejas a nuestro ínclito paisano, en su alocada carrera hacia la Residencia Oficial de Ciudad Jardín, dispuesto a hacer dejación de su añorada tarima cabildicia a favor de la todo terreno Carolina Darias, sin pararse a reflexionar que, chiquita, pero con coraje y gran corazón, nuestra Carol, no necesita ayudas interesadas, para hacerse con el bastón de mando de nuestra más genuina corporación. Tampoco echa cuentas José Manuel con la socarronería del maestro del Sauzal, que parece que no moja, pero empapa, y, ya no digamos del desafecto galeno de la Aldea, que, por un sillón con penacho, es capaz de recetarle aceite de ricino, para combatir la flojera estomacal que le agobia a éste hijo adoptivo de la Gran Bretaña, que sigue pensando que todo el monte es Orégano y que el Salmón sólo se encuentra en Noruega.
Falaz error comendador, aunque los tuyos te adoren, hay otros más sencillos y sensatos, que cual hormiguitas, van llenando su despensa para el día veintidós de ese florido mayo en el que las rosas están en su máximo esplendor.
Antonio Ortega Santana
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