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El gran espectáculo circense por David Najor Hernández Lorenzo

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En esta gran carpa las actuaciones duran una función, a lo sumo, dos. Los números son improvisados sobre la marcha, para ir saliendo al paso, cosa que les quita mucha seriedad. ¿Que no hay nada de lo que hablar? Pues sacamos a pista un Septenio. ¿Que los medios locales no nos tratan como nos merecemos? Pues enchufamos descaradamente un presidente para que nos hagan un pequeño monográfico en cada telediario, eso sí, sin nombrar jamás a la competencia, que nos hunden. ¿Que hay que aparentar ser lo que uno dice que es? ¡Pues nos inventamos una policía! ¿Qué mejor puede haber para “vigilar” nuestro éxito? Da igual que se haga al trancazo, mal y pronto; y que encima no vaya a servir para nada costando mucho. Lo que importa es la intención. La intención de hacer lo que nos dé la gana cada día, digan lo que digan y cueste lo que cueste. Y así le va a esta carpa, que se está hundiendo por falta de público.

Sin embargo, hay una atracción que sí que sigue funcionando y atrayendo día a día más público. Es el polifacético Soria, que lo mismo te hace un espectáculo de funambulismo con dos salmones sobre la cuerda, que uno de magia haciendo desaparecer concursos eólicos, que se enfunda las mallas de tirador y empieza a marcar la silueta de jueces y policías, cual experto.

Es cierto, no obstante, que se comenta que lo de los salmones no era parte del número, que los quería colar de tapadillo de una esquina a otra, y el foco lo alumbró en mal momento. También se dice en los mentideros que lo de los molinos de viento esos, un poco más modernos que los quijotescos, no los hizo desaparecer sin más, es que se los quería enviar a su hermano rapidito y sin escalas, y le salió mal el juego de manos. Además, y esto es ya preocupante, por lo visto cuando lanzaba cuchillos a jueces y policías ¡quería darles! Supongo que no se puede ser un acróbata, prestidigitador, chanchullero, caballero (eso sobre todo y por encima de todo, la elegancia es lo último que pierde, sea dicho de paso) y presunto corrupto, y además pretender tener buena puntería disparando a quien no se debe. Pero claro, alguien que cuando se ve solo y desorientado lo primero que piensa es “ya decidieron perderse todos los demás, hay que ver”, difícilmente aceptará que tiene limitaciones.

Por todo esto, debo reconocer que este individuo es el alma de la carpa central de Canarias. Nos anima día a día obligándonos a echarnos unas risas lúgubres, pensando en los millones desaparecidos, los millones tirados a la basura y los millones que habrá que pagar en breve en indemnizaciones. Sí mejor empecemos ya con las carcajadas, por si acaso.

Hay otras muchas carpas, siete de cierto tamaño, y el resto más pequeñas, unas más iluminadas, unas más regias, otras más serias. De entre todas, hay dos que llaman la atención, una que parece un extraño híbrido entre carpa y auditórium titánico y otra que ¡cosa curiosa! Tiene una pequeña carpa cochambrosa adosada.

No es necesario que dentro de cada carpa haya un circo, puede perfectamente ser una carpa para evitar que el viento se lleve los papeles de encima de la mesa, por ejemplo. Sin embargo, una carpa-auditorio es algo insólito a todas luces. Y es que cuando la miramos por dentro nos damos cuenta de que está dividida en tres trozos, una pista de circo, un arco de palcos y unas pulcras oficinas de trabajo. ealmente insólito.

Ahora ya no se ve casi movimiento en la pista de circo, lo que si se atisba son regueros de sangre, hubo una masacre ahí hace no mucho. Las mesas de trabajo están frenéticas, sin duda deseando no ser llamadas a la pista central, que ahora, bien mirado, parece más bien un cruce entre pista y arena de gladiadores, llenita de leones ocultos. Sin embargo, lo realmente sobrecogedor es el palco más alto, desde el que una figura regia asiste a las funciones. Jerónimo Saavedra observa sus dominios con cierta preocupación, hasta ahora su habitual incapacidad para dirigir absolutamente nada había hecho estragos a lo largo y ancho de sus súbditos. Parece ser, sin embargo, que el enviado de más arriba, un tal Franquis, viene con mano de hierro y sabiendo usarla. ¿Será posible que El Jefe por fin tenga a alguien capaz de dominar su precario circo? Aún con tal logro, tiene todavía polizones a bordo, los falsos comprometidos que se dedican a roer cabos y disparar cañones hacia cubierta. La mano de hierro tiene, sin duda, muchísimo trabajo por hacer.

Por último, y antes de que las convulsas risotadas me abandonen, habría que fijarse en el pequeño y desastrado toldo, adosado en la ciudad de los Faycanes. Es sucio, oscuro, tétrico y estrambótico, lleno a rebosar de susurros maldicientes y obtusos, con nubes negras tremolando sobre su mugrienta lona. Y una antena, una antena que emite la ponzoña y la frustración de sus ocupantes a cualquier sitio donde los incautos estén dispuestos a contaminarse. Practican la falta de respeto y la mentira con obscena facilidad, extremo que certifican Jueces y Tribunales, por cierto, con el único propósito de convencer a todos de que ellos son unos santos, y los demás unos corruptos hasta la médula. Sin importar que sus defendidos sean prisioneros de la Justicia, por corrupción, y las calumnias sobre los otros sean desestimadas una y otra vez por las autoridades judiciales. Por suerte, el Alisio acabará arrastrando tarde o temprano esas nubes, ese toldo, y descargará esa atmósfera insana de odio y rencor, mezclados con intereses personales frustrados. Malas semillas para peor cosecha.

Así pues, ante todo la sana risa, a mandíbula batiente y pulmón descargado. Ejercicio sano y revitalizador, recomendado por médicos, expertos y hasta abuelas. Hábito saludable si es de uno mismo o con los demás; y sobre todo, actividad más seca que el llanto. Ese es mi consejo, rían por no llorar, por muchos motivos que haya.

(*) David Najor Hernández Lorenzo, miembro de Jóvenes de Nueva Canarias (JNC)

David Najor Hernández Lorenzo*

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