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Las europeas los absolverá

José A. Alemán / José A.Alemán

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Me quedaba el recurso de hablar, al menos, de “ética ciudadana”, pero Rajoy acaba de declararla inexistente al darle semejante alcance a los resultados de las elecciones europeas. Corriendo, eso sí, el riesgo de que si la victoria no se produce lo cojamos por la palabra: si pierde quedará demostrado, sensu contrario, que sí, que a los ciudadanos les importan esas cosas, por lo que debería actuar en consecuencia; o sea, dejar a Camps en camisa y calzoncillos y a Soria a dieta de sardinas en lata. Cosa que no hará porque si algo caracteriza hoy día a los partidos políticos es que se mueven en una dimensión alejada de la calle. La política tiene ya poco de servicio público y más de fin en sí misma y para los abonados a ella.

Si en Inglaterra va a salir del Parlamento la mitad de sus miembros, vista la indignación ciudadana por el mal uso de los dineros públicos, aquí, a pesar de ser muy superiores las cuantías del relajo que se traen, que llega a afectar las bases económicas y a la convivencia, esa indignación no tiene trascendencia y hay quienes tienen todavía la jeta de exigir que les pidan disculpas los indignados. Así es posible que en una campaña para las elecciones europeas no se hable de Europa y que su desnaturalización llegue a extrapolar los resultados pasándolos por “absolución” total de las malas prácticas políticas: clara invitación a que continúe el cachondeo. Todo el monte es orégano porque, al fin y al cabo, a la gente le importa un pito que se robe o se administren mal los fondos públicos. Riégate agüita.

Pero como los partidos están en su campana de cristal y no ven la calle, a Rajoy se le escapa que quizá no sea que a la ciudadanía no le importen las golfadas de los mandarines sino que ha comprobado la irrelevancia de lo que opine, que nada puede hacer. Carece de vías eficaces para actuar, no lo son los partidos, y el sistema procesal español y las mismas leyes invitan a desistir ya que procuran a los poderosos notables márgenes de impunidad. En España sólo los robagallinas tienen qué temer. Lo que Rajoy interpreta como indiferencia ante la corrupción a lo mejor es la conciencia ciudadana de su propia impotencia. Y si no puedes con algo, ni lo intentes.

Por poner un par de ejemplos canarios de esa impotencia, ahí tienen las mociones populares avaladas por miles de firmas a las que ni siquiera dieron entrada en el Parlamento. No hicieron, al menos, el paripé de admitirlas para su debate y rechazarlas mediante el voto. Las pararon en la puerta. Otro caso, el de la persecución gubernamental al Centro de la Cultura Popular Canaria. Se reunieron miles de firmas, con la presencia de ciudadanos destacados (senadores, escritores, intelectuales, premios Canarias y qué sé yo) pidiendo al Gobierno paulinés que ceje en su empeño de destruir el Centro, pero el escrito ha ido a parar no digo que a la papelera, no lo sé: sólo está claro que lo enterraron.

Ante la inutilidad de sus intentos, el ciudadanaje tiende a pasar y a vivir, que son dos días. Procura que nada le perturbe, lo que implica desentenderse de la política sin importarles que políticos como Rajoy interpreten según convenga. Así, comprenderán mis prisas por acabar esta columna y ponerme a ver el Barcelona-Manchester.

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