Los fachas sacan pecho

Algo impensable en otros países de nuestro entorno, como un Diccionario de semejante sesgo, aquí lo promueve y firma una institución que se dice científica subvencionada con los mismos dineros públicos que financian fundaciones como la “Francisco Franco”; que ha resultado ser, no por casualidad, autora más que intelectual del Diccionario, al menos en la parte que le interesa. Veremos si el resto responde a las mismas pautas, lo que no sería raro.

El Diccionario, insisto, es parte del precio de la Transición que parió un sistema democrático condescendiente con el fascismo franquista. La persecución del juez Garzón por investigar los crímenes de cuarenta años de dictadura (en el mismo año de su muerte Franco ejecutó al menos una sentencia de muerte, que yo recuerde); la negativa a revisar procesos judiciales que fueron instrumento de la represión y el crimen como política de Estado; el desprecio a las víctimas de aquel régimen genocida; los alardes públicos falangistas, las actitudes de la jerarquía nacionalcatólica y un largo etcétera son flores del mismo jardín y nos indican que estamos donde estamos y quieren devolvernos adonde estuvimos.

Las dos legislaturas últimas, recuerden, han sido de escalada en la senda de la crispación y el paralelo envalentonamiento de la ultraderecha mediática con sus viejos procedimientos conocidos de la mentira insidiosa repetida hasta el infinito. Cuando el atentado de Atocha y con las negociaciones con ETA convertidas en pacto secreto de los terroristas y el Gobierno que más los ha castigado, paradójicamente; o con la crisis económica de la que es único responsable, cómo no, Zapatero. Entre otros episodios que no menciono para no extenderme en exceso y que huelen sin necesidad de tener un fino olfato a la estrategia del “golpe de Estado permanente” de los manuales fachas.

Es cierto que Zapatero no se ha lucido en la gestión de la crisis. Descargó el peso de sus reformas sobre la gente de a pie, que no debía culpa alguna y dejó estar a los estamentos sociales y económicos responsables directos o indirectos, de los que no ha reclamado siquiera que contribuyan a la recuperación. Esta política, metida con todo lo demás en la batidora facha, ha servido para seguir envenenando al país y resulta irritante que el Gobierno y el partido que lo apoya sigan haciendo el papafrita: sólo ven en el obstruccionismo del PP, que ha machacado una a una las instituciones del Estado, una forma desleal de hacer política sin pararse en sus nada tranquilizadoras connotaciones.

No es que los peperos sean fachas por definición, ni mucho menos. No sería justo decirlo. Pero bien sabemos que el PP ha acogido en sus filas a no pocos fascistas que son, ahora mismo, los que más empujan en determinada dirección. No es casual que la fundación “Francisco Franco” aparezca como autora intelectual del Diccionario en la parte que le interesa. Ni es posible negar la relación de esta obra, encargada por el Gobierno Aznar, con el ambiente de griterío mediático ultra, de constantes sacudidas a las instituciones del Estado, de declaraciones, actitudes e iniciativas de la que se ha dado en llamar el “ala dura” del PP; por no hablar de la corrupción beatificada en las urnas a pesar de ser una buena palanca antidemocrática. Del papafritismo psocialista participa Mariano Rajoy, dispuesto a tragar lo que haga falta con tal de llegar a La Moncloa. A cualquier precio.

No podemos continuar hipotecados por la Transición dada la evidencia de que aquel esfuerzo de reconciliación nacional fue el de las víctimas de Franco, que no pidieron venganza. Los fascistas se limitaron a agazaparse a la espera de mejores tiempos que creen ya próximos y sacan pecho.