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Fiscal Gordillo

Carlos Sosa / Carlos Sosa

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Si hubiera sido otro fiscal, en estos mismos instantes toda la jauría de periodistas de la derecha estaría pidiendo la dimisión de Conde Pumpido, la comparecencia de Zapatero en el Congreso de los Diputados y una visita de Benedicto XVI al Valle de los Caídos. Pero se trata del famoso fiscal Gordillo, el que quiso meter a Jesús de Polanco en la cárcel por aquel fallido caso Sogecable, el que se ocupó personalmente de desenterrar los cadáveres de Lasa y Zabala y el que reabrió el sumario de Segundo Marey, que dio lugar al proceso de los GAL.

No es la primera vez que este fiscal, al que sus admiradores llaman “independiente” en la prensa conservadora, se olvida de algo decisivo para condenar a un terrorista: en 2006 no aportó un informe del ADN de un etarra, Vicario Setién, acusado del secuestro de un empresario, José María Aldaya, en manos de ETA 341 días. El terrorista fue absuelto por falta de pruebas.

Cuando a Ignacio Gordillo sus superiores le abrieron un expediente disciplinario por utilizar a becarios en la redacción de sus informes, la prensa que le protege habló de persecución.

Hay fiscales que se consideran intocables, para los que no se inventó la crítica al funcionario público. Se creen tocados por un poder celestial que les sitúa en un plano de superioridad respecto al resto de los mortales, incluidos los jueces. Hacen informes imposibles para que otros archiven bajo palio a los poderosos, llegan a poner palos a las ruedas de investigaciones por corrupción y ordenan cargar de modo implacable contra quien ose pasar por allí, verlo y contarlo.

Pero también cometen errores, como el fiscal Gordillo. Un día héroe, hoy villano.

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