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Los hombres de Miguelsson

José H. Chela / José H. Chela

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En estas pasadas Navidades, como en casi todas las fechas señaladas en las que se producen aglomeraciones y el personal anda cachondo y tenderetero, la Unipol ha vuelto a ser protagonista nefasta de sucesos verdaderamente vergonzosos e impensables en el seno de una sociedad que se considera democrática. A los chicos de la Unipol –una fuerza de choque policial, más que otra cosa-, jóvenes musculosos y aguerridos, les han dado unas pistolas, unos uniformes vistosos, unos vehículos impactantes (en los que el logo de un doberman con las fauces dispuestas al ataque resume la filosofía, es un decir, de la unidad), les han dicho que son la releche y que pueden hacer de su autoridad un sayo y se han creído los hombres de Harrelsson. De Miguelsson, en este caso concreto, porque ha sido bajo el mandato de Zerolo cuando se ha puesto en marcha el invento, más apropiado para patrullar por los barrios conflictivos de Nueva York o por los barrios más peligrosos de Bogotá que por Ofra o Los Gladiolos. Los procedimientos de la Unipol son expeditivos: primero golpean y, luego, si acaso –muy raramente- preguntan. Jamás se disculpan, eso no. Entran a saco donde se produzca el menor asomo de un conflicto y organizan un tumulto monumental donde apenas existía un conato de pelea. No distinguen de edades y lo mismo le largan un soplamocos a un adolescente que le pegan un porrazo a un jubilado, provocando el histerismo de su señora. Han sido entrenados, como sus perros, para atacar, y debieran haber sido entrenados, primeramente, para respetar al personal y para ser conscientes de que están al servicio del ciudadano al que atemorizan y avasallan. Se dirigen al contribuyente con prepotencia y con imperativos y no admiten ni explicaciones ni reclamaciones. Su forma de actuar ha provocado numerosas denuncias que no han prosperado y varias organizaciones y sociedades han exigido reiteradamente su disolución o, como mínimo, que alguien pare las patas a esos guindillas venidos a más cuyos métodos únicamente pueden ser calificados de intolerablemente fascistas. La Unipol nació a mediados de 2004 y en tan poco tiempo ha acumulado tal cantidad de animadversión por parte de la ciudadanía que su desaparición se celebraría con una fiesta que dejaría chiquitos a los carnavales. Aunque la culpa de sus tropelías no se les puede achacar a los propios pibes descerebrados que visten el muy televisivo uniforme de la unidad de elite, sino a las autoridades que las permiten y que sospecho hasta las alientan. A un gaznápiro de cuerpo de armario y mente infantiloide le das casco, un chaleco antitrauma, una pistola HK con funda antihurto, navaja policial, grilletes de seguridad semidirigidos, guantes anticorte y un arma de impulso eléctrico (TASER), ¿y qué puedes esperar?... Pues que se crea el rey del mambo y el protagonista de una peli en la que todos son los malos menos él. Incluidos los ancianitos, los niños de pecho, los pacíficos transeúntes del montón y los vecinos en su conjunto, de general y variado pelaje.

José H. Chela

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