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Homenaje a las 40 Casas de Guanarteme por Leonardo René Marrero Medina
Sin ánimo de causarles desánimo, en esta esquina del tiempo en que nos encontramos, donde motivos no nos faltan para ello (me permito esta pequeña licencia con permiso de Saramago), les escribo porque necesito compartir con ustedes lo que personalmente me supone la pérdida de otro inmueble histórico de nuestra ciudad, esta vez en el barrio de Guanarteme, de especial significado para mí y seguro que para mucha más gente. Pero quiero hacerlo sin olvidarme de la difícil situación en la que sé quedan algunas personas que todavía en este preciso momento, mientras se está ejecutando la demolición de 20 de las 40 casas, permanecen en la otra hilera, pendientes de una definitiva solución jurídica, separadas del desastre por una simbólica red de obra verde.
Dicho lo anterior, afirmo, sin dudarlo, que nos encontramos ante la demolición de un símbolo de la historia obrera de nuestra ciudad. Obrera, sí, aunque sé que estarán ustedes pensando quizás en quienes fueran dueños de este inmueble de casas de alquiler, los Fuentes, y en la vinculación de alguno de sus miembros al fascismo. Pero permítanme que les ofrezca algunos datos urgentes y quizás menos conocidos de la historia de las 40 Casas?
La Historia, y no digamos ya la intrahistoria, tiene sus curiosas paradojas. ¿Sabían que Angel Cabrera Batista, El Rubio, condenado años después por el todavía controvertido secuestro y asesinato del hijo del entonces dueño de las 40 Casas, durmió alguna que otra noche en una habitación de una de las viviendas de esas mismas 40 Casas?
Pues sí, y lo sé por ser parte de la historia familiar, porque en la primera de las casas que hoy ha sido derribada, lo que me ha causado un inevitable dolor al presenciarlo, viví en varios momentos con mis padres y hermanos entre mediados de los 60 y la mitad de los años 70. En esa misma casa también vivieron mis abuelos y mis tíos, y más tarde algunos de mis primos. Allí murió mi abuela Josefa, originaria de la Colonia de Fuente Palmera (Córdoba) y conocida en el barrio como Fefita la Peninsulá, siempre dispuesta a ayudar, lo mismo en un parto que a poner una inyección o a amortajar a algún vecino muerto. La familia de mi abuelo procedía de Arucas y uno de mis tíos era amigo de El Rubio, con el que solía salir de juerga. Me contaba mi madre que para ellos la casa de la calle El Cid era un buen lugar para descansar después del vacilón entre las chonis suecas que por entonces visitaban Las Canteras.
Desde hace algunos años he vuelto a vivir en Guanarteme, cerca de las 40 Casas, y siempre me han provocado indignación los comentarios peyorativos sobre la gente que habitó o que todavía vive en estas casas. El recuerdo que tengo de estas viviendas de alquiler es el de un vecindario de trabajadores, con vecinos unidos por una relación muy familiar, pues incluso entre unos otros se intercambiaban la función de madrinas y padrinos de los que íbamos naciendo. Con una nivel de solidaridad y confianza que quizás sólo la escasez de recursos es capaz de generar.
Vivíamos en un enclave rodeado por toda clase de industrias en las que muchos de nuestros vecinos y familiares trabajaban. En Tirma sobre todo, pero también estaban Kalise, Haricana, Intercasa? Y un poco más allá la CICER y otras industrias con toda su polución. Todavía me acuerdo de los rastros blancos que dejaban sobre la tierra arenosa y el escaso asfalto aquellos camiones que transportaban harina y que en mi recuerdo aparecen, como casi todo el espacio vital de entonces, de enorme inmensidad. En ese entorno nos criábamos, delimitado al norte por la Playa de Las Canteras, que compartíamos casi todo el año con el turismo que se alojaba en hoteles como el Astoria, y por otras latitudes con extensiones misteriosas de jables y dunas de arenas, donde pastaban libremente las cabras y donde sólo algunos chiquillos más mayores se aventuraban a retar a los chupasangres que nos decían se escondían por allí.
Pequeños talleres de artesanos, la churrería de Marcial, un secadero de pescado, la vaquería próxima a las 40 Casas? Y por supuesto la tiendita que había en la esquina con la calle Pelayo, con su cajita de madera redonda donde en abanico se exponían las sardinas saladas que constituían el conduto de muchos trabajadores durante la faena. Los patios interiores de las casas solían tener también un rinconcito que nos embriagaba con su aroma a jareas, pejines y calamares secos.
Estas casas, las 40 Casas, presentaban un perfil arquitectónico que implicaba lo común, lo colectivo, lo compartido: azoteas comunes, balcones comunes, enormes zaguanes y, sobre todo, un patio intermedio, a cielo abierto, en el que confluíamos todos, residentes y visitantes, en el que la chiquillería jugábamos, donde nos sentábamos a merendar, pellizcando aquel pan blanco que hacía las delicias de mi hermano Marcos, mientras observábamos a los trabajadores descargar cajas de materias primas que luego salían por la calle El Cid como cajas de unos helados que conocíamos como cortes, todo ello en una atmósfera mezcla de olores industriales, a café, a vainilla, a caramelos? El aroma del viejo Guanarteme, donde las puertas de los vecinos de las 40 Casas siempre estaban abiertas, sólo había que llamar a la puerta, llamar a Gloria, a Juan Manuel, a Ipe, a Mela, a Mingo, o a cualquier otro, y quitar la aldaba, porque seguías en casa.
Ahora me queda la duda de porqué no ha existido ninguna iniciativa colectiva para evitar la pérdida de este enclave enraizado en la historia del Guanarterme obrero, de un complejo inmobiliario como las 40 Casas que presentaba una arquitectura peculiar, que mientras presenciábamos el derribo un vecino calificaba como de inspiración anglosajona, típica de residencias familiares obreras en entornos industriales. Quizás, adecuadamente rehabilitadas y conservadas se podrían haber convertido con el tiempo, no sólo en un centro sociocultural, sino en un punto de interés turístico, pues no en vano constituyó en su día motivo fotográfico de aquellos chonis que se aventuraban más allá de la barandilla de palo del Paseo de Las Canteras?
Leonardo René Marrero Medina
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