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Una huelga general para el tiempo presente

Joaquín Sagaseta / Joaquín Sagaseta

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Nunca antes ha habido tanta desigualdad. Uno de cada seis habitantes del planeta sufre de pobreza severa. Los flagelos de la miseria y la exclusión social, de la explotación despiadada del trabajo ajeno, de las jornadas extenuantes, del desempleo? azotan con singular violencia. Lo que hace ya cuarenta años se consideraban derechos fundamentales de las personas y de los trabajadores en un estadio avanzado e irreversible de la civilización, “el estado social y democrático de derecho”, ahora se considera un nivel de progreso insostenible que hay que demoler a pedazos?a mayor posibilidad menos progreso y menos derechos; a mayor riqueza menos trabajos, menos descanso y menos protección social.

La paradoja no tiene misterio. Hace tiempo que fue desvelada. Es la propiedad de los medios de producción -donde se materializa el progreso tecno-científico-., quien decide la asignación y la utilización de los recursos, y lo hace no en razón a prioridades sociales con tasas de beneficio modestas -o sin beneficio- , sino en función de una brújula cuya aguja señala siempre hacia donde está la ganancia y el beneficio mayor, mas fácil y más rápido.

No hay paradoja, es ley natural de un sistema y buen provecho han sacado de el los grupos dominantes: entre el año 2000 y 2006 los beneficios empresariales crecieron en la zona del ? en un 33%, una minucia si se considera que en España lo fueron del 73%. En el mismo periodo los costes laborales en la zona ? se incrementaron un 18%, un disparate hedonista si se considera que. en España ascendieron en un gracioso y austero 4%. En España los beneficios se los embolsaron, en primer termino, los causantes de lo que vino después la conjunción financiero inmobiliaria.

En el extremo de la cuerda está la actividad especulativa hasta la obscenidad, o, dicho en román paladino, el beneficio por la estafa. Cuando esa actividad ha agotado sus márgenes porque todo ha sido esquilmado, y ya no hay por donde hinchar la burbuja, el encantamiento se esfuma y viene la nausea, la burbuja estalla y amenaza con llevarse por delante a todos. Uno pocos echaron el candado y se llevaron las maletas llenas de billetes libres de impuestos. Otros permanecen, las cosas no les han ido tan mal -los cinco grandes bancos declararon 16.000 millones de beneficios en el año 2.009-, con todo son fervientes partidarios del ajuste.

Nada tienen que ver entonces con la crisis y la recesión, ni los salarios de los empleados públicos, ni las pensiones, ni las prestaciones sociales. El ojo del huracán está en lo que llaman eufemísticamente “el mercado”. Pero “el mercado” no es un ente abstracto que bajó del Sinaí con Moisés trayendo en el sobaco el aleluya de las Tablas de la verdad económica y la justicia distributiva. El “mercando” estaba y está en el otro lado, con los adoradores del oro del becerro.

El poder que ha adquirido ese mercado en virtud del dominio de los bienes materiales ha sido tan gigantesco que domina las reglas y el mercado de las reglas, impone “ajustes” al lazo que ata el cuello de las capas sociales desposeídas, exige el mantenimiento de los privilegios de sus socios ?altas rentas y patrimonios, sociedades, capital y transacciones financieras- y es el mercado con su disposición de los recursos quien impone políticas y amenaza con males mayores de verse contrariado.

El mercado ha obligado al Gobierno de Zapatero a igualar el cinismo y la hipocresía del Sr. Conde de Romanones:

- El jornalero: Sr Conde, con el debido respeto, usted dijo?

- El Señor Conde: No siga por ese camino? Que conste que cuando yo digo nunca jamás me estoy refiriendo al tiempo presente.

Y el tiempo presente, dice el Gobierno, no es el oportuno, ni para concretar políticas tributarias progresivas, ni presión impositiva sobre altas rentas y beneficios empresariales, ni para la lucha activa contra el inmenso fraude fiscal, ni para la socialización del crédito, ni siquiera para ir contra especuladores que controlan fraudulentamente el movimiento de capitales, ni mucho menos, por descontado, para fortalecer los derechos de los trabajadores vulnerados a destajo.

Es la prudencia que aconseja la Europa de derechas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional elevados a los olimpos del mercado por la hazaña épica de desvalijar a la America Latina. Y lo exhorta también el presidente del Banco de España el mismo que antes de que cantara el gallo negó treinta veces la amenaza de la burbuja inmobiliaria y afirmó, otras setenta, la necesidad de la reforma laboral. Seguir tales consejos no está de más, para acertar solo es necesario hacer justamente lo contrario de lo que recomiendan.

El tiempo presente es el oportuno para apretar mas el lazo que estrangula a los derechos laborales y sociales, para sanear especulaciones fracasadas transfiriéndoles el botín del despojo de salarios y prestaciones sociales. Hasta la mismísima Ángela Merkel, tomando partido por el capital productivo y exportador, llegó a decir recientemente, justificando medidas contra la actividad especulativa, que se trata del mercado o del estado. Al Gobierno de España le pareció una desmesura.

A la sed de beneficios de los mercaderes del “mercado” le pasa que cuanto más traga, mas ganas de tragar tiene. No se sacia, siempre viene uno detrás, igual de sediento, dispuesto a arrebatarle el chorro. Solo paran cuando los paran, cuando se le impone abstinencia desde la movilización social y la acción política.

O esa movilización se produce, o “el tiempo presente” del “mercado” en el mañana inmediato será aún peor, ya está anunciado, nuevos recortes a las prestaciones ?a las del desempleo se las tiene jurada - y “reformas laborales” que, se advierte, van a dejar como juegos de pirotecnia la demolición de conquistas laborales y sociales que se vienen sucediendo desde la década de los noventa.

Todo ello se viene a representar en un real tiempo presente de emergencia social, con cinco millones de parados, despidos en masa a precio de quincalla, extensión de la pobreza y la exclusión social, pensiones de supervivencia, salarios empobrecidos, inestabilidad en el empleo?

Es fácil adivinar el paisaje social que quedará después del “ajuste” si la movilización social, la huelga general, no lo impide. Si se restringe la inversión pública y la capacidad de consumo de millones de personas ¿hasta donde van a subir los niveles de desempleo?; si se acuerda reducir y congelar los salarios primero y en el empleo público ¿ no están ya sentenciados, en capilla , esperando el indulto, cientos de miles, tal vez millones, de trabajadores del sector público en régimen laboral temporal o indefinido? ; si todo eso ocurre en el sector publico ¿qué política laboral cabe esperar del sector privado?

Entre tanto, en Canarias, nos hemos puesto a la cabeza, en todo, de esta nausea.

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