Espacio de opinión de Canarias Ahora
La ignorancia es atrevida
Reta El Día “a los eruditos” a que justifiquen la procedencia del “gran” para una isla, dice, que siempre ha sido conocida por su auténtico nombre: Canaria o Las Palmas (sic) y se agarra a la “contundencia” de la cartografía escogida, con olvido de otras, para continuar dale que te pego contaminando de su persistente estulticia a los menos avisados.
Los eruditos, claro, se niegan a recoger el guante por una mezcla de pudor y vergüenza ajena, el justo temor a rebajarse intelectualmente y a que el periódico los tilde de “traidores” vendidos al oro canarión, como hace con cuantos contradicen sus atrabiliarias “tesis”; para que sean anatema y caiga sobre ellos el repudio social que cultiva con esmero fascistoide.
Pero uno no es erudito y ejerce un oficio al que preocupa la insistencia monotemática en la falsedad hasta hacerla pasar por verdad y degradar la cultura isleña, que no está para esos sacudones diarios. Ya oyeron a la irrepetible, gracias a Dios, Rita Martín, consejera de Turismo, decir “Canaria” en lugar de “Gran Canaria” de puro abducida.
Por eso recuerdo que la isla odiada aparece en Le Canarien decenas de veces como “Grant Canare”, “Grant Quenare” y también “Canare”, a secas; “Gran Canaria” la nombra el padre Bartolomé de Las Casas en su Historia de las Indias y en la Brevísima relación de la destrucción de África; Juan Nuñez de la Peña, allá por 1676, tituló su conocida obra Conquista y antigüedades de las islas de la Gran Canaria, precisamente; Viera y Clavijo también utiliza el “Gran”, que a veces omite sin sospechar que doscientos y pico años le estaría poniendo una vela a Dios y otra al Diablo. Es evidente que desde principios del siglo XV y durante los siguientes trabajó sin desmayo la perfidia grancanaria para imponer el “Gran” y atraer engañosamente turistas del XXI. Y dejar chiquitos a Nostradamus y San Malaquías.
Como verán, cito sólo a autores tinerfeños porque los grancanarios no son de fiar en la mezquina galaxia del rotativo. Soy consciente de que hago correr el riesgo a los mentados de que El Día amplíe su lista de traidores, abriendo con ellos la sección de retroactivos a partir del Quinientos. No les digo de la explicación de Abreu y Galindo del “Gran” porque el periódico negó en su día la existencia del misterioso fraile.
Con todo, no es el “Gran” lo que me mueve a escribir sino la falta de respeto del editorialista a la memoria de Antonio Rumeu de Armas, en la seguridad de que el historiador, fallecido, no puede replicarle. Afirma que Rumeu duda de esa grandeza canariona (lo que es falso, pues no fue cosa que le distrajera de su inmensa obra) añadiendo que estaba “entre ellas [la grandeza de] la nunca probada presencia de Colón en Las Palmas ?quizá estuviese en Canaria, pero nunca en Las Palmas? a pesar de lo cual, etcétera”.
Miente el editorialista. En 1984, cuando la negación del paso de Colón por Las Palmas figuró para ser votada en el orden del día del ayuntamiento de Santa Cruz, varios historiadores, encabezados por Rumeu, se sintieron obligados a superar la vergüenza de la iniciativa municipal y dar una nota sobre el estado de la cuestión. En ella establecieron que “Colón estuvo en Gran Canaria y La Gomera en los viajes de descubrimiento primero y segundo”; que “compareció de manera exclusiva en La Gomera, en la expedición tercera al Nuevo Mundo”; y que “hizo escala exclusiva en Gran Canaria en la cuarta y última de sus travesías atlánticas”.
En cuanto a su presencia en Las Palmas, bien sabido es que no hay pruebas documentales que la afirmen ni tampoco que la nieguen. No faltan argumentos a favor de una u otra posibilidad, pero nada que ver con el “pensamiento” de El Día, producto de su pasmado apego a honores, blasones y oropeles dejado entrever la referencia al paso de Colón entre las “grandezas” de Gran Canaria. Por esa atrofia de miras no puede entender que si Colón estuvo o no en Las Palmas es simple anécdota, mera curiosidad: lo importante, pasara por donde pasara, es el valor de la ubicación geográfica del archipiélago, que es de lo que vivimos; y que ésta no responde a mérito humano alguno sino a capricho de la Naturaleza, que nos puso donde estamos.
El debate, que no se resolverá nunca, se refiere a si las naves del primer viaje tocaron en Gando o en Las Isletas. La puñetera manía del Almirante de ocultar, cual avechucho receloso, donde ponía sus famosos huevos es el origen de todo. Y ocurre, a lo que voy, que entre los historiadores que dan por descontada su presencia en Las Isletas y en Las Palmas figura, mecachis, el mismísimo Rumeu de Armas. No sólo argumentó su sólida opinión sino que aportó un texto recogido en los Pleitos colombinos: el testimonio de Juan Bivas, marinero de origen grancanario, que declaró en la ciudad de Santo Domingo, en 1513, que estando en el Real de Las Palmas, en agosto de 1492, “vido venir al dicho Almirante don Cristóbal Colón la primera vez que descubrió”. O sea, que el Sanedrín de Vegueta no paró de comprar voluntades.
Si Rumeu merece el respeto al que le falta el periódico tinerfeño, también habría que reclamarlo para el profesor Alejandro Cioranescu, quien en un trabajo de 1959 expresó reservas sobre el paso de Colón por Las Palmas, opinión que modificó en 1989 sin que se le cayeran los anillos.
Como verán, sigo sin citar autores grancanarios o vinculados a Gran Canaria para que no digan. Y me dejo en el tintero a otros tinerfeños que comparten las tesis de Rumeu. Me he limitado a dar pistas al editorialista para incitarle a leer un poco y no darle hecha su lista de traidores que deberán analizar, supongo, los Hidalgos de Nivaria sentados alrededor del Santo Grial insularero.
Tampoco he hablado de los pros y contras del debate, que se inclina más por la opinión fundada, no certeza, de que Colón estuvo en Las Isletas en el primer viaje. No hay espacio para hacerlo y es discusión que debe ceñirse al ámbito historiográfico. Quien quiera saber más dispone de amplia bibliografía, aunque los libros de más fácil acceso ahora mismo sean, que yo sepa, dos trabajos de Antonio Tejera Gaspar: Los cuatro viajes de Colón y las islas Canarias, editado en 2002 por Francisco Lemus y Colón en Gran Canaria, edición del Cabildo de esta isla, de 2002.
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