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Indígnate, que algo queda

José A. Alemán / José A. Alemán

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Dijeron primero que todo acabaría tras las elecciones y como la cosa sigue, han puesto su final para más adelante, mientras se insiste en que deben los indignados concretar programas. Los han tildado de antisistema o les aconsejan con la boca chica que formen un partido al uso o entren por la vía de los existentes, obviando su responsabilidad en la perversión de la democracia contra la que se protesta.

No han faltado sesudos varones que los acusan de poner en riesgo la estabilidad del país. Y así será si se acepta que estabilidad es la existencia de casi cinco millones de parados, la falta de expectativas para al menos una generación sin que nadie pueda asegurar que las siguientes vayan a tenerlo mejor o levantarnos cada mañana a ver si la agencia de calificación de turno nos ha puesto más lejos o más cerca del abismo que, por lo visto, nos aguarda de todas, todas.

Como digo, no sé en qué acabará, pero no creo que bien si los partidos, lejos de reconocer su propia crisis, debida a las tremendas deficiencias de la democracia española que ellos alimentan, se limitan a esperar a que escampe o a que baje la marea, según sean de tierra adentro o de costa; si aguardan a que todo vuelva a ser como hasta ahora en una nueva manifestación de cuanto tienta el suicidio a la clase política.

Lo único claro para mí es que alguna consecuencia tendrá esta rebelión. Las “peregrinaciones” a Madrid desde distintos puntos de España de columnas de jóvenes hasta las narices están permitiendo conocer a pueblos perdidos de la geografía española y a barrios de varias ciudades las razones de un cabreo más que justificado, necesario. Los partidos, por supuesto, no les harán más caso que el de unas palabras de comprensión, incluso de simpatía y hasta de acuerdo con “algunos planteamientos, no con otros”, que es la fórmula acuñada por tantos tertulianos para ofrecer prenda de progresía y distanciarse de los que echan espumarajos por la boca. No parecen haber reparado en que no se trata de un movimiento de izquierdas o de derechas sino de ciudadanos que son siempre los olvidados por las unas y las otras; todavía no saben que fuera de las confrontaciones ideológicas y partidistas hay vida inteligente.

Para mí, una de las consecuencias claras de este asunto es el incremento de la masa crítica, por así decir, de una ciudadanía que sin esa potencia no resulta serlo tanto. Algo como esto no desaparece sin dejar huella y son muchos los que ven en el 15-M no reflejados sino explícitamente formulados los problemas que padecen o les inquietan; que no suelen coincidir con los que señalan los políticos.

Los indignados han removido las aguas y señalado varios cuellos de botella de la democracia y si eso sirve para que florezcan actitudes críticas activas, no quedará a los partidos sino dar respuestas a las cuestiones sobre la mesa. De las que no es la menor adaptarse a lo que hay y a lo que viene y desde la política combatir la dictadura de eso que llaman “mercados”: no hay quien les gane en el manejo de los eufemismos.

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