La injusticia climática

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Esta misma semana que estamos cerrando, de lunes a viernes, se han reunido en Libreville (Gabón) cerca de mil personas, representantes de gobiernos africanos, empresas y organizaciones no gubernamentales, con el objetivo de reflexionar sobre cómo el continente africano debe afrontar sus reclamaciones y, en definitiva, su posición común ante el enorme impacto que está sufriendo a consecuencia del cambio climático. Lo han llamado ‘La Semana del Clima de África’, y fue inaugurada por el presidente gabonés, Ali Bongo, que se hizo acompañar del ministro de Exteriores de Egipto en el acto de apertura.  

El hecho de que la próxima Conferencia de las Partes (el encuentro internacional que año tras año sigue, ajusta y compromete a los países en la lucha contra el cambio climático, especialmente en los compromisos de reducción de las emisiones de gases contaminantes), la COP 27, se celebre en Egipto el próximo mes de noviembre, ha hecho que muchos ya estén llamando a esta reunión “la COP africana”.  

Los africanos son conscientes de que esta cita constituye una oportunidad única, por lo que convocaron la reunión de Gabón con el objetivo de avanzar en la configuración de una posición común que haga valer su peso y, sobre todo, ponga en valor el verdadero impacto que está causando el cambio climático en el continente que, como ya hemos escrito varias veces desde esta institución, Casa África, es el que menos culpa tiene del calentamiento global.  

Es clave que en esta reunión se avance claramente en los mecanismos de financiación a los que pueden acceder los países africanos para su adaptación a fuentes energéticas no contaminantes, como los llamados ‘bonos de carbono’. Son una especie de permisos que se comercializan a nivel mundial que permiten negociar la emisión de una tonelada de dióxido de carbono por parte de un país que tiene su límite sobrepasado y que los países en desarrollo, que no contaminan, canjean por un importe establecido a condición de que se reinvierta en proyectos de mejora de eficiencia energética, el impulso de energías renovables o medidas para mitigar los efectos del cambio climático.  

Por ejemplo, Gabón fue el año pasado el primer país africano en recibir un pago en concepto de estos bonos, tras anunciar una protección especial al mantenimiento de sus bosques, que ocupan el 90% de su territorio y son, por lo tanto, un verdadero pulmón para la absorción de CO2.  

El problema, obviamente, está en que el momento es complicado. Por la parte africana persiste, y con razón, el recelo de que la mayor parte de lo que los países ricos comprometen en ayudarles frente al cambio climático se incumple de manera impune. Las promesas de accesos multimillonarios para la financiación de proyectos climáticos que salieron de los países más desarrollados no se están cumpliendo. Fue en 2009, en la COP 15 de Copenhague (Dinamarca), a la que tuve oportunidad de asistir como miembro de la delegación de las Cortes españolas, cuando los países desarrollados (representados en el G-20) prometieron 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020 para hacer frente a la adaptación climática.  

Para más inri, la guerra de Putin en Ucrania alteró absolutamente todo el escenario, hasta el punto de producirse la paradoja de que los países desarrollados, que habían abogado por vetar proyectos de explotación de los combustibles fósiles (gas y petróleo) en los países en desarrollo, se tuvieran que echar atrás y ahora busquen fórmulas para, como sea, conseguir que el gas africano llegue a Europa lo antes posible y ayude, en cierta manera, a evitar inviernos como el que parece que se avecina, con recortes de gas y unas facturas de la electricidad como nunca antes se habían visto.  

Es urgente pues que esta próxima COP africana avance en acuerdos para reparar lo que el ministro de Exteriores egipcio, Shameh Shukri, denunció al inicio de la Semana del Clima de África: que el continente es en estos momentos “víctima de la injusticia climática”.  

Con escasos recursos financieros y muy pocos apoyos internacionales, los países africanos se ven en la obligación de gastarse entre un 2 y un 3% de su Producto Interior Bruto anual en la adaptación a los impactos del cambio climático. Shoukri reclamó que África acuda a la COP 27 con “soluciones audaces y colectivas basadas en el principio de equidad”.  

No olvidemos que el cambio climático es, junto al terrorismo, uno de los principales desafíos que afronta en estos momentos el continente africano. Ambos elementos, además, se interconectan.  

Somalia es posiblemente el país africano que peor lo está pasando a causa del cambio climático. Acumula cuatro años seguidos de sequía extrema en la teórica temporada de lluvias (de octubre a diciembre), y las previsiones de la Organización Mundial de Meteorología (WMO) es que hay un altísimo porcentaje de que estemos a las puertas de la quinta, que además tiene pinta de ser la peor sequía que hayan sufrido en 40 años. Y de entre todas las noticias sobre cuestiones securitarias en África que hemos ido leyendo estas últimas semanas, hubo una que relataba como los yihadistas de Al-Shabab, la rama de Al-Qaeda en esa zona, se dedican a destruir con explosivos pozos de agua de las poblaciones que amedrentan y de las regiones que quieren controlar. En plena sequía, van a por los pozos.  

Y esto es solo un ejemplo, pero el escenario general del continente africano no ha mejorado en los últimos meses, sino que ha ido a peor. Según Naciones Unidas, el número de afectados por la sequía y sin acceso a agua potable en Etiopía, Kenia y Somalia ha aumentado de 9,5 millones a 16,2 millones en el espacio de cinco meses, mientras que los niños del Sahel también se enfrentan a niveles extremadamente altos de vulnerabilidad ante la falta de agua, hasta el punto de que en Burkina Faso, Chad, Malí, Níger y Nigeria hay 40 millones de niños que se enfrentan a niveles de vulnerabilidad hídrica que oscilan entre altos y extremadamente altos.  

En ambas regiones, el Cuerno de África y el Sahel, las estimaciones de UNICEF apuntan a que hay 2,8 millones de niños sufriendo desnutrición aguda severa. Por ponerles otro ejemplo, en los últimos 20 años el cambio climático y los conflictos han complicado hasta en un 40% la disponibilidad de agua en el Sahel.  

Que el cambio climático es una realidad y tiene consecuencias en nuestra vida diaria ya es algo absolutamente indiscutible a nivel global. Desde las terribles inundaciones en Pakistán (han acabado con el 80% del ganado de todo el país tras inundar un tercio del territorio) a, sin ir tan lejos, las recientes granizadas caídas en Catalunya (achacables al calentamiento del Mediterráneo, según los expertos) o las olas de calor que en toda España y Europa se han vivido este verano, uno se pregunta qué más tiene que pasar para que entendamos que la reacción de nuestros gobernantes tiene que ser inmediata.  

Al tiempo que se celebra esta semana del Clima de África, me corresponde reivindicar desde nuestra institución la importancia que tiene para el continente africano que estemos atentos a su situación y que hagamos todo lo posible para sensibilizar a la sociedad y para conectar a expertos españoles y africanos que puedan contribuir a paliar esta situación. En esta próxima COP 27 África se juega mucho, y es fundamental que acuda unida y con capacidad de sentarse como un interlocutor conjunto para realmente conseguir avances y que los compromisos de los más ricos no se conviertan en disculpas, excusas y lamentos. Desde Casa África nuestro empeño es situar este tema en lo más alto de la agenda española hacia el continente, porque realmente la crisis climática afecta a todos los ámbitos del desarrollo y constituye un lastre que sin apoyo internacional no podrá ser evitado.  

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