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Jardines sin flores y aeropuertos sin aviones

Eduardo Serradilla / Eduardo Serradilla

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Tal epifanía llegó de la mano de uno de los muchos mandarines que, durante estos días, se afanan por inaugurar cualquier cosa que se les ponga a tiro, por absurdo que ésta pueda parecer. Por lo tanto, entra dentro de la lógica -la de ellos, claro está- abrir las puertas de un aeropuerto cuando todavía faltan seis meses para que dicho recinto esté en funcionamiento.

Además, ya se sabe que detalles como los mencionados aviones son secundarios, como lo son las flores en los jardines, o las neuronas en las cabezas de muchos mandarines.

De lo que se trata es de subir al púlpito, soltar unos cuantos “palabros” grandilocuentes, mostrar la mejor de las sonrisas y hasta dentro de cuatro años, si repiten en el cargo.

También están quienes inauguran parques de bomberos sin bomberos, farolas sin bombillas, escaleras sin escalones y bibliotecas sin libros. La lista es tan larga como esperpéntica y no me voy a detener más en ella. Ya se sabe que si, durante la legislatura, muchos mandarines tienden a tratar como absolutos necios a los ciudadanos, en campaña electoral la cosa se agrava y se extrema hasta límites que rozan lo delictivo.

La lectura es algo así como “nosotros mandamos, por lo tanto, ustedes están equivocados y ni siquiera pueden rechistar”, aunque elevado a la máxima potencia. Vamos, que sin ellos no podemos vivir, pero con ellos, tampoco.

A mí lo que me sorprende es que los medios de comunicación persigan a todos estos tiparracos de traje caro y nudo de la corbata mal hecho y les rían las gracias, estando presentes en sus bufonadas.

Admito que algunas de las mencionadas inauguraciones tienen su razón de ser y es lógico que los medios sean testigos del suceso. Lo que no me cabe en la cabeza es que, además, esos mismos medios les den carta de naturaleza a situaciones tan impresentables e insultantes como las que se viven estos días. Al final uno no sabe si acuden para reírse del mandarín en cuestión o por el catering posterior, el cual solamente aumenta el coste de la payasada en cuestión.

Sería bueno que esos mismos medios les preguntaran a los mandarines la razón de posponer la apertura de determinados centros hasta dos o tres meses antes de las elecciones.

Da la sensación que el centro, o instalación en cuestión, importa un pimiento, ya sea éste un centro de salud, una casa de acogida para mujeres maltratadas, un biblioteca en un barrio marginal o una estación de guaguas en una zona incomunicada hasta entonces. Lo importe es transmutarse, por unos momentos, en un prócer de los que tanto nombra Mafalda en sus historias y subirse al carro de la historia al protagonizar una inauguración que rivalizaría con el día que se terminaron las pirámides de Egipto.

El problema viene cuando, tras el baño de multitudes y los flash de las cámaras, el mandarín se da cuenta de que, ni pirámides ni nada por el estilo, y que lo único que tiene delante es un polvoriento solar, el patio de una escuela y/ o una terminal de aeropuerto vacía.

¡Qué más da! Lo importante ha sido la impronta dejada por el mandatario en su visita al lugar y los réditos que ésta pudiera darle en su carrera por conservar el sillón. Y, sin los medios, la impronta no es la misma.

No sé, yo propongo que se confeccione una lista con las mejores y más disparatadas inauguraciones de la temporada y luego se reúnan todas en un especial televisivo, en la hora de máxima audiencia. ¿Se imaginan el resultado? La verdad es que prefiero no imaginarlo mucho, pero, por lo menos, la risa que nos produciría nos ayudaría a sobrellevar las cancaburradas de quienes dilapidan el dinero público en sandeces durante cuatro años y luego se presentan como lo mejor del mundo mundial.

Es más, se podría instaurar un premio al político capaz de inaugurar las más esperpéntica majadería, con votaciones telefónicas y por sms. Tal y como está la parrilla de programación, seguro que la audiencia no sería nada desdeñable.

Y ahora les dejo que tengo que salir para asistir a la inauguración del nuevo pabellón olímpico para saltos de ranas mayores de tres meses, con un anexo para las carreras de caracoles de larga distancia.

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