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Lecciones que no aprenderás en la escuela por Octavio Hernández

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La estrategia armada, terrorista, de ETA ha sido su principal objetivo y motor organizativo y de arraigo social, pero ha resultado suicida a largo plazo, demostrándose errónea. En primer lugar, al actuar en tiempos de paz ETA ha provocado un sufrimiento más localizable, identificable y utilizable ideológicamente por el Estado, contraproducente desde el punto de vista político y, por ello, injustificable pues ningún rédito se ha obtenido del dolor irreparable de las pobres víctimas civiles y de los familiares de policías y militares atacados por los comandos. Esto no ocurre en una guerra abierta (pensemos en Libia), en un conflicto donde toda la sociedad se lanza a la lucha armada las víctimas son asesinadas o maltratadas igualmente, pero no cuentan como asesinatos, sino como bajas, daños colaterales u otros eufemismos que impiden su manipulación política en el momento. Además, entre atentados ETA ha dejado muchísimo tiempo al Estado para organizar y especializar la represión y persecución de esos delitos; delitos que en una guerra son considerados simples actos dentro del allanamiento y la moratoria del derecho penal. Con el concurso de ETA, España cuenta hoy con una de las policías más eficaces en contrainsurgencia de Occidente, aunque sólo haya podido acabar con el movimiento armado vasco gracias a la colaboración de Francia y la tecnología de inteligencia de Estados Unidos.

Esta puede ser la lección principal de esta derrota. No hay atajos en cuanto al uso de la violencia. La experiencia colectiva de los pueblos que ocasional y raramente se han volcado mediante la insurrección en una revolución armada de masas es la que es y no puede ser sustituida por elites en armas, pues si aquella tiene pocas posibilidades de éxito (se hace siempre por necesidad y no por cálculos de oportunidad), las de éstas se han demostrado, con claridad meridiana, mucho menores. El intento de minimizar las bajas propias que está en el trasfondo de un movimiento de resistencia armada clandestina como el de ETA ha provocado más bajas y más sufrimiento a la larga, echando por la borda la vida de miles de personas y de los mejores militantes. Si entre 1978 y 1981 se hubiera emprendido una insurrección armada masiva desde dentro de la sociedad vasca, para la que existían todas las condiciones, probablemente el resultado habría tenido otra trascendencia política e histórica, desde luego alejada del rechazo formal que provocan las acciones de terror en tiempos de paz. Si no ocurrió fue por decisión política, una decisión o cadena de decisiones de los propios abertzales cuyo peso en esta derrota final ha sido mucho mayor que el de la represión.

El 14M dejó, por otra parte, muy tocada la estrategia armada de ETA. La tremenda violencia de los atentados de Madrid era sencillamente inimitable, inigualable. Con aquellos atentados, la experiencia del impacto en toda la sociedad permitió al Estado demostrar como nunca antes la normalización del hecho terrorista, la fagocitación estatal de cualquier objetivo programado mediante actos puntuales de violencia organizada. La permeabilidad social a los efectos buscados con el terror cambió para siempre con el 14M y, por ese mismo camino transitado tan abrupta y sangrientamente, ese cambio de percepción colectiva derrotó a ETA, al incapacitarla para provocar una experiencia de terror que pudiera asemejarse.

Sólo el Estado, con gran dificultad, tiene la capacidad relativa de administrar la violencia. En manos de un grupo informal, por muy exquisita que sea su logística y estructura, la violencia no sólo es peligrosa para el adversario. Puede destruir también, con facilidad, a quien la ejerce. Sólo durante una insurrección de masas este peligro puede ser disminuido, aunque nunca eliminado dada la propia naturaleza irracional de la violencia en situaciones extremas de guerra o revolución. En tiempos de paz y en democracia, estas cosas no es sencillo entenderlas, ni posible justificarlas.

España ha colaborado en la guerra civil inducida para ocupar Libia y apoderarse de sus recursos naturales. Ha participado directamente en una catastrófica matanza de víctimas civiles ocurrida en menos tiempo y con infinita más violencia que durante los 40 años de ETA, que aún no ha terminado, aunque tiene su simbólico capítulo final en las abominables escenas de la tortura y asesinato de Gadafi, a quien Zapatero ofrecía hace apenas un año todos los parabienes para acoger en España una reunión de países mediterráneos, programada para estas fechas. Si uno valora la vida de cada ser humano, de cada persona, la doble moral del Estado español no puede resultar más amenazante para la frágil democracia que lo decora. ¡La que nos espera!

El final de ETA llega, no por casualidad, cuando la democracia española muestra más signos de esclerosis y autoritarismo, entre los cuales los más sintomáticos son la aparente normalidad de la participación militar en la estrategia de saqueo comandada por Estados Unidos en otros países, la reforma constitucional para blindar los recortes sociales y el acuerdo de cesión territorial para la instalación del escudo antimisiles de Estados Unidos. Nos adentramos en el umbral de 2012 con la perspectiva de un desmantelamiento definitivo del contenido de los Pactos de la Moncloa y de los sistemas públicos de interés general y de expansión de la administración territorial, que permitieron la continuidad de buena parte del poder económico franquista en condiciones democráticas hasta conformar el capital empresarial, financiero y multinacional español de nuestros días. Frente a él, ahora no hay nada.

Contamos con movimientos políticos de izquierda cuyos patrones socialdemócratas son claramente ridiculizados por la situación, en un contexto en el que los trabajadores no han dejado de serlo, ni siquiera engrosando el paro y las listas de desahucio, pero sí han olvidado o dejado de lado la experiencia de la lucha de clases organizada e incluso van a votar masivamente al Partido Popular. Rajoy va a gobernar y no va a ser ningún drama, porque el PP ya lleva gobernando mucho tiempo en Canarias, y puede volver a hacerlo pronto. El drama es la sensación que hay de que la sociedad nunca ha estado más inerme que hoy ante los designios del poder. ¿Cómo vamos a defendernos con esta izquierda vendida y de postín?

En cuanto al 15M, sus cerebros pensantes se dedican a escuchar a viejos y raros filósofos liberales salidos de la ultratumba de universidades conservadoras para celebrar la fantasía de que ese movimiento pueda alcanzar pacíficamente sus objetivos revolucionarios, mientras un joven filósofo, Arnaldo Otegi, se pudre en una cárcel española, siendo probablemente el único que podría explicar que eso no es posible, pero tampoco será posible con estrategias violentas como la de ETA. Espero que algún día, cuando quede en libertad, venga por Canarias a contarnos su verdad, una verdad que recuerda inevitablemente a la de los derrotados de la guerra civil, vapuleados, incomprendidos, estigmatizados y humillados, silenciadas sus víctimas mientras se reivindican las de los vencedores. Es inevitable, como inevitable será que el Estado acabe utilizando a unas víctimas para provocar otras con otros fines, como ocurre con todo mensaje contrarrevolucionario que encuentra en la violencia revolucionaria una justificación moral para la siguiente injusticia. Hoy, 20 de octubre de 2011, esas otras víctimas que representa Otegi también, esas también, están en mi recuerdo, las que están en las prisiones, sus familias y las que están bajo tierra, sepultadas bajo gruesos terrones de indiferencia. Porque hoy la equidistancia es muy fácil, cómoda y funcional. Lo difícil es esto. Decir la verdad.

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