Espacio de opinión de Canarias Ahora
Libro de familia*
Es el terrible desasosiego que me deja la lectura del Libro de familia de Pepe Alemán, atrapado todavía en el destino fatal de Amaranto, en el arranque del relato, hasta el punto de que la figura de ese hombre extraño en su tierra me asaltaba y distraía 50 años después, buceando en la divina trama criminal de la tía Genoveva, e incluso un siglo más tarde, con la exquisita puntualidad del tío Paco en las tertulias del Gabinete. Tanto me aguijonean los pasos perdidos de Amaranto que hasta esta primera idea sobre el último libro de Pepe fue arrancada de cuajo, a medio camino, cuando Satán contaba el delirio de Juan Canario sobre la Casa Grande de El Tabaibal, que a juicio de la Justicia nunca existió. Dan ganas de arramblar con todo y liarse la manta, porque hay cosas que no han cambiado en la pecera-isla. Y ya es demasiado tarde para aprender idiomas.
Por poner un ejemplo. Pepe Alemán guía a través de dos siglos, en Libro de familia, la noria sin rumbo de sensaciones e imaginarios que han hecho de nuestra tierra lo que es hoy: la Nada más absoluta. Me asalta, y en seguida me pongo a terminar lo andado con el Recetario y La tía Bárbara y el rey don Sebastián, una idea por culpa de la vida fuera de la pecera-isla de Amaranto, de la Toma de La Bastilla a la invasión napoleónica de España. Me asalta incluso ahora con mucha más fuerza que entramos, a partir de 2010, en el Bicentenario de la Independencia de las naciones latinoamericanas. ¿Se ha acordado Canarias, sus instituciones, sus cabezas pensantes y dirigentes, de conmemorar para el análisis y la reflexión, para la autocrítica y la búsqueda del rumbo fijo, qué fue de nuestro papel de puntillas por aquel cambio de Época?
Es desesperante. Hace lustros pasó el 94 sin que casi nadie levantara un dedo por el Quinto Centenario del Fuero de Gran Canaria. El año pasado cruzó dos siglos aquel barco con la noticia de la entronización de José Bonaparte y seguimos en lo que nos dejó la entrada a contrapié en la Modernidad forzada. Como un lebrancho que da vueltas en la pecera, como una mosca cojonera, Canarias debate sobre lo mismo sin darse cuenta de que el Tiempo pasa sin remedio alguno a la quietud del paisaje, que ya siquiera es idílico por obra y gracia del Berriel de turno. Que ya ni se inspira uno en la Utopía de rebeliones vegetales para tumbar la Casa Grande de El Tabaibal, la que a juicio de la Justicia nunca existió, pero capaz fue de condenar a Juan Canario por haber imaginado su desaparición.
Desespera y da rabia. Al menos, coño, eso mueve todavía con paciencia. Porque de aquel paso a la Modernidad forzada, que yo sepa, Canarias sólo tiene en su agenda celebrar con voladores el Bicentenario de la Capitalidad Única de Santa Cruz, allá por 2022. Si la profecía maya permite alcanzar tan ilustre efeméride. Tampoco tiene el Archipiélago nada más suyo a qué agarrarse que esa plomiza matraca del pleito insular. Para seguir doscientos años más dando vueltas a la pecera. Que es lo que, realmente, interesa a los compradores de voluntades políticas y corruptelas cuasi centenarias.
Ustedes disculpen el atropello. Ya sigo a lo que estaba, leyendo al maestro: Aunque advirtiera en las primeras páginas que no debía de esperarse de este libro provecho distinto al del simple entretenimiento,
*Vomitado una tarde de este diciembre convulso, entre la resaca de la despedida y la penúltima puya de lo que queda por ver.
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