Como es sabido, la palabra líder, al menos en la acepción principal, proviene del término inglés leader, con el significado básico de dirigente, jefe o cabeza de un partido político, de un grupo social o de otra colectividad. Pero en la acepción figurada más noble o intelectual del término se dice de la persona que encarna, o parece encarnar, los ideales de un grupo social o generacional, y que se convierte en su cabecilla o en su jefe espiritual.Se puede constatar fácilmente que la mayoría de los que hoy se denominan líderes o la propaganda de su partido los llama así, sólo lo son en cuanto que la “camarilla mangoneante” los ha situado al frente, no realmente porque se hayan ganado por derecho propio el honor de ser precisamente guías ideológicos de nada ni de nadie. Más bien sólo son representantes de ese poder oculto que maneja y controla los nombres y el orden en que se inscriben en una lista electoral. Prueba evidente de ello es el que algunos cabeceras de cartel son perfectos desconocidos y otros sólo son vagamente reconocidos por los electores. Los medios de comunicación colaboran eficazmente con esta mascarada ensalzando o denigrando las virtudes del presunto líder según sus propias filias o fobias, salvo que se trate de publicidad remitida previo pago de su importe, haciéndoles aparecer como el salvador del universo o el destructor de la galaxia, táchese lo que no interese.Según este planteamiento, parecería mas correcto llamar jefe a ese candidato en lugar de líder, por ser una persona que tiene a otras a sus órdenes o es cabeza o presidente de un partido o corporación por imperativo jerárquico y no por la autoridad moral que emana de un auténtico y genuino líder. No estoy seguro, aunque no lo descarto, que sea fruto de esta sutileza semántica el motivo por el que en algunos telediarios suelen llamar a Zapatero el líder del PSOE y a Mariano Rajoy el Presidente Popular. En el mundo de los negocios, donde todo es pragmatismo, a nadie se le ocurre llamar líder al presidente de un banco, pero en la política hay mucho de artificio y grandilocuencia, pues al fin y a la postre se manejan ideas que no cotizan en bolsa cuya aceptación requiere una buena dosis de fe y de confianza, o de confianza y de fe, dependiendo del camino por el que se transite. Unos empiezan confiando en las ideas y después adquieren la fe en que el candidato no las traicionará, mientras que otros tienen fe en la persona y por eso confían en su programa, aunque no lo conozcan. El mejor ejemplo para este último caso está en Los del Río haciendo propaganda a favor del referéndum de la Constitución Europea: si los que saben dicen que es bueno, es que es bueno.En cualquier caso cada candidato, le llamen sus seguidores líder o presidente, aspira lógicamente a conquistar el poder. No obstante, y por si acaso, se advierte a propios y extraños que si no obtiene la condición de ganador, compartirá liderazgo con quien proceda en virtud de la aritmética electoral y, a pesar de haber sido proclamado guía preclaro y salvador por los suyos, aspirará a ser uno más en la comisión de pastores que se repartirá los beneficios que produzca el rebaño. Pactos postelectorales denominan lo que harán a espaldas de quienes les votamos. Y además, sin sonrojarse lo más mínimo, dirán así como muy convencidos que era lo que el pueblo deseaba. ¡Buenos líderes están hechos! José Fco. Fernández Belda