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Para que luego digan

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Bien es cierto que en la lista de disparates, el actual gobierno italiano, con su nuevo Duce al frente, nos supera ampliamente. Su decisión de sacar al ejército a la calle como medida de seguridad recuerda a otras oscuras épocas del país transalpino, hace no tantas décadas.

Sin embargo, está claro que cuando no se tienen soluciones, ni cabeza para buscarlas, es mucho más sencillo encontrar un enemigo exterior a quien culparlo de todo.

Me pregunto qué vendrá después, ahora que el gabinete italiano ha logrado criminalizar a los emigrantes mientras sus altos cargos se blindan ante cualquier tipo de acción que pudiera incomodarles. Imagino que algunos de sus dirigentes estarán consultando las bibliotecas y las hemerotecas para buscar inspiración en quienes ya se comportaron de la misma forma, desde principios de los años veinte hasta mediados de los años cuarenta.

Volviendo a nuestra geografía, y al tema que nos ocupa, tengo que admitir que la demencia no se ha apoderado de quienes nos gobiernan, por ahora. Y, encima, algunas noticias se encargan de dejar con sus vergüenzas al aire a quienes piensan de manera racista y xenófoba.

Además, la historia que me ha dado pie a escribir esta columna, me recuerda al guión de una de esas películas que el régimen del general Franco enarbolaba como botón de muestra de la forma de pensar de los españoles de bien.

La mencionada película se llamaba Un millón en la basura, dirigida en 1967 por el maestro José María Forqué y protagonizada por José Luis López Vázquez, Julia Gutiérrez Caba y Juanjo Menéndez.

Su trama giraba alrededor de un basurero (José Luis López Vázquez), quien encuentra un millón de pesetas en un cubo de basura. Su situación económica es acuciante ?con la Navidad tocando a la puerta- por lo que lo recibe como una solución a sus problemas. Sin embargo, su mujer (Julia Gutiérrez Caba) le insta a que cumpla con sus deberes cívicos y localice al propietario del millón.

La rancia moral que destilaba la cinta, hábilmente tratada por José María Forqué, no podía ocultar las necesidades y carencias que tenían que soportar buena parte de la sociedad española, mientras unos pocos vivían magníficamente a costa del régimen.

¿Y quién nos podía decir que, cuarenta años después, la historia se repetiría, aunque sin un honrado basurero por protagonista? No, esta vez le tocó a un emigrante de origen nigeriano y en situación irregular, un sin papeles para entendernos mejor.

Amby Okonkwo, que así se llama el protagonista de esta historia, vende pañuelos en un semáforo de la ciudad de Sevilla y, con suerte, gana unos quince euros al día, después de trabajar bajo el sol de justicia que cae sobre la ciudad andaluza.

El miércoles trece de agosto se encontró una cartera de piel tirada en el suelo, cerca de donde suele vender pañuelos cada día.

Lo lógico, y más si hacemos caso a esos políticos tremendistas que nos presentan a los emigrantes como seres depravados, capaces de quitarles el trabajo y el pan a los canarios, es pensar que Okonkwo abrió la cartera para ver qué había dentro. Además, ¿qué se puede esperar de un “sin papeles”?

Pues no, dado que Okonkwo no habla nuestro idioma, le pidió ayuda a su compañero Kingsley Kene Odigbo para devolverla. Ninguno de los dos la abrió, porque no estamos acostumbrados a coger o abrir cosas que no son nuestras.

Sin embargo, al tratarse de una cartera, pensaron que lo mejor sería entregársela a la policía. Una vez con la cartera, esperamos los dos en el semáforo a que pasara un coche de policía. Cuando pasó lo paramos y le dijimos lo que habíamos encontrado, fueron sus palabras recogidas en el rotativo El País.

La verdad es que sabiendo, ahora, lo que contenía la cartera, no era mala idea abrir la cartera perdida. Y digo esto, porque, cuando la policía la abrió, se encontró con 2.700 euros en efectivo, un cheque de 870 euros, un talonario y documentos. Todo un tesoro para quien, en el mejor de los casos puede llegar a ganar los 2.700 euros en efectivo que llevaba la cartera tras seis meses de trabajo y con todos los planetas alineados a su favor.

Una vez la policía se puso en contacto con el dueño de la cartera, éste se personó en el lugar y les agradeció a ambos emigrantes su comportamiento, algo que fue acompañado con una “propina” de 50 euros.

No obstante, lo mejor de todo es la respuesta que dio Okonkwo cuando le preguntaron qué hubiera hecho de haber abierto la cartera y ver que había todo aquel dinero dentro No habría sido feliz gastándolo fue su escueta y clara respuesta.

No quiero decir que todos los emigrantes son como Okonkwo, sería una presunción estúpida por mi parte. En cualquier colectivo humano hay todo tipo de personas, con sus virtudes y sus defectos. Lo que ocurre es que cansa oír tanta necedad ante un problema tan serio como la emigración, sobre todo en nuestro archipiélago y, si encima se quiere criminalizar a quien acaba aceptando aquellos que los demás rechazamos, mucho peor.

Además, la historia de Okonkwo -tanto o más que el guión rodado por José María Forqué- deja muy claro que la dignidad humana está muy por encima de las majaderías de los políticos oportunistas y descerebrados que tanto abundan por nuestra tierra y que ningún favor le hacen a la sociedad canaria. Bueno sería que hubiera más Okonkwo y menos??? (añadan el nombre que quieran, a su gusto, por favor), pero tal y como están las cosas, tendremos que conformarnos con lo que tenemos, por poco que esto sea.

Eduardo Serradilla Sanchis

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