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La memoria de la sabiduría

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Repercutir como padre en estas fechas tan señaladas es saludable y estrambótico a la vez. Repercutir como adolescente, insoportable. Repercutirse como niño, la única posibilidad de ser feliz. Paseo por las calles coruñesas. En la memoria todo se comprime: entras en un silo de la infancia convertido en sala de exposiciones gracias a la presidenta de Inditex, Marta Ortega. Simpática exposición sobre la obra del fotógrafo Helmut Newton. Quizás demasiadas fotografías, solo quizás. Un precioso audiovisual, delicado y en sutil y exquisito blanco y negro, con acompañamiento de apoyo fotográfico a la vieja usanza audiovisual pero con las técnicas de ahora. Se me agotan los adjetivos con el espacio expositivo anexo y efímero porque en el silo solo están las polaroids auténticas, ¡vaya tentación de hurto! Gran iniciativa cultural la de esta Fundación Marta Ortega. Unos pocos coruñentos y pailanes desprecian cuanto ignoran: cosas como esta ponen a la ciudad mucho más en los mapas.

Regresamos por el puerto, “ese hotel era de Casares Quiroga pero…”. El bar Sanín estaba cerrado, una tasca superviviente como eran las de antes, y el Riojano, ultramarinos desde cuando había ultramar, no apetecía nada. Así que acabamos en el Lois, con empanada y croca, y una tarta de la abuela a base de trocitos de cielo de miel y de recuerdos. Por la noche, el Hijo sabio, su papa Noel, me regala la última última de Vargas Llosa y las cartas de Le Carré. Dos placeres. Pero yo estoy casi recién llegado a Destino y memoria. Cien años de Jorge Semprún. Edición de Mayla Lahoz para Tusquets Editores. Se me agotan los papelitos pegatina para marcar las páginas que me subliman y encantan. Hay personas que se convirtieron, sin querer y queriendo, en epifenómenos de nuestro tiempo, de nuestras dichas y nuestras desdichas. Jorge Semprún fue uno de ellos. Pienso que Dionisio Ridruejo fue otro. Ambos se hicieron pronto amigos. Ambos no sabían quién era Alfredo Di Estéfano. Este libro puede ayudar a encontrar a un personaje, escritor, político, guionista y hombre bellísimo, de incalculable valor e inexplicable olvido. Seguramente no les resultó simpático a muchos, sobre todo a Alfonso Guerra, cuando ministro: a mí sí. Hay varios testimonios que le evocan y unos cuantos textos que analizan sus distintas personalidades y facetas. De todos ellos, me quedo con todos y, en especial, con el de la periodista Juby Bustamante. Nunca olvidaré cómo percibió mi pavor, el de un periodista joven, feliz e indocumentado, cuando Juan Benet discutía con Javier Solana antes de entrar en el plató de TVE en Sant Cugat. Blanca Andreu, remilgada de sí misma y de sus versos, acariciaba a Benet, “don Juan, cómo te pones”. Solana mantenía el tipo, entre el Madariaga que era y el socialista que ejercía. Juby, a la sazón jefa de prensa de Solana, se me acercó y me dijo: “No te preocupes, ya se les pasará, no llegará a nada”. Y así fue. Todo se quedó en las poses de Benet. Juby fue la jefa de gabinete de Semprún cuando ministro, y creo que lo define muy bien cuando escribe: “No posaba de interesante, pero no he conocido a nadie más profundamente interesante que él. No jugaba al enigma ni al secreto. Estaba siempre dispuesto a compartir su memoria, su experiencia, sus vivencias. Pero era diferente y solitario, y cualquiera que se acercara a él lo percibía”. Cuánto quisimos a ambos. Cuántas y cuántos jubys y semprunes nos hacen falta en estos tiempos. Feliz 2024.

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