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Musharraf merece caer
El regreso de la dirigente Benazir Bhutto para encabezar el Partido Popular de Pakistán (PPP), ganar las elecciones y sustituir a Musharraf recorrió un largo camino en los que participaron Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países occidentales, temerosos de que se desatara alguna crisis incontrolable en un país estratégico y con arsenales nucleares. El dictador estaba quemado tanto por su apoyo incondicional a Washington en la ocupación de Afganistán como por la delicada situación económica del país, con más de la mitad de la población pobre de solemnidad, así como un aumento imparable del desempleo y los precios. Perdió los apoyos internos, quedando reducidos al ejército, los dudosos servicios secretos y dos partidos de escaso peso. La petición de su dimisión y la resistencia a su autoridad alcanzó a las clases medias. Las presiones exteriores e internas encendieron todas las alarmas.
Así nacieron largas negociaciones con Bhutto, que incluyeron la retirada de los procesos por corrupción contra la ex primera ministra. La hoja de ruta incluía, si las urnas respondían a esa perspectiva, la victoria electoral de Bhutto en enero, con una posterior división de poderes. Bhutto al frente del gobierno. Musharraf seguiría encabezando el ejército o se quedaría con la presidencia. Sin embargo, el general rompió el acuerdo, declaró el estado de excepción, suspendió las garantías constitucionales y se lanzó a la caza y captura de los líderes de la oposición, empezando por los abogados rebeldes y los líderes del PPP. Estados Unidos amenazó con retirar la ayuda económica a Pakistán, aunque no lo concretó. Días después, el militar dio un paso atrás. Mantenía la convocatoria a las legislativas pero también el estado de excepción. ¿Cómo acudir a unas elecciones en semejantes condiciones?
Se equivocó. Supuso que con el ejército en las calles detendría las movilizaciones, pero el resultado fue el opuesto. Con un añadido, el caos económico causante de la incertidumbre generalizada. El 5 de noviembre las bolsas registraron una caída sin precedentes en su historia: una pérdida neta de cuatro mil millones de dólares en un día. La canasta familiar subió un 38% desde el autogolpe. Empezaron a escasear los productos en los mercados. El 7 de noviembre hubo manifestaciones en la mayor parte de las universidades. Los tribunales, perseguidos, dejaron de funcionar tras declarar una huelga general hasta la restitución de las libertades constitucionales. Los medios de comunicación protestaron por la represión. La persecución de activistas en defensa de los derechos humanos no detuvo su actividad. Continuaron las huelgas por reivindicaciones laborares. Miles de opositores, especialmente del PPP, acabaron retenidos en condiciones inaceptables por la policía o el ejército.
Benazir Bhutto tuvo que romper su acuerdo con Musharraf ante semejante panorama. Solicitó la dimisión del presidente. “No habrá más negociaciones, he cambiado de política”, dijo a la prensa. Bhutto convocó sus partidarios a una marcha de protesta de tres días contra el estado de excepción, entre Lahore e Islamabad. Musharraf respondió con la prohibición y el arresto domiciliario de su oponente política. Decisivo lo que pase entre hoy y los próximos días. Suele decirse que la fuerza del dictador le viene, en última instancia, de la conocida debilidad de la oposición política. Veremos.
Rafael Morales
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